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– Ahora nos vemos, Sookie. Pásate a recogerme -pidió Jason. Claro, quería que gastase yo mi gasolina, ya que eran mis recados los que íbamos a hacer-. Mientras, puedes llamarme al móvil.

– Claro. Te veo dentro de una hora.

Como la soledad no había sido la tónica dominante de mi vida en los últimos tiempos, lo cierto es que habría disfrutado de tener toda la casa para mí, de no ser por la preocupación que me inspiraba el hecho de que hubiera un asesino sobrenatural ansioso por echarme la mano encima.

No ocurrió nada. Me comí un cuenco de cereales. Finalmente decidí arriesgarme con una ducha a pesar de los recuerdos que tenía de Psicosis. Me aseguré de que todas las puertas que daban al exterior estuviesen bien cerradas y eché el pestillo en la del baño. Me di la ducha más rápida de la historia.

Nadie había intentado matarme aún. Me sequé, me maquillé un poco y me vestí para ir a trabajar.

Cuando llegó la hora de irse, permanecí un momento en la parte de atrás de la casa y escruté el espacio entre los peldaños y la puerta de mi coche, una y otra vez. Calculé que me llevaría diez pasos. Desbloqueé los seguros del coche con el mando a distancia. Respiré hondo varias veces y abrí la puerta de rejilla. Salté al porche, brinqué sobre las escaleras y, en una poco digna carrera, abrí la puerta del coche, me metí en el vehículo y cerré de un portazo. Miré a mi alrededor.

No se movió nada.

Estallé a reír, falta de aliento. ¡Tonta de mí!

Tanta tensión me trajo a la mente todas las películas de miedo que había visto. Me dio por pensar en Parque jurásico y los dinosaurios (pensé que quizá las hadas fuesen los dinosaurios del mundo sobrenatural) y no me habría sorprendido demasiado que un trozo de cabra se estrellase contra el parabrisas.

Eso tampoco ocurrió. Vale…

Introduje la llave y la giré, y el motor arrancó. No estalló. Y tampoco había ningún tiranosaurio visible por el retrovisor.

Hasta ahí, todo bien. Me sentí mejor en cuanto empecé a rodar lentamente por el camino, atravesando el bosque, pero llevaba los ojos bien abiertos. Sentí la tentación de llamar a alguien para dejar constancia de dónde estaba y lo que estaba haciendo.

Saqué el móvil del bolso y llamé a Amelia. Cuando lo cogió, dije:

– Voy de camino a casa de Jason. Oye, ¿sabías que un hada hechizó a Tray para que tomase sangre de vampiro?

– Estoy trabajando -contestó Amelia con voz cauta-. Sí, me ha llamado hace algunos minutos, pero tuvo que irse a vomitar. Pobre Tray. Al menos la casa está bien.

Amelia se refería a que sus protecciones mágicas habían aguantado. Bien, tenía derecho a sentirse orgullosa por eso.

– Eres la mejor -dije.

– Gracias. Escucha, estoy muy preocupada por Tray. Intenté volver a llamarlo pasados unos minutos, pero no lo cogió. Sólo espero que se haya quedado dormido, pero pensaba pasarme por su casa cuando saliera del trabajo. ¿Por qué no te reúnes conmigo allí? Podemos pensar en algo para cuidar mejor de ti.

– Vale -respondí-. Me pasaré esta noche, cuando salga de trabajar, puede que a eso de las cinco. -Con el teléfono aún en la mano, me detuve y salí del coche para comprobar el buzón, que se encontraba en la misma Hummingbird Road. A continuación volví a meterme en el coche a toda velocidad.

Había sido una estupidez. Podría haber pasado sin consultar el correo por un día. Es muy difícil romper ciertas costumbres, por banales que sean.

– Tengo mucha suerte de que vivas conmigo, Amelia -dije. Puede que me pasase de dramática, pero era una verdad como un templo.

Pero Amelia se había ido por otros derroteros mentales.

– ¿Has vuelto a hablar con Jason? ¿Se lo has contado… todo?

– Sí, no me quedó más remedio. No podemos hacer siempre las cosas a la manera de mi bisabuelo. Han pasado muchas cosas.

– Siempre pasan a tu alrededor -dijo Amelia. No parecía enfadada, y no me estaba condenando.

– No siempre -repliqué, tras un agudo instante de duda. «De hecho», pensé, mientras giraba a la izquierda al final de Hummingbird Road de camino a casa de mi hermano, «lo que dijo Jason de que todo había cambiado desde la revelación de los vampiros… es quizá algo con lo que estoy plenamente de acuerdo».

En un terreno más prosaico, me di cuenta de que casi no me quedaba gasolina. Tendría que hacer una parada en Grabbit Quik. Mientras llenaba el depósito, volví a darle vueltas a lo que Jason me había contado. ¿Qué es tan urgente como para que un hada mestizo que odia a la humanidad llame a la puerta de Jason? ¿Por qué le diría a Jason…? No debería estar pensando en eso.

Era una estupidez, y tenía que vigilar mis espaldas en vez de intentar arreglar los problemas de mi hermano.

Pero al cabo de unos minutos de repasar la conversación, empecé a albergar la sospecha de que lo comprendía todo un poco mejor.

Llamé a Calvin. Al principio no entendía lo que le estaba diciendo, pero luego accedió a reunirse conmigo en la casa de Jason.

Al girar hacia el camino privado, vi a Jason en el jardín trasero de la bonita casa que mi padre había construido cuando se casó con mi madre. Se encontraba en pleno campo, más al oeste de la caravana de Arlene, y a pesar de ser visible desde la carretera, tenía un estanque y varios acres de terreno en la parte de atrás. A mi padre le encantaba cazar y pescar, afición que había heredado Jason. Había construido un campo de tiro provisional y pude oír los disparos del rifle.

Decidí atravesar la casa, y me aseguré de gritar al llegar a la puerta trasera.

– ¡Hola! -respondió Jason. Tenía una 30-30 en las manos. Perteneció a mi padre. Mel estaba detrás de él, sosteniendo una caja de cartuchos-. Hemos decidido que no nos vendrá mal practicar un poco.

– Buena idea. Quería asegurarme de que no pensarais que era el loco del hada.

Jason se rió.

– Sigo sin comprender lo que pretendía Dermot aporreando mi puerta de esa manera.

– Pues yo creo que lo comprendo -dije.

Jason extendió la mano sin mirar y Mel le puso unos cartuchos. Abrió el rifle y empezó a cargarlos. Miré hacia el caballete que había montado y caí en las botellas de leche vacías dispuestas en el suelo. Las había llenado de agua para que se mantuviesen estables. Ahora, el agua se derramaba fuera por los agujeros.

– Buen disparo -señalé. Respiré hondo-. Eh, Mel, ¿me puedes contar algo de los funerales de Hotshot? Nunca he presenciado uno, y tengo entendido que el de Crystal tendrá lugar en cuanto les devuelvan el cuerpo.

Mel parecía sorprendido.

– Ya sabes que hace años que no vivo allí-protestó-. No es lugar para mí. -Salvo por los cardenales en vías de desaparición, no parecía que nadie lo hubiese lanzado de un extremo a otro de una habitación, y mucho menos que lo hubiera hecho un hada enloquecida.

– Me pregunto por qué te zarandearía a ti en vez de a Jason -dije, y sentí que los pensamientos de Mel se erizaban de miedo-. ¿Te duele?

Movió un poco el hombro derecho.

– Pensé que me había roto algo, pero creo que sólo será un poco de dolor. Me pregunto qué era. Seguro que no uno de nosotros.

Me di cuenta de que no había respondido a mi pregunta.

Jason parecía orgulloso de no haberse puesto a parlotear.

– No es del todo humano -dije.

Mel parecía aliviado.

– Es bueno saberlo -continuó-. Me hirió más en el orgullo cuando me zarandeó. Quiero decir que soy un hombre pantera de purasangre, y aun así no parecía más que un saco de patatas.

Jason se rió.

– Pensé que venía a matarme, que ya era fiambre. Pero cuando tumbó a Mel, el tipo se limitó a hablar conmigo. Mel se hizo el inconsciente, y el tipo va y se pone a hablar conmigo, contándome el favor que me ha hecho…