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Llamé a Sam. No recuerdo qué le dije, pero recuerdo haberle convencido para que no viniese a recogerme. Le conté que había mucha gente en la escena del crimen, y que la mayoría iba armada. Después, no me quedó nada que hacer, más que perder la mirada en el bosque. Estaba conformado por una maraña de ramas caídas, hojas y una variedad de capas marrones, salpicadas por pinos de diversas alturas. La claridad del día hacía que los patrones sombríos resultaran fascinantes.

Mientras contemplaba las profundidades boscosas, me dio la impresión de que algo me devolvía la mirada. Varios metros por detrás del linde de árboles había un hombre de pie; no, no era un hombre, era un hada. No puedo leer a las hadas con mucha claridad; no son tan vacías como los vampiros, aunque sí lo más parecido.

Pero era fácil leer la hostilidad en su postura. Ese hada no era del bando de mi bisabuelo. No le habría importado verme tendida en el suelo desangrándome. Estiré la espalda, repentinamente consciente de que no tenía la menor idea de si todos esos policías serían suficientes para mantenerme a salvo de ese ser. Mi corazón volvió a galopar alarmado, respondiendo a la adrenalina con algo de pereza. Quería decir a la gente que estaba en peligro, pero sabía que si señalaba al hada ante cualquiera de los presentes, no sólo se desvanecería entre los árboles, sino que podría estar poniendo en peligro más vidas. Y eso ya lo había hecho suficiente por ese día.

Cuando me levanté de la silla plegable sin un verdadero plan en mente, el hada me dio la espalda y se desvaneció.

«¿Es que no puedo tener ni un momento de tranquilidad?». Al paso de ese pensamiento, tuve que inclinarme y cubrirme la cara con las manos porque me entró la risa, y no era de las sanas. Andy se acercó y se puso delante de mí, tratando de mirarme a la cara.

– Sookie -dijo, y por una vez su voz era amable-. Eh, chica, no te derrumbes. Tienes que hablar con el sheriff Dearborn.

No sólo hablé con él, sino que también tuve que hacerlo con un montón más de gente. Más tarde, no recordaría ninguna de esas conversaciones. Eso sí, conté la verdad siempre que me preguntaron.

No mencioné haber visto un hada en el bosque porque nadie me preguntó: «¿Ha visto a alguien más esta tarde?». En cuanto tuve un instante libre de tristezas y sensaciones fuertes, me pregunté por qué había aparecido, por qué se había mostrado. ¿Me andaba siguiendo? ¿Tenía yo alguna especie de micrófono sobrenatural colocado?

– Sookie -dijo Bud Dearborn. Salí de mi trance con un parpadeo.

– ¿Señor? -Me levanté, con los músculos temblorosos.

– Ya puedes irte. Volveremos a hablar más tarde -dijo.

– Gracias -respondí, apenas consciente de lo que estaba diciendo. Me subí al coche totalmente entumecida. Me obligué a conducir a casa para ponerme el uniforme de camarera e irme al trabajo. Servir bebidas sería mucho mejor que quedarme sentada en casa dándole vueltas a los acontecimientos del día, si es que conseguía aguantar de pie tanto tiempo.

Amelia estaba en el trabajo, así que tenía la casa para mí mientras me enfundaba los pantalones del bar y la camiseta de manga larga con la insignia del Merlotte's. Estaba helada hasta la médula, y por primera vez deseé que Sam hubiese comprado jerséis para trabajar en el bar. Mi reflejo en el espejo del baño era horrible: estaba pálida como un vampiro, tenía unas enormes ojeras y supongo que mostraba el aspecto de una persona que ha visto a muchas otras sangrando en el mismo día.

La tarde se antojaba fría y tranquila mientras me dirigía hasta el coche. No tardaría en oscurecer. Como Eric y yo estábamos vinculados, siempre que oscurecía pensaba en él. Ahora que nos habíamos acostado, mis pensamientos se transformaron en anhelo. Intenté meterlo en la trastienda de mi mente mientras conducía hacia el bar, pero insistía en salir a flote.

Puede que se debiese a que el día había sido una pesadilla, pero me di cuenta de que estaba dispuesta a perder todos mis ahorros a cambio de ver a Eric en ese preciso instante. Caminé pesadamente hasta la puerta de los empleados, con la mano aferrada en la paleta que guardaba en el bolso. Pensaba que me podían atacar, pero estaba tan preocupada que se me olvidó proyectar mi sentido para detectar otras presencias, y no vi a Antoine a la sombra del contenedor hasta que se adelantó para saludarme. Estaba fumando un cigarrillo.

– La madre que…, Antoine me has dado un susto de muerte.

– Lo siento, Sookie. ¿Vas a plantar algo? -dijo, mirando la paleta que había sacado del bolso-. No hay mucho trabajo esta noche. Me he salido un momento a echar un pitillo.

– ¿Está todo el mundo tranquilo hoy? -Volví a guardar la herramienta sin dar explicaciones. Con un poco de suerte, lo achacaría a mi rareza en general.

– Sí, no ha venido nadie a sermonearnos y nadie ha muerto. -Sonrió-. D'Eriq no para de hablar de un tipo que se presentó antes y que asegura que es un hada. A pesar de que D'Eriq es un tipo simple, hay veces que puede ver cosas que otros no. Pero… ¿hadas?

– ¿Seguro que se refería a hadas…, como las de los cuentos? -Si creía que no me quedaba más energía para estar alarmada, me equivocaba. Recorrí el aparcamiento con la mirada, muy asustada.

– Sookie, ¿es verdad? -Antoine me miraba fijamente.

Me encogí débilmente de hombros. Pillada.

– Mierda -saltó Antoine-. Mierda, mierda. Éste ya no es el mismo mundo en el que nací, ¿eh?

– No, Antoine, no lo es. Si D'Eriq dice alguna cosa más, cuéntamelo, por favor. Es importante.

Podía tratarse de mi bisabuelo que venía a interesarse por mí, o de su hijo Dillon. O del señor Hostil que me había estado espiando desde el bosque. ¿Qué había removido tanto el mundo de las hadas? Durante años no vi ninguna. Y ahora no podía dar un paso sin temor a pisarlas.

Antoine me miró dubitativo.

– Claro, Sookie. ¿Estás metida en algún problema del que deba saber algo?

Hasta el cuello, si tú supieras…

– No, no. Sólo intento evitar un problema -dije, porque no quería que Antoine se preocupase, y sobre todo que compartiese la preocupación con Sam. Éste ya tenía bastante con lo suyo.

Lo cierto es que Sam había oído varias versiones de los acontecimientos que se produjeron en la caravana de Arlene, pero tuve que hacerle un rápido resumen mientras me preparaba para trabajar. Estaba muy irritado por las intenciones de Donny y Whit, y cuando le dije que el primero estaba muerto, él respondió:

– Whit tendría que haber ido detrás.

No estaba segura de haber oído bien. Pero cuando lo miré a la cara, pude ver que estaba muy enfadado, vengativo incluso.

– Sam, creo que ya ha muerto mucha gente -dije-. No les he perdonado, y puede que no pueda hacerlo nunca, pero no creo que ellos matasen a Crystal.

Sam se volvió con un bufido y quitó de en medio una botella de ron con tanta fuerza que pensé que iba a romperla.

A pesar de la ligera alarma, aquella noche no fue mal…, no pasó nada.

No apareció nadie anunciando de repente que era una gárgola y que quería su sitio en el país.

Nadie estalló en cólera. Nadie intentó matarme, avisarme de un peligro o mentirme; nadie me prestó especial atención. Volvía a formar parte del ambiente del Merlotte's, algo que en otros tiempos solía aburrirme. Recordé las noches anteriores a conocer a Bill Compton, cuando sabía de la existencia de los vampiros pero nunca había visto uno en persona. Recordé cómo anhelaba conocer alguno. Creí su propaganda, que aseguraba que eran víctimas de una especie de virus que los volvía alérgicos a varias sustancias (el sol, el ajo, la comida) y que sólo podían subsistir a base de la ingestión de sangre.