– Sí -dijo, henchido de satisfacción-. Me deben la vida, y lo saben.
Me rodeó con sus brazos y me apretó contra su frío cuerpo. Yo me sentía plena y satisfecha, y mis dedos se entretuvieron jugueteando con los rizos dorados que pendían de su cabeza. Pensé en la provocadora foto de Eric como Míster Enero en el calendario de los «Vampiros de Luisiana». Me gustaba incluso más la que me había regalado. Me pregunté si podría ampliarla a tamaño póster.
Se rió cuando se lo pregunté.
– Deberíamos pensar en hacer otro calendario -dijo-. Ha sido todo un filón. Si yo puedo sacarte a ti una foto con la misma pose, te regalaré un póster mío.
Lo medité durante veinte segundos.
– No sería capaz de hacerme una foto desnuda -dije, no sin cierto arrepentimiento-. Siempre acaban apareciendo para darte un mordisco en el culo.
Eric volvió a reírse, con voz baja y ronca.
– Hablas mucho de eso -respondió-. ¿Quieres que te muerda el culo? -Aquello condujo a muchas más cosas, maravillosas y divertidas. Tras su feliz culminación, Eric echó una mirada al reloj de mi mesilla-. Tengo que irme -susurró.
– Lo sé -dije. Los ojos me pesaban por el sueño.
Empezó a vestirse para regresar a Shreveport mientras yo estiraba las sábanas y me colocaba para dormir. Me costaba mantener los ojos abiertos, a pesar de que verlo moverse por mi habitación era un panorama incomparable.
Se inclinó para besarme y rodeé su cuello con los brazos. Por un instante, supe que se le había pasado por la cabeza volver a meterse en mi cama. Esperaba que hubieran sido su lenguaje corporal y sus murmullos de placer los que me daban la pista sobre sus pensamientos. De vez en cuando recibía el destello de una mente vampírica, y me ponía los pelos de punta. No creo que fuese a durar demasiado si los vampiros averiguaban que podía leerles la mente, por muy esporádicamente que fuese.
– Quiero poseerte otra vez -dijo, algo sorprendido-. Pero tengo que irme.
– Nos veremos pronto, ¿no? -Estaba lo bastante despierta como para sentir incertidumbre.
– Sí-aseguró. Sus ojos brillaban, como su piel. La marca de su muñeca había desaparecido. Toqué el lugar donde había estado. Se inclinó para besarme en el cuello, donde me había mordido, y sentí cómo me recorría un escalofrío-. Pronto.
Y desapareció. Oí cómo se cerraba la puerta trasera suavemente tras él. Con las pocas energías que me quedaban, me levanté y atravesé la cocina a oscuras para echar el pestillo de la puerta. Vi el coche de Amelia aparcado junto al mío. En algún momento había vuelto a casa sin que me diese cuenta.
Hice una parada en la pila para tomarme un vaso de agua. Conocía la oscura cocina como la palma de mi mano. No necesitaba encender la luz. Mientras bebía, me di cuenta de la sed que tenía. Al girarme para volver a la cama, vi que algo se movía en el linde del bosque. Me quedé quieta mientras mi corazón bombeaba de forma alarmante.
Bill emergió de entre los árboles. Sabía que era él, aunque no podía verle la cara con claridad. Se quedó mirando al cielo, y supe que miraba cómo Eric había salido volando. Así que Bill se había recuperado de la pelea con Quinn.
Supuse que me inundaría el enfado al sentirme vigilada por Bill, pero éste no llegó a aflorar. Al margen de lo que hubiera podido pasar entre los dos, no podía desembarazarme de la sensación de que Bill no se había limitado a espiarme… Había estado cuidando de mí.
Y, desde un punto de vista más práctico, no había nada que pudiera hacer al respecto. No sentía la necesidad de abrir la puerta y disculparme por haber disfrutado de compañía masculina. En ese momento, no me arrepentía de haberme acostado con Eric. De hecho, estaba tan saciada como si hubiese disfrutado de una cena de Acción de Gracias en sexo. Eric no parecía precisamente un pavo. Pero después de imaginármelo sobre la mesa de mi cocina con unos boniatos y una tarta de nubes, sólo fui capaz de pensar en mi cama. Me deslicé bajo las sábanas con una sonrisa dibujada en la cara, y en cuanto toqué la almohada con la cabeza me quedé dormida.
Capítulo 11
Debí haber imaginado que mi hermano vendría a verme. Lo único que tendría que haberme sorprendido es que no se hubiera presentado antes. Al despertarme al mediodía de la mañana siguiente, tan relajada como una gata bajo el sol, Jason estaba en el jardín trasero, tendido sobre la tumbona que yo había usado el día anterior. Pensé que había hecho bien en no entrar en casa, habida cuenta de las diferencias que había entre los dos.
El día no parecía que fuese a ser tan cálido como el pasado. Hacía frío. Jason llevaba una pesada chaqueta de camuflaje y un gorro de punto. Se limitaba a contemplar el cielo despejado.
Recordé la advertencia de los mellizos y me quedé mirándolo con cuidado; pero no, era el Jason de verdad. La sensación de su mente me resultaba familiar, pero puede que un hada fuese capaz de imitar eso también. Me quedé escuchando un momento. No, era definitivamente mi hermano.
Me resultaba raro verlo recostado tranquilamente, y más extraño todavía que estuviese solo. Jason siempre estaba hablando, bebiendo, ligando con las mujeres, trabajando o remodelando la casa; y si no estaba con una mujer, casi siempre iba acompañado de algún amigo: solía ser Hoyt, hasta que fue requisado por Holly, y ahora era Mel. La meditación y la soledad no eran estados que se pudieran asociar fácilmente con mi hermano. Pero al verle contemplar el cielo mientras sorbía mi taza de café caí en la cuenta de que Jason acababa de enviudar.
Era una identidad totalmente nueva para él, una pesada carga que quizá no pudiera aguantar. Se había preocupado por Crystal más de lo que ella lo había hecho por él. Aquélla había sido otra nueva experiencia para Jason. Crystal, que era guapa, estúpida e infiel, era la horma femenina de su zapato. Puede que su infidelidad hubiese sido su forma de reafirmar su independencia, de luchar contra el embarazo que la había atado a Jason. O puede que sencillamente fuese una mala persona. Nunca la había comprendido, y ahora nunca podría hacerlo.
Sabía que tenía que hablar con mi hermano. Aunque le había dicho que se mantuviera alejado de mí, no me hacía caso. ¿Y cuándo lo había hecho? Quizá había tomado la tregua temporal causada por la muerte de Crystal como un nuevo estado de las cosas.
Suspiré y me dirigí hasta la puerta de atrás. Como me había acostado tan tarde, me había duchado antes de hacerme el café. Cogí mi vieja chaqueta acolchada rosa del colgador junto a la puerta y me la puse sobre los vaqueros y el jersey.
Puse una taza de café en el suelo, junto a Jason, y me senté en la silla plegable que había al lado. No volvió la cabeza, a pesar de saber que estaba allí. Sus ojos se ocultaban detrás de unas gafas de sol.
– ¿Me has perdonado? -preguntó, después de probar el café. Tenía la voz ronca y densa. Pensé que había estado llorando.
– Espero poder hacerlo tarde o temprano -dije-. Pero no volveré a sentir lo mismo por ti.
– Dios, qué despiadada te has vuelto. Eres toda la familia que me queda. -Las gafas de sol se volvieron para mirarme. «Tienes que perdonarme porque eres la única persona que me queda que pueda hacerlo».
Lo miré, algo exasperada, algo triste. Si me había vuelto despiadada era en respuesta al mundo que me rodeaba.
– Si tanto me necesitas, creo que deberías habértelo pensado dos veces antes de jugármela así. -Me froté la cara con la mano libre. Jason tenía una familia de la que no sabía nada, pero no pensaba decírselo. Sólo intentaría usar a Niall también.
– ¿Cuándo dejarán disponer del cuerpo de Crystal? -pregunté.
– Puede que dentro de una semana -dijo-. Entonces podremos celebrar el funeral. ¿Vendrás?
– Sí. ¿Dónde se celebrará?
– Hay una capilla cerca de Hotshot -contestó-. No parece gran cosa.
– ¿La Iglesia del Santo Tabernáculo? -Era un edificio desvencijado blanco con la pintura desconchada en medio del campo.