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– Tray, que tiene algunos amigos en la policía, aunque no demasiados, me ha dicho que Whit y Arlene niegan que hubieran matado a Crystal. Ellos… Arlene dice que planeaban dar ejemplo contigo de lo que le pasa a la gente que frecuenta a seres sobrenaturales; se inspiraron en la muerte de Crystal.

El buen humor se me evaporó. Sentí que un tremendo peso caía sobre mis hombros. Oírlo en voz alta lo hacía más terrible si cabe. No se me ocurría qué decir.

– ¿Qué ha oído Tray que pueden hacer con ellos? -pregunté finalmente.

– Depende de quién disparara la bala que hirió a la agente Weiss. Si fue Donny, bueno, está muerto. Whit puede decir que le estaban disparando y que devolvió el fuego. Puede decir que no sabía nada de ningún plan para hacerte daño. Que estaba visitando a su novia y que dio la casualidad de que tenía unas piezas de madera en la camioneta.

– ¿Y qué hay de Helen Ellis?

– Le dijo a Andy Bellefleur que se pasó por la caravana para recoger a los críos, porque, como habían sacado tan buenas notas, les había prometido llevarlos al Sonic a tomar un helado como premio. Aparte de eso, dice que no sabe nada. -El rostro de Amelia expresaba un profundo escepticismo.

– Así que Arlene es la única que habla. -Sequé la bandeja para hornear. Había hecho galletas por la mañana. Terapia de cocina, barata y satisfactoria.

– Sí, pero puede retractarse en cualquier momento. Estaba muy nerviosa cuando declaró, pero se calmará. Aunque quizá sea demasiado tarde. O al menos eso podemos esperar.

Yo tenía razón; Arlene era el eslabón más débil.

– ¿Tiene abogado?

– Sí. No podía permitirse a Sid Matt Lancaster, así que se ha quedado con Melba Jennings.

– Buena jugada -dije, pensativa. Melba Jennings era apenas un par de años mayor que yo. Era la única chica negra de Bon Temps que había ido a la facultad de Derecho. Mostraba una fachada de piedra y era combativa hasta el extremo. Se sabía que otros colegas habían hecho lo increíble para evitarla si la veían venir-. Eso le hará parecer menos fanática.

– No creo que vaya a engañar a nadie, pero Melba es como una pit bull. -Melba había estado en la agencia de seguros de Amelia en representación de un par de clientes-. Será mejor que vaya a hacer mi cama -dijo, levantándose y estirándose-. Eh, Tray y yo nos vamos al cine a Clarice esta noche. ¿Te apetece venir?

– Siempre intentas incluirme en tus citas. Espero que no te estés aburriendo ya de Tray.

– Ni hablar -respondió Amelia, algo sorprendida-. De hecho, creo que es genial. Pero es que Drake, el colega de Tray, le ha estado presionando. Te vio en el bar y quiere conocerte.

– ¿Es licántropo?

– Sólo un tío normal. Pero cree que eres bonita.

– No salgo con tíos normales -dije, sonriente-. Nunca acaba funcionando bien. -De hecho solía ser un desastre. Imaginad cómo es saber lo que vuestra pareja piensa de vosotras cada minuto.

Además, estaba Eric y nuestra relación indefinida, por íntima que fuera.

– Guárdate la carta en la manga por si acaso. Es muy mono, y con mono quiero decir que está buenísimo.

Cuando Amelia subió las escaleras, me serví una taza de té. Intenté leer, pero no podía concentrarme en el libro. Al final, deslicé el marcapáginas y me quedé mirando al vacío, pensando en un montón de cosas.

Me preguntaba dónde estarían los hijos de Arlene en ese momento. ¿Con su vieja tía, que vivía en Clarice? ¿O seguirían con Helen Ellis? ¿Le caía tan bien Arlene como para quedarse con sus hijos?

No podía desprenderme de la molesta sensación de responsabilidad por la situación de los críos, pero era una de esas cosas que tendría que sufrir sin más. La auténtica responsable era Arlene. No podía hacer nada por ellos.

Como si pensar en niños hubiese agitado los hilos del universo, en ese instante sonó el teléfono. Me levanté y lo cogí en la cocina.

– Diga -dije con entusiasmo.

– ¿Señorita Stackhouse? ¿Sookie?

– Sí, soy yo -contesté.

– Soy Remy Savoy.

El ex de mi difunta prima Hadley y padre de su hijo.

– Qué alegría oírte. ¿Cómo está Hunter? -Hunter era un niño «dotado», Dios lo bendiga. Había recibido el mismo «don» que yo.

– Está bien. Eh, en cuanto a eso…

– Dime. -íbamos a hablar de telepatía.

– Pronto necesitará orientación. Va a empezar la guardería. Se darán cuenta. Quiero decir que, aunque lleve un tiempo, tarde o temprano…

– Sí, se darán cuenta. -Abrí la boca para sugerirle a Remy que me trajese a Hunter el próximo día que librase o a proponerle que yo fuera a verlo a Red Ditch. Pero entonces recordé que era el objetivo de un grupo de hadas homicidas. No era el mejor momento para una visita familiar, ¿y quién me garantizaba que no me seguirían hasta la casa de Remy? Hasta el momento, ninguna de ellas sabía nada de Hunter. Ni siquiera le había hablado a mi bisabuelo sobre el talento especial del niño. Si el propio Niall no lo sabía, cabía la posibilidad de que ninguno de los hostiles hubiese averiguado la información.

Así que lo mejor era no correr riesgos.

– Estoy deseando que nos veamos y nos vayamos conociendo más. Prometo que le ayudaré todo lo que pueda -dije-. Es sólo que ahora mismo me es imposible. De todas formas, como aún le queda algo de tiempo antes de empezar la guardería, ¿qué te parece de aquí a un mes?

– Oh -respondió Remy algo desconcertado-. Esperaba poder llevarlo durante mi día libre.

– Tengo unos problemas aquí que me gustaría resolver antes. -Si es que seguía viva después de resolverlos… pero no quería imaginar nada. Busqué una excusa plausible y, por supuesto, la encontré-. Mi cuñada acaba de morir -le dije a Remy-. Te llamaré cuando no esté tan ocupada con los detalles del… -No sabía cómo culminar la frase-. Prometo que será más pronto que tarde. Si no te pilla en un día libre, quizá Kristen podría traerlo. -Kristen era la novia de Remy.

– Es que ella es parte del problema -explicó. Parecía cansado, pero también un poco divertido-. Hunter le dijo a Kristen que sabía que no le gustaba mucho, y que debería dejar de pensar en su padre sin la ropa puesta.

Respiré hondo, traté de no reírme, pero no lo conseguí.

– Lo siento -dije-. ¿Cómo lo está llevando Kristen?

– Se puso a llorar. Luego me aseguró que me quería, pero que mi hijo era un bicho raro, y se fue.

– El peor escenario posible -dije-. Eh… ¿Crees que se lo contará a otras personas?

– No veo por qué no debería.

Aquello me sonaba deprimentemente familiar: sombras de mi dolorosa infancia.

– Remy, lo siento -dije. Por lo poco que lo conocía, Remy me parecía un buen tipo, y me constaba que estaba dispuesto a darlo todo por su hijo-. Si te sirve de algo, te confesaré que yo sobreviví a todo eso.

– Tú sí, pero ¿y tus padres? -Su voz me llegó con un tinte de sonrisa.

– No -respondí-. No obstante, lo suyo no tuvo nada que ver conmigo. Quedaron atrapados en una riada repentina cuando volvían a casa una noche. Llovía a mares, la visibilidad era muy mala, el agua era del mismo color que la carretera y, al pasar bajo un puente, la riada se los llevó. -Algo hizo un chasquido en mi cerebro, una especie de señal que me indicó la importancia de ese pensamiento.

– Lo siento, sólo bromeaba -dijo Remy, abrumado.

– No te preocupes. Son cosas que pasan -señalé, de la manera en que lo haces cuando no quieres que la otra persona haga un mundo de tus sentimientos.

Lo dejamos en que le llamaría en cuanto tuviese algo de «tiempo libre» (o lo que venía a ser «cuando nadie intentara matarme», pero le ahorré los detalles a Remy). Colgué y me quedé sentada en el banco de la cocina, junto a la encimera. Era la primera vez que pensaba en la muerte de mis padres en mucho tiempo. Sólo tenía unos tristes recuerdos, y eso era lo más triste de todo. Jason tenía diez años y yo siete, así que mis recuerdos no eran precisos. Claro que habíamos hablado de ello varias veces a lo largo de los años, y nuestra abuela nos había contado la historia muchas veces, sobre todo a medida que se hacía mayor. Siempre era la misma. La lluvia torrencial, la carretera que llevaba a la hondonada por la que pasaba la corriente, el agua negra… y barridos hacia la oscuridad. Encontraron la camioneta al día siguiente, y sus cuerpos uno o dos días más tarde.