– La pido en calidad de alguien que salvó la vida de Felipe de Castro -contesté.
– Presentaré tu petición a Victor, ya que en este momento se encuentra en el bar -dijo Eric suavemente-. Te volveré a llamar esta noche.
– Genial. -Consciente del excelente oído de los vampiros, añadí-: Te lo agradezco, Eric -como si fuésemos unos conocidos que se llevaban bien.
Esquivando mentalmente la pregunta de qué éramos el uno para el otro, guardé el móvil y fui corriendo a trabajar, ya que llegaba un par de minutos tarde. Ahora que había recurrido a Eric, me sentía mucho más optimista acerca de mis probabilidades de supervivencia.
Capítulo 14
Esa noche mantuve los oídos mentales bien abiertos, así que no puede decirse que lo pasara bien. Después de años de práctica y algo de ayuda de Bill, había aprendido a bloquear la mayoría de los pensamientos de los humanos que me rodeaban. Pero esa noche fue como volver a los viejos malos tiempos, cuando no paraba de sonreír para ocultar la confusión que me causaba el constante bombardeo de murmullos mentales.
Cuando pasé junto a la mesa donde Bud Dearborn y su buen amigo Sid Matt Lancaster tomaban unas cestas de pollo y unas cervezas, oí: «Lo de Crystal no es una gran pérdida, pero nadie crucifica a nadie en la parroquia de Renard… Tenemos que resolver este caso» y «Entre nuestros clientes hay auténticos licántropos. Ojalá Elva Deane viviese para verlo; le habría encantado». Sid Matt pensaba en sus hemorroides y el cáncer que se le extendía.
Oh, vaya, no lo sabía. Cuando volví a pasar junto a la mesa, di unas palmadas en el hombro del venerable abogado.
– Avísame si necesitas algo -dije, para encontrarme con la mirada despistada de una tortuga. Se lo podía tomar como quisiera, siempre que supiera que estaba dispuesta a ayudarle.
Cuando lanzas la red tan lejos, recoges mucha morralla. A lo largo de la noche descubrí que Tanya estaba meditando establecerse definitivamente con Calvin, que Jane Bodehouse creía tener clamidia y se preguntaba quién era el responsable y que Kevin y Kenya, oficiales de policía que siempre solicitaban el mismo turno, vivían juntos. Dado que Kenya era negra y Kevin no podía ser más blanco, el asunto a él le estaba causando problemas con sus amigos, pero se mantenía firme. El hermano de Kenya tampoco estaba muy contento acerca de su situación doméstica, pero no hasta el punto de querer darle una paliza a Kevin, ni nada parecido. Les sonreí ampliamente cuando les llevé sus bourbons con cola, y ellos me devolvieron el gesto. Era tan raro ver a Kenya romper en una sonrisa que casi suelto una carcajada. Perdía cinco años cuando lo hacía.
Andy Bellefleur llegó con su nueva esposa, Halleigh. Ella me caía bien, y nos saludamos con un abrazo. Estaba pensando que quizá estuviese embarazada y que era demasiado pronto para tener familia, pero Andy era algo mayor que ella. El posible embarazo no estaba planeado, así que le preocupaba cómo se tomaría Andy la noticia. Como estaba en plena proyección esa noche, intenté hacer algo nuevo. Centré mi sentido en el vientre de Halleigh. Aunque, incluso si de verdad estaba embarazada, puede que fuese demasiado temprano para que el pequeño cerebro enviase señales.
Andy pensaba que Halleigh había estado muy callada durante los últimos dos días, y le preocupaba que le pasara algo. También le inquietaba la investigación de la muerte de Crystal, y cuando sintió que Bud Dearborn ponía los ojos en él, deseó haber escogido otro lugar de Bon Temps en el que pasar la noche. El tiroteo en la caravana de Arlene lo tenía obsesionado.
Las demás personas del bar pensaban en las cosas más típicas.
¿Y en qué consisten los pensamientos más típicos? Bueno, son muy, muy aburridos.
La mayoría de la gente piensa en sus problemas económicos, qué necesitan comprar, las tareas domésticas pendientes, el trabajo… Y se preocupan mucho por sus hijos. Meditan asuntos relacionados con sus jefes, mujeres y compañeros de trabajo, así como de los demás miembros de sus iglesias.
En general, el noventa y cinco por ciento de lo que oigo son cosas que nadie se molestaría en escribir en un diario.
De vez en cuando, los chicos (y, en menor medida, las mujeres) piensan en sexo con alguien que ven en el bar; pero, honestamente, es algo tan común que puedo dejarlo de lado, a menos que estén pensando en mí. Eso es bastante asqueroso. Los pensamientos sexuales se multiplican conforme aumenta el consumo de alcohol; nada sorprendente.
Los que pensaban en Crystal y su muerte eran los agentes de la ley encargados de resolver el caso. Si alguno de los culpables del asesinato estaba en el bar, sencillamente no estaba pensando en ello. Y tenía que haber más de una persona implicada por fuerza. Un hombre solo no podía plantar la cruz; al menos no sin una gran preparación y un buen surtido de poleas. Tenía que ser algo sobrenatural para hacerlo solo.
Por ahí iban los pensamientos de Andy Bellefleur mientras esperaba su ensalada con pollo crujiente.
No podía sino estar de acuerdo con él. Seguro que Calvin ya había tenido en consideración esa posibilidad. Él había olfateado el cuerpo y no había dicho que hubiera detectado ningún animal cambiante. Pero entonces recordé que uno de los dos tipos que bajaron el cuerpo era sobrenatural.
Me encontraba en un callejón sin salida hasta que Mel entró en el bar. Mel, que vivía alquilado en uno de los dúplex de Sam, parecía un descarte del casting del musical de Robin Hood. Una alargada melena castaña, el bigote, la barba y los pantalones ceñidos le otorgaban ese aire teatral.
Me sorprendió al darme un abrazo a medias antes de sentarse, como si fuese una vieja amiga suya.
Quizá ese comportamiento obedecía a que él y mi hermano eran panteras… pero aquello seguía sin tener sentido para mí. Ninguna de las demás panteras se había portado de forma amable conmigo por culpa de Jason… Ni por asomo. En todo caso, la comunidad de Hotshot se había mostrado agradable conmigo cuando Calvin Norris sopesó la posibilidad de que yo fuera su pareja. ¿Se le habría ocurrido a Mel la misma posibilidad? Eso sería desagradable… e inoportuno.
Hice una pequeña incursión en la mente de Mel, donde no encontré pensamientos lujuriosos hacia mí. Y si yo le hubiera atraído, los habría tenido, ya que lo tenía justo delante. Pero Mel pensaba en lo que Catfish Hennessy, el jefe de Jason, había estado diciendo de él en el taller de Bon Temps ese día. La paciencia de Catfish se había acabado, y le había confesado a Mel que estaba pensando en despedir a Jason.
Mel estaba muy preocupado por mi hermano, bendito sea. Siempre me había preguntado cómo alguien tan egoísta como mi hermano había conseguido atraer siempre a amigos tan leales. Mi bisabuelo me había dicho que la gente con sangre feérica resultaba más atractiva para los demás humanos, así que puede que ahí estuviese la explicación.
Fui detrás de la barra para ponerle más té a Jane Bodehouse, que intentaba mantenerse sobria para recopilar una lista de los tipos que podrían haberle contagiado la clamidia.
Un bar no es buen sitio para iniciar un programa de sobriedad… Pero Jane, de todas formas, tampoco tendría probabilidades de éxito en otro lugar. Coloqué una rodaja de limón en el té y se lo puse a Jane, observando cómo le temblaban las manos mientras cogía el vaso y se bebía el contenido.
– ¿Quieres algo de comer? -pregunté, manteniendo la voz baja y tranquila. Sólo porque no hubiera visto nunca a un borracho reformarse en un bar no significaba que no pudiese ocurrir.