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Cada año repasaba todas las razones por las que no debería tomar el sol. Cada año sumaba mis virtudes: no bebía, no fumaba y apenas practicaba el sexo, aunque estaba dispuesta a cambiar eso. Pero adoraba el sol, y ese día brillaba con fuerza en el cielo. Tarde o temprano pagaría por ello, pero seguía siendo mi debilidad. Me pregunté si mi sangre de hada me ayudaría a prevenir un posible cáncer de piel. No: mi tía Linda había muerto de cáncer, y ella tenía más sangre de hada que yo. Vaya…, maldita sea.

Me tumbé de espaldas, con los ojos cerrados, y manteniendo a raya el resplandor del sol con unas gafas oscuras. Suspiré de felicidad, omitiendo el hecho de que hacía un poco de frío. Me cuidé de no pensar en demasiadas cosas: Crystal, las misteriosas hadas malignas, el FBI… Al cabo de quince minutos, me tumbé sobre el estómago mientras escuchaba la cadena de música country de Shreveport, cantando de vez en cuando, ya que no había nadie allí para escucharme. Tengo una voz horrible.

– ¿Quéestáshaciendo? -dijo una voz cerca de mi oreja.

Nunca había levitado antes, pero creo que eso fue lo que pasó cuando di un brinco de casi quince centímetros sobre la tumbona. Tampoco puede evitar emitir una especie de graznido.

– Dios mío de mi vida -resollé al percatarme de que se trataba de Diantha, la sobrina medio demonio del abogado semidemonio, también conocido como el señor Cataliades-. Diantha, me has dado un susto de muerte.

Diantha se rió entre dientes, meneando su cuerpo delgado y plano arriba y abajo. Estaba sentada sobre el suelo con las piernas cruzadas. Lucía unos pantalones cortos de licra roja y una camiseta estampada negra y verde. Unas Converse rojas con calcetines amarillos completaban el conjunto.

Tenía una nueva cicatriz, larga, roja y arrugada, que le recorría la pantorrilla izquierda.

– Una explosión -dijo al darse cuenta de que se la estaba mirando. También había cambiado el color de su pelo; ahora era de un brillante platino. Pero la cicatriz se bastaba por sí sola para llamar mi atención.

– ¿Estás bien? -pregunté. No costaba ser concisa con Diantha, ya que su conversación parecía sacada de un telegrama.

– Mejor -dijo, bajando la vista a la cicatriz. Entonces, sus extraños ojos verdes se encontraron con los míos-. Me manda mi tío. -Era el preludio del mensaje que había venido a darme, deduje, ya que lo dijo lenta y claramente.

– ¿Qué quiere decirme tu tío? -Aún estaba tumbada sobre el estómago, así que me apoyé sobre los codos. Mi respiración había vuelto a la normalidad.

– Dice que las hadas se están moviendo por este mundo. Dice que tengas cuidado. Dice que te llevarán con ellas si pueden, y te harán daño. -Diantha me guiñó un ojo.

– ¿Por qué? -pregunté, notando cómo el placer del sol se evaporaba como si nunca hubiese existido. Lancé una nerviosa mirada alrededor del patio.

– Tu bisabuelo tiene muchos enemigos -dijo Diantha, lenta y cuidadosamente.

– ¿Y sabes por qué tiene tantos?

Era una pregunta que no podía formularle a mi bisabuelo, o al menos no había reunido el valor para hacerlo.

Diantha me miró con cierta perplejidad.

– Ellos están en un bando y él en el otro -me contestó, como si fuese un poco tonta-. Secargaronatuabuelo.

– Esas… ¿Esas hadas mataron a mi abuelo Fintan?

Asintió vigorosamente.

– Notelohadicho -dijo.

– ¿Niall? Sólo me contó que su hijo había muerto.

Diantha estalló en una risotada.

– Ytantoquemurió -dijo, y redobló las risas-. ¡Lohicieronpedacitos! -Me dio un golpe en el brazo, inmersa en su exceso de diversión. Me sobresalté-. Lo siento -se disculpó-. Losientolosientolosiento.

– Vale -dije-. Dame un momento. -Me froté el brazo insistentemente para aliviar la molestia. ¿Cómo protegerse de unas hadas que ansían tu pellejo?-. ¿A quién se supone que debo tener miedo exactamente? -pregunté.

– A Breandan -respondió-. Significaalgo; peromeheolvidado.

– Oh. ¿Qué quiere decir Niall? -Así de poco me cuesta salirme del tema.

– Nube -explicó Diantha-. Toda la gente de Niall tiene nombres relacionados con el cielo.

– Vale, entonces Breandan va a por mí. ¿Quién es?

Diantha parpadeó repetidamente. Estaba siendo una conversación muy larga para ella.

– El enemigo de tu bisabuelo -me explicó con cuidado, como si yo tuviese la cabeza embotada-. El único otro príncipe de las hadas.

– ¿Por qué te ha enviado el señor Cataliades?

– Hicistetodoloquepudiste -dijo con un único golpe de aliento. Sus claros ojos se fijaron en los míos y me palmeó suavemente la mano mientras sonreía.

Había hecho todo lo que había podido para sacar con vida del Pyramid a todo el mundo. Pero no había servido de mucho. Resultaba gratificante que el abogado apreciara mis esfuerzos. Me había pasado toda una semana enfadada conmigo misma por no haber sido capaz de descubrir antes toda la trama de la bomba. Si hubiese prestado más atención y no me hubiese distraído con todo lo que pasó a mi alrededor…

– Ytevanapagar.

– ¡Oh, qué bien! -Sentí que me iluminaba por dentro, a pesar de la preocupación que me inspiraba el mensaje de Diantha-. ¿Me has traído una carta o algo parecido? -pregunté, con la esperanza de obtener una información más detallada.

Diantha meneó la cabeza, y las púas de brillante pelo color platino embadurnadas en gel temblaron alrededor de su cráneo, confiriéndole el aspecto de un puercoespín nervioso.

– Mi tío tiene que ser neutral -dijo diáfanamente-. Nipapelesnillamadasnicorreoselectrónicos. Por eso me manda.

Sin duda, Cataliades se había jugado el cuello por mí. Bueno, más bien el cuello de Diantha.

– ¿Qué pasa si te capturan a ti, Diantha? -pregunté.

Encogió sus huesudos hombros.

– Moriríapeleando -dijo.

Puso el semblante triste. A pesar de no poder leer la mente de los demonios del mismo modo que la de los humanos, cualquiera sabría que estaba pensando en su hermana Gladiola, que había muerto por la espada de un vampiro. Pero, al cabo de un segundo, Diantha recuperó un aspecto sumamente letal.

– Losquemaría -añadió. Me senté y arqueé las cejas para mostrar que no entendía.

Diantha alzó la mano y miró su palma. Una diminuta llama apareció flotando justo encima.

– No sabía que pudieras hacer eso -dije. Estaba impresionada. Me recordé permanecer siempre del lado de Diantha.

– Pequeña -contestó, encogiéndose. Deduje por ello que Diantha no podía generar una llama de gran tamaño. El vampiro que mató a Gladiola debió de tomarla por sorpresa, ya que los no muertos son mucho más inflamables que los humanos.

– ¿Las hadas arden como los vampiros?

Asintió.

– Todoarde -dijo con voz firme y segura-. Tarde, temprano.

Reprimí un escalofrío.

– ¿Te apetece comer o beber algo? -la invité.

– No. -Se levantó del suelo y se sacudió la tierra de su brillante conjunto-. Tengoqueirme. -Me palmeó suavemente la cabeza, se volvió y desapareció ante mis ojos, corriendo más deprisa que un ciervo.

Me recosté en la tumbona para pensar en todo lo que me había contado Diantha. Ahora que tanto Niall como el señor Cataliades me habían advertido, me sentía genuina y profundamente asustada.

Sin embargo, las advertencias, aunque oportunas, no me daban información práctica alguna sobre cómo defenderme de la amenaza; que, por lo que yo sabía, podría materializarse en cualquier momento y lugar. Daba por sentado que las hadas enemigas no arrasarían el Merlotte's para sacarme a rastras de allí, dada su naturaleza tan reservada, pero, aparte de eso, no tenía la menor idea de cómo me atacarían o cómo defenderme. ¿Bastarían las puertas cerradas con llave para mantenerlas a raya? ¿Había que invitarlas a cruzar el umbral como a los vampiros? No, no recordaba que hubiese tenido que hacer pasar a Niall, y él ya había estado en casa.