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Sabía que las hadas no estaban limitadas a la noche, como les ocurría a los vampiros. Sabía que eran muy fuertes, tanto como éstos. Sabía que las hadas auténticas (en contraposición a los duendes y los trasgos) eran tan preciosas como despiadadas; tanto, que incluso los vampiros respetaban su ferocidad. Las hadas más viejas no siempre vivían en este mundo, como Claude o Claudine; tenían otro lugar en el que estar, un mundo cada vez más pequeño y secreto que preferían con creces antes que el nuestro: un mundo sin hierro. Si podían mantenerse alejadas del hierro, las hadas podían vivir tanto tiempo que al final perdían la cuenta de los años. Niall, por ejemplo, daba saltos de siglos en sus conversaciones de manera muy inconsistente. Podía hablar de un acontecimiento ocurrido hacía quinientos años y de otro anterior de hacía sólo doscientos. Era simplemente incapaz de estar al tanto del paso del tiempo, quizá, en gran parte, porque la mayoría del mismo se lo pasaba fuera de nuestro mundo.

Me estrujé el cerebro en busca de más información. Sabía una cosa que me parecía mentira haber olvidado, aunque sólo fuese por un instante. Si el hierro es malo para las hadas, el zumo de limón es aún peor. La hermana de Claude y Claudine había sido asesinada con zumo de limón.

Ahora que caía en ello, pensé que sería útil hablar con Claude y Claudine. No sólo eran mis primos, sino que ella era también mi hada madrina, y se suponía que debía ayudarme. Estaría trabajando en los almacenes, donde se encargaba de gestionar tanto las quejas relacionadas con los paquetes embalados como los pagos a crédito. Claude estaría en el club de striptease masculino del que ahora era propietario. Sería más fácil ponerme en contacto con él. Entré en casa y cogí el número. Claude respondió a la llamada en persona.

– Sí -contestó, logrando transmitir indiferencia, desprecio y aburrimiento en una sola palabra.

– ¡Hola, cielo! -exclamé con toda mi alegría-. Necesito hablar contigo. ¿Puedo pasarme por allí o estás demasiado ocupado?

– ¡No, no vengas aquí! -Parecía casi alarmado ante la idea-. Nos veremos en el centro comercial.

Los mellizos vivían en Monroe, que presumía de un bonito centro comercial.

– Vale -dije-. ¿Dónde y a qué hora?

Hubo un instante de silencio.

– Claudine saldrá tarde para almorzar. Nos veremos dentro de hora y media en la zona de los restaurantes, en el Chick-fil-A.

– Allí nos veremos -respondí, y Claude colgó. Todo un encanto. Me puse mis vaqueros favoritos y una camiseta verde y blanca. Me cepillé el pelo vigorosamente. Me había crecido tanto que me costaba un mundo domarlo, pero no quería cortármelo.

Dado que había intercambiado sangre con Eric en más de una ocasión, no sólo no me había resfriado tan a menudo, sino que ni siquiera se me habían abierto las puntas. Además, el pelo estaba más brillante y fuerte que antes.

No me sorprendía que la gente comprase sangre de vampiro en el mercado negro. Lo que sí me sorprendía era que fuesen tan necios como para confiar en los vendedores cuando les decían que esa sustancia roja era auténtica sangre de vampiro. A menudo, los frascos contenían TrueBlood, sangre de cerdo o incluso la propia sangre del drenador. Cuando el comprador conseguía auténtica sangre de vampiro, a menudo ésta estaba pasada y su consumo podía volverle loco. Nunca se me ocurriría acudir a un drenador para comprarle sangre de vampiro. Pero ahora que la había probado varias veces (y muy fresca), ni siquiera necesitaba usar base de maquillaje. Tenía la piel perfecta. ¡Gracias, Eric!

No sé ni por qué me molestaba en sentirme orgullosa de mí misma, porque nadie me miraría dos veces cuando estuviese con Claude. Mide 1,83, tiene una ondulada melena negra y ojos castaños, el físico de un stripper (con su tableta de chocolate y todo) y la mandíbula y los pómulos de una estatua del Renacimiento. Por desgracia, también tiene la personalidad de una estatua.

Ese día, Claude vestía unos pantalones informales y una camiseta ajustada bajo una camisa abierta de seda verde. Estaba jugueteando con un par de gafas de sol. Si bien la expresión facial de Claude cuando no está «excitado» va de inocua a hosca, hoy parecía más bien nervioso. Examinó el recinto de la cafetería, como si sospechase que alguien me había seguido, y no se relajó un ápice cuando me senté a su mesa. Tenía una taza del Chick-fil-A delante, pero no había pedido nada de comer, así que hice lo mismo.

– Prima -dijo-, ¿estás bien? -Ni siquiera intentó sonar sincero, pero al menos escogió las palabras adecuadas. Claude se había vuelto un poco más cortés conmigo al descubrir que mi bisabuelo era su abuelo, pero nunca olvidaría que yo era (en mi mayor parte) humana. Claude despreciaba en gran medida a las personas, al igual que la mayoría de las hadas, pero le encantaba acostarse con ellos, siempre que tuvieran una barba incipiente.

– Sí, gracias Claude. Ha pasado mucho tiempo.

– ¿Desde la última vez que nos vimos? Sí. -Y estaba claro que eso no le suponía ningún problema-. ¿En qué puedo ayudarte? Oh, aquí llega Claudine -parecía aliviado.

Claudine lucía un traje marrón con grandes botones dorados y una blusa crema y marrón a rayas. Tenía un estilo muy conservador para el trabajo, y aunque el conjunto era adecuado, algo en su corte le hacía parecer menos delgada. Era la melliza de Claude; habían tenido otra hermana, Claudette, pero había sido asesinada. Digo yo que si quedan dos de tres, lo suyo era llamarlos mellizos, ¿no? Claudine era tan alta como Claude y se inclinó para darle un beso en la mejilla, dejando caer su cabello, exactamente del mismo tono que el de él, en una cascada de oscuros rizos. También me besó a mí. Me preguntaba si todas las hadas tenían la misma predisposición al contacto físico. Mi prima se pidió una bandeja de comida: patatas fritas, nuggets de pollo, una especie de postre y una bebida azucarada.

– ¿En qué clase de problemas está metido Niall? -pregunté, yendo directa al grano-. ¿Qué clase de enemigos tiene? ¿Son todos hadas, o hay otros tipos de seres feéricos?

Hubo un momento de silencio, mientras los hermanos advirtieron mi brusco humor. Mis preguntas no les sorprendieron en absoluto, detalle que me pareció significativo de por sí.

– Nuestros enemigos son hadas -dijo Claudine-. Los demás seres feéricos no se inmiscuyen en nuestra política como norma, a pesar de que todos seamos variantes de una misma cosa; del mismo modo que los pigmeos, los caucásicos o los asiáticos son variantes del mismo ser humano. -Parecía triste-. Somos menos que antes. -Abrió una sobrecillo de kétchup y vertió su contenido sobre las patatas fritas. Se metió tres en la boca. Vaya si tenía hambre.

– Podría llevar horas explicar todo nuestro linaje -continuó Claude, pero sin excluirme de la conversación. Simplemente evocaba un hecho-. Provenimos de una estirpe de hadas que reivindica su parentesco con el cielo. Nuestro abuelo, tu bisabuelo, es uno de los pocos supervivientes de nuestra familia real.

– Es un príncipe -dije, puesto que era una de las pocas cosas que sabía. «Príncipe Azul. Príncipe Valiente. Príncipe de la Ciudad». El título estaba revestido de mucho peso.

– Sí, pero hay otro príncipe: Breandan. -Claude lo pronunció como «Brean-DAUN». Diantha lo había mencionado-. Es el hijo del hermano mayor de Niall, Rogan. Rogan reivindicó el parentesco con el mar, y por ello extendió su influencia sobre todos los seres del agua. Hace poco, Rogan se fue a la Tierra Estival.

– Murió -me tradujo Claudine, antes de que le cogiera un poco de pollo.

Claude se encogió de hombros.