Si hubiese sido realmente primavera, me habría puesto el bikini para conjugar el deber con el placer. Pero, aunque seguía brillando el sol, yo ya no tenía tan buen humor. Me enfundé los guantes de jardinería, ya que no quería arruinarme las uñas. Algunas de esas hierbas parecían dispuestas a resistirse. Una de ellas crecía con un denso y carnoso tallo, y esgrimía espinas en las hojas. Si se dejaba crecer más tiempo, florecería. Era muy fea y espinosa, y había que arrancarla de raíz. Había varias malas hierbas creciendo entre las incipientes cañas de Indias.
La abuela lo habría arreglado.
Me puse en cuclillas para empezar a trabajar. Con la mano derecha, hundí la paleta en la tierra blanda, aflojando las raíces de la mala hierba y tiré de ella con la izquierda. Agité el tallo para quitarle la tierra de las raíces y luego lo tiré a un lado. Antes de empezar, había encendido la radio del porche trasero. No pasó apenas tiempo hasta que me puse a cantar junto con LeAnn Rimes. Empecé a sentirme más despreocupada. En unos minutos, había acumulado una respetable pila de malas hierbas y la sensación de estar haciéndolo bien.
Si no hubiese hablado, las cosas habrían terminado de una manera muy diferente. Pero como estaba demasiado pagado de sí mismo, tuvo que abrir la boca. Su orgullo me salvó la vida.
Además, no fue a escoger las palabras más sabias. Decirle a alguien: «Disfrutaré matándote para mi señor» no era precisamente la mejor forma de presentarse.
Tengo buenos reflejos, así que me incorporé desde mi posición inclinada con la paleta en la mano y se la lancé contra el estómago. Se clavó directamente, como si fuese un arma específicamente diseñada para matar hadas.
Y eso resultó ser, porque la paleta era de hierro, y el tipo, un hada.
Di un salto hacia atrás y me mantuve medio agachada, con la paleta ensangrentada aún en la mano, a la espera de su siguiente movimiento. Estaba mirando la sangre que se filtraba entre sus dedos con una expresión de absoluto asombro, como si no pudiese creer que le hubiese fastidiado el plan. Luego me miró a mí, con unos enormes ojos azul pálido y un interrogante aún mayor dibujado en su expresión, como si quisiese saber si de verdad le acababa de hacer eso, si no se trataba de algún tipo de error.
Empecé a retroceder hasta las escaleras del porche sin quitarle la mirada de encima, pero ya no era ninguna amenaza. Al echar la mano hacia atrás para abrir la puerta de rejilla, mi pretendido asesino cayó sobre sus rodillas, aún sorprendido.
Me retiré al interior de la casa y cerré la puerta con pestillo. Me dirigí hacia la ventana de la cocina con piernas temblorosas y eché un ojo al exterior, inclinándome hasta donde la pila me lo permitía. Desde ese ángulo, sólo podía ver una parte del cuerpo caído.
– Vale -me dije en voz alta-. Vale. -Estaba muerto, o al menos eso parecía. Había sido todo tan rápido…
Quise coger el teléfono de la pared, pero noté que las manos me temblaban demasiado, y vi el teléfono móvil sobre la encimera, donde lo había dejado cargando. Dada la magnitud de la crisis, decidí llamar directamente al pez gordo. Pulsé la tecla de marcación rápida del secretísimo número de emergencia de mi bisabuelo. Pensé que aquella situación era justificación suficiente. Respondió una voz masculina que no era la de Niall.
– ¿Sí? -preguntó la voz con un tono cauto.
– Eh, ¿está Niall?
– Podría localizarle. ¿Cómo puedo ayudarte?
Calma, me dije, calma.
– ¿Podría contarle que acabo de matar a un hada, que está tirado en mi jardín y que no sé qué hacer con el cuerpo?
Hubo un momento de silencio.
– Sí, se lo diré.
– ¿Y podría ser lo antes posible? Porque estoy sola y bastante asustada.
– Sí, muy pronto.
– ¿Y vendrá alguien? -Madre de Dios, sí que sonaba a llorica. Puse la espalda rígida-. Quiero decir, puedo meterlo en el maletero de mi coche, supongo, o podría llamar al sheriff. -Quería impresionar al desconocido, demostrándole que no estaba del todo desvalida-. Pero como tenéis todo eso de manteneros en secreto, él no parecía llevar armas y, obviamente, no puedo demostrar que dijo que disfrutaría matándome.
– Tú… has matado a un hada.
– Eso he dicho. Hace un momento. -Vaya con el señor No-las-pillo-al-vuelo. Volví a mirar por la ventana-. Sigue inmóvil, muerto y bien muerto.
Esta vez, el silencio duró tanto que pensé que se me había ido el santo al cielo y me había perdido algo.
– ¿Perdone? -pregunté.
– ¿Lo dices en serio? Estaremos allí enseguida. -Y colgó.
No podía evitar mirar pero tampoco soportaba lo que veía. No era la primera vez que veía muertos, tanto humanos como no humanos. Y desde la noche que conocí a Bill Compton en el Merlotte's, había visto muchos más cadáveres de los que habría deseado. No culpaba a Bill por ello, por supuesto.
Tenía la piel de gallina por todo el cuerpo.
En apenas cinco minutos, Niall y otro hada al que no conocía emergieron del linde del bosque. Debe de haber algún tipo de portal por ahí. Puede que Scotty les hubiera teletransportado. O puede que yo no estuviese pensando con mucha claridad.
Los dos hadas se detuvieron cuando vieron el cadáver e intercambiaron unas palabras. Parecían asombrados. Pero no tenían miedo, y no actuaban como si esperasen que el tipo fuese a levantarse y plantarles cara, así que me arrastré hasta el porche trasero y la puerta de rejilla.
Sabían que estaba allí, pero siguieron inspeccionando el cuerpo.
Mi bisabuelo alzó un brazo y me cobijé debajo. Me apreté contra él y levanté la mirada para ver que sonreía.
Vale, eso sí que no me lo esperaba.
– Eres digna de tu familia. Has matado a mi enemigo -dijo-. Tenía mucha razón acerca de los humanos. -Parecía estar lleno de orgullo.
– ¿Y eso es bueno?
El otro hada rió y me miró por primera vez. Tenía el pelo del color del sirope de caramelo, a juego con los ojos, que se me antojaron desconcertantemente raros, aunque, al igual que el resto de hadas a las que había conocido, era despampanante. Tuve que reprimir un suspiro. Entre hadas y vampiros, yo estaba condenada a ser una mujer de lo más corriente.
– Me llamo Dillon -se presentó.
– Oh, el padre de Claudine. Encantada de conocerte. Supongo que tu nombre también significará algo -dije.
– Relámpago -explicó, y me dedicó una atractiva sonrisa.
– ¿Quién es éste? -pregunté, agitando la cabeza hacia el cadáver.
– Era Murry -dijo Niall-. Era amigo íntimo de mi sobrino Breandan.
Murry parecía muy joven a efectos humanos, aparentaba unos dieciocho años.
– Decía que estaba deseando matarme -les comenté.
– Pero le salió el tiro por la culata. ¿Cómo lo hiciste? -preguntó Dillon, con la misma tranquilidad que me habría pedido la receta de la masa de hojaldre.
– Con la paleta de mi abuela -dije-. De hecho hace tiempo que es de la familia. No es que seamos fetichistas de las herramientas de jardinería; es que funciona muy bien y no ha habido necesidad de comprar otra. -Me pierde la boca.
Ambos me miraron. No estaba segura de si pensaban que estaba loca o qué.
– ¿Podrías enseñarnos la herramienta? -solicitó Niall.
– Claro. ¿Os apetece un poco de té o algo? Creo que nos queda algo de Pepsi y limonada. -¡No, no, nada de limonada! ¡Los podría matar!-. Perdón, olvidad la limonada. ¿Té?
– No -dijo Niall, muy amable-. Mejor en otro momento.
Había soltado la maldita paleta entre las cañas de Indias. Cuando la recogí y se la acerqué, Dillon dio un respingo.
– ¡Es hierro! -gritó.
– No llevas los guantes puestos -reprendió Niall a su hijo y cogió la paleta. Tenía las manos cubiertas con una capa flexible transparente desarrollada por empresas químicas propiedad de las hadas. Con esa sustancia, eran capaces de salir al mundo humano con un mínimo grado de seguridad de que no caerían envenenados durante el proceso.