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Esa última parte, al menos, había resultado ser cierta.

Mientras trabajaba me puse a pensar en las hadas. Eran diferentes de los vampiros y los licántropos. Aunque no supiera cómo lo hacían, podían huir a su propio mundo, un mundo que yo no deseaba conocer o visitar. Las hadas nunca habían sido humanas. Los vampiros, al menos, podían recordar lo que es ser humano, y los licántropos lo eran la mayor parte del tiempo, a pesar de tener una cultura diferente; ser un licántropo era como tener una doble nacionalidad, pensé. Era una diferencia capital entre las hadas y los demás seres sobrenaturales, y hacía de las primeras algo realmente temible. En el transcurso de la noche, mientras yo iba de mesa en mesa, esforzándome para tomar buena nota de los encargos y servirlos con una sonrisa, me pregunté en ocasiones si no habría sido mejor no conocer a mi bisabuelo. Y la idea me resultaba muy atractiva.

Le serví a Jane Bodehouse la cuarta copa e indiqué a Sam que teníamos que cortarle el grifo. Jane seguiría bebiendo, le sirviéramos o no. Su propósito de dejarlo no había durado ni una semana, aunque me habría sorprendido lo contrario. No era la primera vez que tomaba una decisión parecida, y los resultados siempre eran los mismos.

Al menos, si bebía aquí, nos podíamos asegurar de que llegara a casa de una pieza. «Ayer maté a un hombre». Quizá su hijo apareciera para llevársela; era un buen tipo que no sabía lo que era beber alcohol. «Hoy he visto cómo le disparaban a un hombre». Tuve que quedarme quieta un momento, porque la sala parecía ladearse por momentos.

Al cabo de un instante me sentí más asentada. Me pregunté si podría seguir así lo que quedaba de noche. Obligándome a poner un pie delante del otro y bloqueando las malas experiencias (ya era una experta en eso) pude seguir adelante. Incluso me acordé de preguntarle a Sam por su madre.

– Está mejor -dijo, cerrando la caja-. Mi padrastro también ha pedido el divorcio. Dice que ella no merece ninguna pensión porque no le habló de su auténtica naturaleza cuando se casaron.

A pesar de que siempre estaré del lado de Sam, sea el que sea, tenía que admitir (aunque estrictamente a mí misma) que podía entender a su padrastro.

– Lo siento -contesté inadecuadamente-. Sé que es un duro trance para tu madre y toda tu familia.

– La novia de mi hermano tampoco está muy contenta -dijo Sam.

– Oh, no, Sam, no me digas que le disgusta el hecho de que tu madre…

– Sí, y, por supuesto, también sabe lo mío. Mis hermanos se están acostumbrando. Ellos lo llevan bien… pero Deidra no se siente igual. Ni sus padres, supongo.

Palmeé el hombro de Sam, ya que no sabía qué más decirle. Esbozó una leve sonrisa y luego me abrazó.

– Aguantaste como una campeona, Sookie -dijo, y entonces la espalda se le puso rígida. Sus fosas nasales se dilataron-. Hueles al…, hay un rastro de vampiro -añadió, y toda la tibieza abandonó su voz. Me soltó y me dedicó una dura mirada.

Me había frotado bien y había usado todos mis productos habituales para la piel, pero el fino olfato de Sam había captado la marca que Eric había dejado.

– Bueno -empecé a decir, pero no seguí. Traté de organizar lo que quería contar, pero las últimas cuarenta horas habían sido agotadoras-. Sí-opté por confesar-. Eric estuvo en casa anoche. -Y así lo dejé. Se me estremeció el corazón. Pensé en explicarle a Sam lo de mi bisabuelo y el problema en el que estábamos metidos, pero él ya tenía suficiente en lo que pensar. Además, ya había bastante miseria en el ambiente por lo de Arlene y su arresto.

Estaban pasando demasiadas cosas.

Tuve otro episodio de mareo y náuseas, pero se pasó rápidamente, como la primera vez. Sam ni se dio cuenta. Estaba perdido en sus grises pensamientos, al menos hasta donde podía leer su complicada mente de cambiante.

– Acompáñame al coche -dije impulsivamente. Necesitaba ir a casa y dormir un poco, y no tenía la menor idea de si Eric aparecería esa noche o no. No me apetecía que surgiera nadie más para sorprenderme, como hizo Murry en su momento. No me apetecía que nadie quisiera llevarme hasta mi perdición o se pusiera a disparar a mi alrededor. Y tampoco quería más traiciones por parte de gente a la que apreciaba.

Tenía una larga lista de exigencias, y sabía que eso no era nada bueno.

Mientras sacaba mi bolso del cajón de Sam y daba las buenas noches a Antoine, que seguía limpiando la cocina, me di cuenta de que sólo quería volver a casa sin hablar con nadie más y dormir toda la noche del tirón.

Me pregunté si eso sería posible.

Sam no dijo nada más acerca de Eric, y pareció atribuir mi exigencia de escolta hasta el coche como un ataque de nervios tras el incidente de la caravana. Podría haberme quedado en la puerta del bar y haber escrutado el entorno con mis sentidos, pero tomar precauciones extra no estaba de más; mi telepatía y el olfato de Sam hacían buen equipo. Estaba ansioso por comprobar el aparcamiento; de hecho, pareció desilusionarse cuando anunció que no había nadie aparte de nosotros.

Mientras me alejaba, vi por el retrovisor cómo Sam se apoyaba sobre el capó de su camioneta, que estaba aparcada frente a su caravana. Tenía las manos en los bolsillos y clavaba la vista en la grava como si la odiase. Justo antes de girar, Sam dio unos golpes ausentes en el capó y se encaminó hacia el bar, con los hombros caídos.

Capítulo 13

– Amelia, ¿qué funciona contra las hadas? -pregunté. Había dormido toda la noche del tirón y me sentía mucho mejor gracias a ello. El jefe de Amelia había salido de la ciudad, por lo que ella tenía la tarde libre.

– ¿Te refieres a un repelente para hadas? -quiso saber.

– Sí, o que incluso les cause la muerte -dije-. Prefiero eso a que me maten ellas a mí. Tengo que defenderme.

– No sé mucho sobre hadas, como son tan escasas y reservadas… -explicó-. No estaba segura de que aún existiesen hasta que te oí hablar de tu bisabuelo. Necesitas una especie de spray anti hadas, ¿eh?

De repente, tuve una idea.

– Ya sé, Amelia -dije, sintiéndome muy feliz por primera vez en días. Fui a hurgar en la nevera. Estaba segura de que había una botella de ReaLemon-. Ahora lo único que tengo que hacer es comprar una pistola de agua del Wal-Mart -añadí-. No es verano, pero seguro que tienen algo en el departamento de juguetería.

– ¿Y eso servirá?

– Sí, es un hecho sobrenatural poco conocido. El mero contacto es fatal. Tengo entendido que si lo ingieren el resultado es incluso más rápido. Si puedes metérselo a un hada en la boca abierta, tendríamos un hada muerta en un instante.

– Parece que estás metida en problemas bien gordos, Sookie. -Amelia había estado leyendo, pero ahora el libro reposaba sobre la mesa.

– No te diré que no.

– ¿Quieres que hablemos de ello?

– Es complicado. Difícil de explicar.

– Ya conozco la definición de «complicado».

– Perdona. Bueno, puede que no sea seguro para ti conocer los detalles. ¿Podrías ayudar? ¿Funcionarían tus palabras contra las hadas?

– Consultaré mis fuentes -dijo Amelia, con ese aire de sabiduría que sacaba cuando no tenía ni idea de algo-. Llamaré a Octavia si fuera necesario.

– Te lo agradecería. Y si necesitas ingredientes para los conjuros, el dinero no será un problema. -Esa misma mañana había recibido en el buzón un cheque de los fondos de Sophie-Anne. El señor Cataliades había saldado la deuda que ella tenía contraída conmigo. Pensaba ingresarlo en el banco por la tarde, ya que la oficina estaría abierta.

Amelia tomó una profunda bocanada de aire y se quedó atascada. Aguardé. Como es una emisora de pensamientos muy clara, sabía de lo que quería hablar, pero para mantener la relación en cierto pie de igualdad, guardé silencio hasta que se decidiera a hablar.