Dillon se resintió por la reprimenda.
– No, lo siento, padre.
Niall meneó la cabeza, como si Dillon le hubiese decepcionado, pero manteniendo toda su atención sobre la paleta. Por muy preparado que estuviese para manejar algo potencialmente venenoso para él, la sostenía con suma cautela.
– Lo atravesó con mucha facilidad -dije, y tuve que reprimir una repentina oleada de náuseas-. No sé por qué. Está afilada, pero no creo que tanto.
– El hierro puede atravesar nuestra piel como un chuchillo caliente la mantequilla -declaró Niall.
– Agh. -Bueno, al menos sabía que no me había vuelto súper fuerte de repente.
– ¿Te sorprendió? -preguntó Dillon. Aunque no tenía esas finísimas arrugas que conferían a mi bisabuelo incluso más belleza, apenas parecía un poco más joven que Niall, lo que convertía su relación en algo mucho más desconcertante. Pero, cuando bajé la mirada sobre el cadáver una vez más, volví a poner los pies en el suelo.
– Y tanto que lo hizo. Yo estaba enfrascada cortando las malas hierbas del parterre y de repente estaba junto a mí, diciéndome cuánto deseaba matarme. Yo nunca le había hecho nada. Y me asustó, así que me levanté y le ataqué con la paleta. Le di en el vientre -expliqué, pugnando aún con las arcadas que me llegaban del estómago.
– ¿Dijo algo más? -preguntó mi bisabuelo, intentando que sonase casual, pero parecía muy interesado en mi respuesta.
– No, señor -admití-. Parecía más bien sorprendido, y luego… murió. -Subí unos peldaños y me senté con pesadez en la escalera-. No es que me sienta culpable -seguí apresuradamente-. Pero quería matarme, parecía contento por ello y yo no le había hecho nunca nada. No lo conocía en absoluto, y ahora está muerto.
Dillon se arrodilló frente a mí. Me miró a la cara. No tenía un aspecto precisamente amable, pero sí menos indiferente.
– Era tu enemigo y ahora está muerto -dijo-. Es buena razón para el regocijo.
– No diría eso exactamente -repliqué. No sabía cómo explicarlo.
– Eres cristiana -dijo, como si acabase de descubrir que era hermafrodita o vegetariana.
– Sí, pero muy mala -afirmé apresuradamente. Sus labios se tensaron en lo que supe era un tremendo esfuerzo por no reírse. Yo no tenía muchas ganas de juerga, especialmente con el hombre que acababa de matar a pocos metros. Me pregunté durante cuántos años había paseado por el mundo Murry, ahora reducido a un montón sin vida, mientras su sangre manchaba la grava de mi camino. ¡Un momento! Ya no estaba. Se estaba convirtiendo en… polvo. No se parecía en nada a la desintegración gradual de los vampiros; era más bien como si alguien estuviese borrando a Murry.
– ¿Tienes frío? -preguntó Niall. No parecía extrañarle la desaparición del cuerpo.
– No, señor. Sólo estoy irritada. Quiero decir que estaba tomando el sol y después fui a ver a Claude y Claudine, y mira cómo estoy ahora. -No podía quitar la mirada del cuerpo cada vez más desvanecido.
– Has estado tomando el sol y trabajando en el jardín. A nosotros nos gusta el sol y el cielo -dijo, como si eso fuese una prueba de que tenía una relación especial con la parte feérica de la familia. Me sonrió. Qué guapo era. Cuando estaba con él, me sentía como una adolescente, una adolescente con acné y grasa de bebé. Pero en ese momento, me sentía más bien como una adolescente asesina.
– ¿Vais a recoger sus… cenizas? -pregunté. Me incorporé, tratando de parecer enérgica y decidida. Hacer algo me haría sentir un poco menos abatida.
Dos pares de ojos ajenos a mi mundo se me quedaron mirando inexpresivamente.
– ¿Por qué? -preguntó Dillon.
– Para enterrarlas.
Parecían horrorizados.
– No, en la tierra no -dijo Niall, procurando sonar menos asqueado de lo que estaba-. No lo hacemos así.
– Entonces, ¿qué vais a hacer con ellas? -Había un montón de polvo brillante en mi camino de grava y en el parterre, y aún quedaba un torso visible-. No quisiera parecer insistente pero Amelia podría aparecer en cualquier momento. Aunque no suelo recibir muchas visitas quizá vengan de UPS o los de los contadores.
Dillon miró a mi bisabuelo como si de repente me hubiese puesto a hablar en japonés. Niall se lo explicó:
– Sookie comparte su casa con otra mujer, y ella podría regresar en cualquier momento.
– ¿Vendrá alguien más a por mí? -pregunté, desviándome de la cuestión.
– Es posible -dijo Niall-. Fintan hizo mejor trabajo protegiéndote del que he hecho yo, Sookie. Incluso te protegió de mí, y eso que yo sólo quiero quererte. Pero no me quiso decir nunca dónde estabas. -Niall parecía triste, agobiado y cansado por primera vez desde que lo conocía-. He intentado mantenerte al margen de todo esto. Supongo que quería conocerte antes de que consiguieran matarme, e hice los arreglos a través del vampiro para que mis movimientos pasaran más desapercibidos… Pero al establecer ese encuentro, te he puesto en peligro. Puedes confiar en mi hijo Dillon. -Puso la mano sobre el hombro del hada más joven-. Si te trae un mensaje, puedes estar segura de que es mío. -Dillon sonrió de forma encantadora, mostrando unos dientes sobrenaturalmente blancos y afilados. Vale, por mucho que fuese el padre de Claude y Claudine, daba mucho miedo-. Volveremos a hablar pronto -dijo Niall, inclinándose para darme un beso. Su fino pelo brillante se derramó sobre mi mejilla. Olía maravillosamente, como todas las hadas-. Lo siento, Sookie -continuó-. Pensé que podría hacerles aceptar… Bueno, no pude. -Sus ojos verdes centellearon con la intensidad del lamento-. ¿Tienes…? ¡Sí, una manguera! Podríamos reunir todo el polvo, pero creo que sería más práctico que sencillamente… lo esparcieras.
Me abrazó y Dillon me dedicó un saludo burlón. Ambos se dirigieron hacia los árboles y se desvanecieron en la espesura, como los ciervos cuando te encuentras con ellos.
Así que eso era todo. Me dejaron en mi soleado jardín, sola, con un considerable montón de polvo brillante con forma de cuerpo sobre la grava.
Lo sumé a la lista de cosas extrañas que había hecho durante el día. Había atendido a la policía, tomado el sol, ido a un centro comercial con un par de hadas, cortado las malas hierbas y matado a alguien. Ahora tocaba retirar un cadáver reducido a polvo brillante. Y al día aún le quedaban horas.
Giré el grifo, desenrollé la manguera lo suficiente para llegar al punto deseado y oprimí la salida de agua para lanzar un fuerte chorro contra el polvo de hada.
Me sentía extraña.
– Cualquiera diría que me estoy acostumbrando -me dije en voz alta, desconcertándome más aún. No tenía ganas de sumar las personas a las que había matado, aunque técnicamente la mayoría no eran personas. Antes de los dos últimos años (puede que menos, si contaba los meses), nunca le había puesto un dedo encima a nadie movida por la ira, aparte de golpear a Jason en el estómago con mi bate de béisbol de plástico cuando le arrancaba el pelo a mis Barbies.
Me recompuse con fuerza. Lo hecho, hecho estaba. No había forma de volver atrás.
Quité el dedo de la salida de agua y giré el grifo hasta cerrarlo.
Costaba asegurarlo bajo los últimos rayos de sol de la jornada, pero juraría que había dispersado todo el polvo de hada.
– Aunque no de mi memoria -me confesé seriamente. Entonces tuve que ceder a la risa, y he de admitir que todo aquello parecía una locura. Estaba en mi jardín trasero, limpiando sangre de hada de mi camino mientras emitía serias declaraciones hacia mí misma. Sólo me quedaba recitar el monólogo de Hamlet que había tenido que memorizar en el instituto.
La tarde me había arrastrado con dureza a un lugar que no me gustaba.
Me mordí el labio inferior. Ahora que había superado definitivamente el golpe de saber que tenía un familiar vivo, debía afrontar el hecho de que el comportamiento de Niall era encantador (mayoritariamente), pero impredecible. Él mismo había admitido que me había puesto en un gran peligro sin saberlo. Quizá, antes de eso tendría que haber imaginado cómo era mi abuelo Fintan. Niall me había dicho que siempre había cuidado de mí sin hacerse notar, una idea escalofriante pero también emocionante. Niall era escalofriante y emocionante también. El tío abuelo Dillon parecía escalofriante a secas.