– ¿Cómo que no?
– No pude… no beber. -Sacudió la cabeza-. Y luego volví y me metí en la cama con Amelia. No dejé de dar vueltas toda la noche. Me levanté cuando el R… Bubba entraba y se metía en el armario. Dijo algo de una mujer que le habló, pero ya me sentía bastante mal y no recuerdo qué contó exactamente. ¿La ha mandado Bill? ¿Tanto te odia?
Levanté la mirada y me encontré con sus ojos.
– Bill Compton me quiere -dije-. Nunca me haría daño.
– ¿A pesar de que ahora te tiras al rubio alto?
Amelia no podía callarse nada.
– A pesar de que ahora me tire al rubio alto -respondí.
– Amelia dice que no puedes leer la mente de los vampiros.
– No, no puedo. Pero algunas cosas saltan a la vista.
– Ya. -Aunque Tray no tenía fuerzas suficientes para parecer escéptico, hizo un buen intento-. Tengo que meterme en la cama, Sookie. Hoy no podré cuidar de ti.
Eso ya lo veía.
– ¿Por qué no intentas ir a casa y descansar en tu propia cama? -le propuse-. Tengo que ir a trabajar y siempre habrá alguien cerca.
– No, hay que cubrirte.
– Llamaré a mi hermano -dije, sorprendiéndome a mí misma-. Ahora no tiene que trabajar y es una pantera. Debería poder vigilarme la espalda.
– Vale. -Tray tenía que estar hecho una mierda para no discutir, sabiendo que no era ningún fan de Jason-. Amelia sabe que no me siento bien. Si hablas con ella antes que yo, dile que la llamaré esta noche.
El licántropo se arrastró hasta su camioneta. Esperaba que estuviera lo bastante bien como para conducir hasta casa. Le expresé mi preocupación, pero se limitó a saludar con la mano mientras se alejaba por el camino.
Con una extraña sensación de entumecimiento, contemplé cómo se marchaba. Por una vez había optado por el camino de la prudencia; había llamado a mis protectores para que me ayudaran. Pero la cosa no había funcionado nada bien. Alguien que no podía atacarme en casa (asumí que por las buenas artes mágicas de Amelia), se las había arreglado para asaltarme de otra manera. Murry había aparecido fuera, y ahora algún hada se había encontrado con Tray en el bosque, obligándolo a beber sangre de vampiro. Eso podría haberlo vuelto loco; podría habernos matado a todos. Supongo que para las hadas eran todo ventajas. Aunque no había perdido la cabeza ni nos había matado a mí ni a Amelia, se había puesto tan malo que estaría alejado del negocio de guardaespaldas un tiempo.
Atravesé el pasillo para ir a mi habitación en busca de algo de ropa. Iba a ser un día duro, y siempre me sentía mejor si estaba vestida a la hora de lidiar con una crisis. No sé por qué, pero hay algo en el momento de ponerme la ropa interior que me hace sentir más capaz.
Cuando estaba a punto de entrar en mi habitación, sufrí el segundo sobresalto de la mañana. Algo parecía haberse movido en el salón. Me detuve en seco y tomé una larga y entrecortada bocanada de aire. Mi bisabuelo estaba sentado en el sofá, pero me llevó un horrible instante reconocerlo. Se levantó, mirándome con cierto asombro al verme respirar con pesadez y poner la mano sobre el pecho.
– Hoy no tienes buen aspecto -observó.
– Sí, bueno, es que no esperaba visitas -dije, recuperando el aliento. Él tampoco parecía estar muy bien, cosa que resultaba toda una novedad. Tenía la ropa manchada y raída y, a menos que me equivocase mucho, estaba sudando. Mi bisabuelo y príncipe feérico presentaba un aspecto menos que impecable por primera vez desde que lo conocía.
Entré en el salón mirándolo fijamente. A pesar de la temprana hora, ya iba por la segunda puñalada de ansiedad del día.
– ¿Qué ha pasado? -pregunté-. Parece que acabas de salir de una pelea.
Titubeó por un instante, como si intentase seleccionar una de muchas noticias.
– Breandan ha tomado represalias por la muerte de Murry -dijo Niall.
– ¿Qué ha hecho? -pregunté, llevándome las manos secas a la cara.
– Capturó a Enda anoche y ahora está muerta -dijo. Por su voz, deduje que no fue una muerte rápida-. No llegaste a conocerla, era muy tímida con los humanos. -Se echó atrás un largo mechón de pelo, tan rubio que parecía blanco.
– ¿Breandan ha matado a un hada? Las hadas femeninas no abundan, ¿verdad? ¿No lo convierte eso en un acto especialmente horrible?
– Esa era la intención -dijo Niall con voz desolada.
Por primera vez, me di cuenta de que los pantalones de mi bisabuelo estaban manchados de sangre a la altura de las rodillas, razón por la cual probablemente no se había acercado para abrazarme.
– Tienes que quitarte esa ropa -le aconsejé-. Por favor, Niall, métete en la ducha mientras echo tu ropa a lavar.
– Tengo que irme -dijo, prueba de que ni siquiera había oído lo que le había dicho-. He venido para avisarte en persona a ver si así te tomas la situación con la seriedad que se merece. Una poderosa magia rodea la casa. Sólo he podido aparecer aquí porque ya había estado antes. ¿Es cierto que los vampiros y los licántropos te están protegiendo? Tienes protección extra; puedo sentirlo.
– Tengo guardaespaldas las veinticuatro horas del día -mentí, ya que no quería que se preocupase por mí. Estaba hasta el cuello con sus problemas-. Y sabes que Amelia es una poderosa bruja. No te preocupes.
Se quedó mirándome, pero no creo que me viese en absoluto.
– Tengo que irme -dijo abruptamente-. Quería asegurarme de que estabas bien.
– Vale… Muchas gracias. -Estaba buscando una forma de redondear esa respuesta tan escueta, cuando Niall desapareció de repente de mi salón.
Le había dicho a Tray que llamaría a Jason. No estaba segura de lo sincera que había sido al respecto en ese momento, pero ahora sabía que no me quedaba más remedio. Tal como yo lo veía, el favor de Alcide había expirado; le había pedido ayuda a Tray y éste había quedado fuera del desempeño de su tarea. Ni en broma iba a solicitar que el propio Alcide viniera a cuidar de mí, y tampoco me encontraba cerca de ninguno de los miembros de su manada. Respiré hondo y marqué el número de mi hermano.
– Jason -dije cuando descolgó.
– Hermanita. ¿Qué pasa? -Parecía extrañamente sobresaltado, como si acabase de experimentar algo emocionante.
– Tray ha tenido que irse, y creo que hoy necesitaré algo de protección -dije. Hubo un prolongado silencio. No se apresuró a interrogarme, lo cual era muy extraño-. Me preguntaba si podrías acompañarme. Hoy mi idea era… -empecé, pero luego traté de imaginar cuál era. Resultaba difícil tener una buena crisis cuando la vida real insistía en estar latente-. Bueno, tengo que ir a la biblioteca y recoger un par de pantalones en la tintorería. -No había comprobado la etiqueta antes de la compra-. Tengo que hacer el turno de día en el Merlotte's. Creo que eso es todo.
– Vale -dijo Jason-. Aunque esos recados no parecen muy urgentes. -Otra larga pausa, y entonces añadió de repente-: ¿Estás bien?
– Sí -dije con cautela-. ¿Por qué no iba a estarlo?
– Esta mañana ha pasado una cosa de lo más extraña. Anoche, Mel se quedó a dormir en mi casa, ya que estaba fatal cuando me lo encontré en el Bayou. Esta mañana, temprano, llamaron a la puerta. Fui a abrir y había un tipo muy raro, no sé, estaba como loco. Lo más curioso de todo es que se parecía mucho a mí.
– Oh, no -dije, sentándome de golpe en el taburete.
– No estaba bien, hermanita -continuó Jason-. No sé qué le pasaba, pero no estaba bien. Se puso a hablar como si supiésemos quién era. No paraba de decir locuras. Mel intentó interponerse entre él y yo, y lo arrojó a través de la habitación, llamándolo asesino. Podría haberse roto el cuello si no hubiese aterrizado en el sofá.