Mientras pude, sonreí a Número Uno y Número Dos.
– Mi bisabuelo os matará-dije, logrando incluso sonar bastante contenta ante la perspectiva-. Es sólo cuestión de tiempo.
Número Uno se rió, echándose la negra melena hacia atrás con un gesto de modelo masculino.
– Nunca nos encontrará. Preferirá rendirse antes que verte morir de forma lenta y agónica. Le encaaaantan los humanos.
– Debió irse a la Tierra Estival hace mucho tiempo -dijo Número Dos-. Mezclarse con humanos nos matará incluso más rápidamente de lo que ya morimos. Breandan nos liberará. Estaremos a salvo. El tiempo de Niall ha pasado.
Como si hubiese caducado, vamos.
– Decidme que tenéis un jefe -les pedí-. Decidme que no sois los cerebros de la operación. -Aunque era más o menos consciente de mi desorientación, probablemente debida al conjuro que me había dejado fuera de combate, saber que no estaba en plenas condiciones no iba a impedirme hablar, lo que era una pena.
– Debemos lealtad a Breandan -explicó Uno con orgullo, como si eso me lo fuese a aclarar todo.
En vez de conectar sus palabras con el archienemigo de mi bisabuelo, pensé en el Brandon con el que había ido al instituto, que había sido running back en el equipo de fútbol americano. Se fue a estudiar a la Universidad Politécnica de Luisiana y luego acabó en las fuerzas aéreas.
– ¿Se ha licenciado? -pregunté.
Me miraron sin el menor atisbo de comprender lo que estaba diciendo. No podía culparlos.
– ¿Licenciarse de qué? -preguntó Número Dos.
Aún le tenía rencor por haberme llamado zorra, así que decidí que no hablaría con ella.
– Bueno, ¿y cuál es el plan? -le pregunté a Número Uno.
– Esperaremos a saber lo que hace Niall, que deberá responder a las exigencias de Breandan -dijo-. Breandan nos sellará en una forma feérica permanente y nunca tendremos que volver a tratar con los de tu especie.
En ese momento me pareció un plan excelente, y por un momento estuve del lado de Breandan.
– Entonces ¿Niall no quiere que eso pase? -pregunté, intentando mantener la estabilidad de mi voz.
– No. Quiere seguir visitando a los tuyos. Mientras Fintan ocultó tu existencia y la de tu hermano, Niall estuvo tranquilo, pero cuando eliminamos a Fintan…
– Cachito a cachito -describió Número Dos y se rió.
– Acumuló información suficiente como para encontraros. Lo mismo que hicimos nosotros. Un día, dimos con la casa de tu hermano y encontramos todo un regalo en la camioneta que estaba allí aparcada. Decidimos divertirnos un poco. Seguimos tu olor hasta donde trabajas, y allí dejamos a su mujer y la abominación que llevaba en el vientre para que todo el mundo lo viese. Ahora nos divertiremos un poco contigo. Breandan ha dicho que hagamos contigo lo que queramos, menos matarte.
Puede que mi abotargada mente empezase a desperezarse. Había comprendido que eran los matones del enemigo de mi bisabuelo, y que habían asesinado a mi abuelo Fintan y crucificado a Crystal.
– Yo, en vuestro lugar, no lo haría -repliqué, bastante a la desesperada-. Hacerme daño, digo. Porque, después de todo, ¿qué pasa si ese Breandan no consigue lo que quiere? ¿Qué pasa si gana Niall?
– En primer lugar, eso no es nada probable -dijo Número Dos. Sonrió-. Planeamos ganar y pasárnoslo en grande en el proceso. Especialmente si Niall quiere verte; lo más probable es que pida una prueba de vida antes de rendirse. Tenemos que mantenerte viva… pero cuanto más terribles sean las condiciones, más deprisa se rendirá. -Su boca estaba llena de los dientes más largos y afilados que nunca había visto. Algunos de ellos estaban cubiertos de diminutos puntos plateados brillantes. Era espantoso.
A la vista de esos dientes, esos horribles dientes brillantes, se me evaporaron los restos del conjuro que habían usado contra mí, cosa que lamenté en gran medida.
Durante la siguiente hora, que se me antojó la más larga de mi vida, estuve completamente lúcida.
Me resultó turbador y estremecedor ser capaz de soportar tanto dolor sin morir.
Habría preferido la muerte, desde luego.
Sé mucho sobre los humanos, ya que leo sus mentes todos los días, pero no sabía gran cosa acerca de la cultura feérica. Me inclinaba a creer que Número Uno y Número Dos jugaban en su propia liga, ya que era incapaz de imaginar a mi bisabuelo reírse porque yo sangrara. Y albergaba también la esperanza de que no disfrutase cortando a un ser humano con un cuchillo, como hacían Uno y Dos.
Había leído libros según los cuales la gente que era sometida a tortura se iba «a otro sitio» durante el trance de dolor. Me esforcé por encontrar un sitio al que ir mentalmente, pero no conseguí alejarme de esa habitación. Me concentré en los duros rostros de la familia de granjeros de la foto, y lamenté que estuviese tan polvorienta y no pudiese verlos mejor. Lamenté que la foto estuviese torcida. Sabía que esa buena familia se horrorizaría al presenciar lo que estaba ocurriendo en ese momento.
En algunos momentos, cuando la pareja de hadas no se estaba ensañando conmigo, me costaba creer que siguiese despierta y que eso estuviese ocurriendo de verdad. Seguí aferrándome a la esperanza de que vivía inmersa en una fea pesadilla y que despertaría de ella… antes que después. Desde muy joven supe que hay crueldad en el mundo, creedme, lo sé, pero me costaba imaginar que esa pareja estuviese disfrutando con ella. Para ellos yo no era una persona, no tenía identidad. Eran completamente indiferentes a mis planes de vida, a los placeres futuros que pretendía disfrutar. Podía haber sido un cachorro extraviado o una rana que hubiesen capturando en un riachuelo.
Yo misma pensaba que hacer esas cosas a un cachorro o a una rana eran actos horribles.
– ¿No es ésta la hija de los que matamos? -le preguntó Uno a Dos mientras yo gritaba.
– Sí. Intentaron pasar por una corriente durante una riada -respondió Dos, como si rememorase un feliz recuerdo-. ¡Agua! ¡Para un tipo con sangre del cielo! Pensaron que el bote de hierro los protegería.
– Los espíritus del agua se los llevaron encantados -dijo Número Uno.
Mis padres no murieron en un accidente. Fueron asesinados. A pesar del dolor, tomé nota de eso, aunque en ese momento no podía ir más allá de asumir la información. Intenté hablar mentalmente con Eric para que me encontrase gracias a nuestro vínculo. Pensé en el único telépata adulto al que conocía, Barry, y empecé a mandarle mensajes, aunque sabía que estaba condenadamente lejos como para poder intercambiar pensamientos con él. Para inconfesable vergüenza mía, casi al final de esa hora, incluso traté de ponerme en contacto con mi primo pequeño Hunter. Sabía muy bien que no sólo era demasiado joven para comprender, sino que… no podía hacerle eso al crío.
Perdí toda esperanza y aguardé a la muerte.
Mientras las hadas hacían el amor, pensé en Sam y en lo feliz que me haría si pudiera verlo en ese instante. Quise pronunciar el nombre de alguien a quien amase, pero la garganta ya no me respondía de tanto gritar.
Pensé en la venganza. Anhelaba tanto la muerte de Uno y Dos que me dolían las entrañas. Ojalá alguien, alguno de mis amigos sobrenaturales -Claude, Claudine, Niall, Alcide, Bill, Quinn, Tray, Pam, Eric, Calvin, Jason…- los descuartizase miembro a miembro. Quizá las otras hadas pudieran tomarse el mismo tiempo con ellos que ellos se estaban tomando conmigo.
Uno y Dos habían dicho que Breandan me quería viva, pero no hacía falta ser telépata para saber que no iban a poder cumplir con su parte. Se iban a dejar llevar por la diversión, como pasó con Fintan y con Crystal, y no habría marcha atrás.
Estaba segura de que iba a morir.
Empecé a alucinar. Creí ver a Bill, lo cual no tenía ningún sentido. Probablemente estuviese en mi jardín, preguntándose por mi paradero. Él estaba en el mundo que sí tenía sentido. Pero hubiese jurado que lo veía asomarse furtivamente detrás de las criaturas que disfrutaban jugando con sus cuchillas afiladas. Tenía el dedo posado sobre sus labios, como si me instase a guardar silencio. Como no estaba allí de verdad, y como mi garganta estaba demasiado entumecida como para decir nada de todos modos (ya ni siquiera era capaz de lanzar un grito en condiciones), no me resultó difícil seguir sus instrucciones. Una sombra negra lo seguía de cerca, una sombra coronada por una llama pálida.