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– Hola-dijo Tray con cautela-. ¿Cómo te va… Bubba?

Me alegró que Tray se ciñera al nombre.

– Muy bien, gracias. Tengo sangre en la nevera ahí fuera, y la señorita Sookie tiene TrueBlood en el frigorífico, o al menos solía tener.

– Sí, aún me queda-dije-. ¿Te apetece sentarte, Bubba?

– No, señorita. Creo que cogeré una botella y me iré al bosque. ¿Bill sigue viviendo al otro lado del cementerio?

– Sí.

– Siempre es bueno tener amigos cerca.

No estaba segura de poder considerar a Bill como un amigo, nuestra historia era demasiado compleja para ello. Pero sí lo estaba, y completamente, de que me ayudaría si me encontrase en peligro.

– Sí -dije-. Está muy bien.

Bubba hurgó en la nevera y apareció con dos botellas. Las alzó hacia Tray y hacia mí, y cogió la puerta con una sonrisa.

– Por Dios bendito -dijo Tray-. ¿Es quien creo que es?

Asentí mientras me sentaba frente a él.

– Eso explica por qué tanta gente dice que lo ha visto -respondió-. Bueno, escucha, él vigila ahí fuera y yo aquí dentro. ¿Te parece bien?

– Sí. Supongo que has hablado con Alcide.

– Sí. No quiero meterme en tus asuntos, pero me habría gustado saber todo esto de tu boca. Sobre todo por lo que le comentaste a Amelia de Drake. Está molesta porque cree haber colaborado con el enemigo sin saberlo. De haber sabido de tus problemas, nos habríamos encargado de que no se fuese de la lengua. Lo habría matado en cuanto se me hubiese presentado. Nos habríamos ahorrado muchos problemas. ¿Lo has pensado?

Tray no era de los que se iban por las ramas.

– Creo que sí te estás metiendo en mis asuntos, Tray. En calidad de amigo mío y novio de Amelia, te digo lo que creo que puedo sin poner en peligro vuestra vida. Jamás se me ocurrió que los enemigos de Niall tratarían de obtener información mía a través de mi compañera de piso. Y no sabía que no fueras capaz de distinguir un hada de un humano. -Tray dio un respingo-. Puede que no quieras responsabilizarte de mi seguridad, teniendo en cuenta que tu novia está bajo el mismo techo que la mujer a la que tienes que proteger. ¿Es un conflicto demasiado grande para ti?

Tray se me quedó mirando fijamente.

– No, quiero el trabajo -contestó, y por muy licántropo que fuese, supe que su verdadero objetivo era proteger a Amelia. Como vivíamos juntas, podía matar dos pájaros de un tiro protegiéndome a mí-. Más que nada porque a ese Drake le debo una. Nunca supe que era un hada, y no sé cómo consiguió engañarme. Tengo buen olfato.

El orgullo de Tray estaba herido. Eso podía comprenderlo.

– El padre de Drake puede ocultar su olor, incluso de los vampiros. Quizá Drake pueda hacer lo mismo. Además, no es un hada puro. Es medio humano, y su nombre auténtico es Dermot.

Tray asimiló la información y asintió. Supe que él se sentía mejor. Intenté averiguar si se podía decir lo mismo de mí.

Tenía mis recelos en cuanto al acuerdo. Pensé en llamar a Alcide para explicarle por qué pensaba que Tray no era el guardaespaldas ideal, pero decidí reprimirme. Tray Dawson era un gran luchador y haría todo lo posible por mí… hasta el momento en que tuviese que escoger entre Amelia y yo.

– ¿Y bien? -dijo, y me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo callada.

– El vampiro puede vigilar por la noche y tú de día -sugerí-. No debería tener problemas mientras esté en el bar. -Volví a colocar mi silla y salí de la cocina sin decir nada más. Debo admitir que, lejos de aliviarme, me sentía más preocupada. Creía haber hecho bien en solicitar un activo extra de protección, pero ahora estaría preocupada por los hombres que me ofrecían ese extra.

Me preparé para meterme en la cama sin prisas, admitiendo que albergaba la esperanza de que Eric hiciese su aparición. Me habría encantado contar con su particular terapia de relajación para dormir. Probablemente me pasaría toda la noche tumbada a la espera del siguiente ataque. Pero resultó que, como estaba tan cansada de la noche anterior, me quedé dormida antes de lo que esperaba.

En vez de mis habituales sueños aburridos (clientes que no paran de llamarme mientras me apresuro para que me dé tiempo, la aparición de moho en el baño), esa noche soñé con Eric. En mi sueño era humano y caminaba conmigo bajo el sol. Por curioso que parezca, se dedicaba a vender pisos.

Cuando miré el reloj a la mañana siguiente, era muy temprano, al menos para mí: las ocho. Me levanté con una sensación de alarma. Me pregunté si había tenido una pesadilla de la que no me acordaba. Quizá mi sentido telepático había captado algo, incluso mientras dormía, algo maligno, algo torcido.

Me tomé un momento para analizar mi propia casa, que no era precisamente mi manera favorita de empezar el día. Amelia se había ido, pero Tray estaba allí, y tenía problemas.

Me puse la bata y las chanclas y me asomé al pasillo. En cuanto abrí la puerta oí que lo estaba pasando mal en el cuarto de baño más cercano.

Algunos momentos deberían ser completamente privados, y esos en los que vomitas son los primeros de la lista. Pero los licántropos suelen tener una salud de hierro, y ése era el tipo al que habían enviado para protegerme y se encontraba claramente (perdonad por la expresión) enfermo como un perro.

Aguardé hasta notar una pausa en los sonidos.

– Tray, ¿puedo hacer algo para ayudarte? -pregunté.

– Me han envenenado -dijo, tosiendo.

– ¿Llamo a un médico? ¿A uno humano? ¿O a la doctora Ludwig?

– No -contestó, tajante-. Estoy intentando deshacerme del veneno. -Boqueó después de otro ataque de náuseas-. Pero es demasiado tarde.

– ¿Sabes quién te ha envenenado?

– Sí. La nueva novia… -Se quedó en silencio unos segundos-. En el bosque. La nueva zorra de Bill el vampiro.

Tuve una reacción instintiva.

– No estaba con ella, ¿verdad?

– No, ella… -Más ruidos horribles-. Parecía venir desde su casa, dijo que era su…

Yo sabía sin un asomo de duda que Bill no tenía nueva pareja. Aunque me abochornaba un poco admitirlo, estaba segura de que eso era así porque sabía que él aún ansiaba recuperarme. Y que no pondría esos anhelos en peligro permitiendo que otra compartiese su lecho o que merodease por los bosques a riesgo de encontrarse conmigo.

– ¿Qué era? -pregunté, apoyando la frente contra la fría puerta de madera. Empezaba a cansarme de gritar.

– Una colmillera. -Noté cómo la mente de Tray se retorcía entre las brumas del malestar-. Al menos parecía humana.

– Igual que Dermot. Y bebiste algo que te ofreció. -Podía parecer cruel por mi parte resultar incrédula, pero es que… ¡hay que ver!

– No pude evitarlo -dijo muy lentamente-. Tenía mucha sed. Tuve que beber.

Había sido objeto de un hechizo de compulsión.

– ¿Y qué fue lo que bebiste?

– Sabía a vino -gimió-. ¡Maldita sea, debía de ser sangre de vampiro! ¡Ahora puedo saborearla en la boca!

La sangre de vampiro seguía siendo la droga de moda en el mercado negro, y las reacciones humanas variaban tanto que tomarla era como jugar a la ruleta rusa, en más de un sentido. Los vampiros odiaban a los drenadores que recopilaban la sangre porque a menudo los dejaban expuestos a la luz del sol. Por ello, los vampiros también despreciaban a los consumidores de dicha sangre, ya que eran quienes conformaban el mercado. Algunos consumidores se volvían adictos a los efectos de éxtasis que producía la sangre, y a veces llegaban a intentar hacerse con el material directamente de la fuente en una especie de ataque suicida. De vez en cuando, se volvían frenéticos y mataban a otros humanos. En todo caso, era muy mala prensa para los vampiros, que intentaban integrarse en la sociedad.

– ¿Y por qué lo hiciste? -pregunté, incapaz de ocultar la rabia en mi voz.

– No pude evitarlo -dijo, y la puerta del baño se abrió finalmente. Retrocedí dos pasos. Tray tenía mal aspecto y olía aún peor. No llevaba más que los pantalones del pijama, y la amplia superficie de vello pectoral estaba justo a la altura de mis ojos. Estaba cubierto de diminutas pústulas.