Dos me pinchó con un cuchillo que se acababa de sacar de la bota, un cuchillo que brillaba como sus dientes. Ambos se inclinaron más cerca de mí para embriagarse con mi reacción. Yo apenas podía emitir sonidos raspados. Tenía la cara anegada en lágrimas y sangre.
– Mira cómo croa la ranita -dijo Uno.
– Escúchala. Croa, ranita. Croa para nosotros.
Abrí mucho los ojos y clavé la mirada en ella, mirándola claramente por primera vez desde hacía largos minutos. Tragué e invoqué todas las fuerzas que me quedaban.
– Vas a morir -anuncié con absoluta certeza. Pero ya lo había dicho antes, y el efecto se había perdido con la primera vez.
Forcé a mis labios para que sonrieran.
El hombre apenas tuvo tiempo de adoptar una expresión de perplejidad cuando algo brillante pasó entre su cabeza y sus hombros. Luego, para mi profundo placer, él quedó cortado en dos trozos y yo recibí un baño de sangre tibia. Me duché en ella, cubriendo las costras de mi propia sangre reseca. Pero tenía los ojos despejados, y pude ver cómo dos pálidas manos aferraban el cuello de Dos, la elevaban en el aire y la zarandeaban. Su desconcierto fue sumamente gratificante en el momento en que un par de dientes, casi tan afilados como los suyos se clavaban en su largo cuello.
Capítulo 18
N o estaba en un hospital.
Pero sí en una cama, aunque no la mía. Estaba un poco más limpia, vendada y muy dolorida; de hecho, sentía un dolor atroz. Al menos, la limpieza y las vendas me sabían a gloria. Por lo demás, el dolor… Bueno, era de esperar, comprensible y finito. Al menos ya nadie podía hacerme más daño del que me habían hecho. Así pues, decidí que me encontraba en un estado excelente.
Tenía algunas lagunas en la memoria. No recordaba nada del tiempo transcurrido entre estar en la casa abandonada y la llegada a este nuevo lugar. Me venían destellos de lo ocurrido, sonidos de voces, pero no contaba con ningún relato coherente que los ordenase. Recordaba cómo se le desprendió la cabeza a Uno y sabía que alguien se había encargado de Dos. Deseaba que estuviese tan muerta como Uno. Pero no estaba segura. ¿De verdad había visto a Bill? ¿Quién era la sombra que iba detrás?
Oí unos chasquidos. Volví la cabeza muy levemente. Era Claudine, mi hada madrina, que estaba sentada junto a la cama, haciendo punto.
La estampa de Claudine haciendo punto me resultaba tan surrealista como la aparición de Bill en la cueva. Decidí volver a dormirme; una solución cobarde, lo admito, pero tenía derecho.
– Se pondrá bien -anunció la doctora Ludwig. Su cara pasó junto a mi cama, lo que vino a corroborar que no me encontraba en un hospital moderno.
La doctora Ludwig se hace cargo de los casos que no pueden acudir a un hospital normal porque el personal saltaría de miedo al verlos y el laboratorio no sería capaz de analizar adecuadamente las muestras de sangre. Pude ver el áspero cabello castaño de la doctora al pasar junto a la cama de camino a la puerta. Tenía una voz grave. Pensé que sería una hobbit… Bueno, en realidad no, pero se le parecía mucho. Aunque lo cierto es que llevaba zapatos, ¿verdad? Me pasé un rato intentando recordar si alguna vez le había mirado a los pies.
– Sookie -me llamó, al tiempo que sus ojos aparecían a la altura de mi hombro-. ¿Funciona la medicación?
No estaba segura de si era su segunda visita, o de si me había desmayado durante unos instantes.
– No me duele tanto -contesté. La voz me salió raspada y muy baja-. Me siento un poco entumecida. Eso es… excelente.
Asintió con la cabeza.
– Sí-dijo-. Teniendo en cuenta que eres humana, has tenido mucha suerte.
Curioso. Me sentía mejor que cuando estaba en la casa, pero nunca habría dicho que pudiera considerarme afortunada. Intenté encontrar argumentos para apreciar mi buena suerte. No di con ninguno. Estaba desubicada. Mis emociones estaban tan maltrechas como mi cuerpo.
– No -repliqué. Intenté negar con la cabeza, pero ni los calmantes fueron capaces de disimular los dolores de mi cuello. Los pinchazos eran insistentes.
– No estás muerta -señaló la doctora Ludwig.
Pero había estado condenadamente cerca; prácticamente tenía un pie en la tumba. El rescate había llegado justo a tiempo. Si me hubieran liberado antes de ese momento, me habría reído todo el trayecto hasta la clínica sobrenatural, o dondequiera que me encontrase. Pero había tenido la muerte demasiado cerca (tanto como para ver todos los poros del rostro de la parca), y había sufrido demasiado. Esta vez no sería lo mismo.
Mi estado físico y emocional habían sido cortados, cercenados, pinchados y mordisqueados hasta quedar en carne viva. No estaba segura de si podría volver a la normalidad previa a mi secuestro. Eso le dije a la doctora Ludwig, con palabras mucho más sencillas.
– Están muertos, si eso te sirve de consuelo -dijo.
Por supuesto, eso me consolaba bastante. Deseaba no haber imaginado esa parte; temía que sus muertes hubiesen sido una dulce fantasía.
– Tu bisabuelo decapitó a Lochlan -explicó. Así parecía llamarse Uno-. Y Bill el vampiro le arrancó el cuello a su hermana Neave. -Esa era Número Dos.
– ¿Dónde está Niall ahora?
– Librando una guerra -respondió de modo sombrío-. Se acabaron las negociaciones y las maniobras. Ahora sólo hay muerte.
– ¿Y Bill?
– Resultó malherido -me informó la pequeña doctora-. Ella lo hirió con su filo antes de desangrarse por completo. Y le devolvió el mordisco. El cuchillo era de plata y también tenía fragmentos de ese material en los dientes. Ahora la plata está en su sistema.
– Se curará -dije.
Ella se encogió de hombros.
Pensé que el corazón se me hundiría en el pecho y atravesaría la cama. No era capaz de contemplar la cara de tanta tristeza.
Me estremecí cuando mis pensamientos palparon más allá de Bill.
– ¿Y Tray? ¿Está aquí?
Me miró en silencio durante un instante.
– Sí -dijo finalmente.
– Quiero verlo. Y a Bill también.
– No. No te puedes mover. Bill se encuentra en su descanso diurno. Eric vendrá esta noche. De hecho, dentro de un par de horas, y vendrá acompañado de al menos otro vampiro. Eso ayudará. El licántropo está demasiado malherido como para molestarlo.
No asimilé eso último. Mi mente iba por delante de mí. Era una carrera endemoniadamente lenta, pero empezaba a pensar con más claridad.
– ¿Sabes si alguien se lo ha contado a Sam? ¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Cuánto trabajo he perdido?
La doctora Ludwig se encogió de hombros.
– No lo sé. Supongo que lo sabrá. Parece estar al tanto de todo.
– Bien. -Intenté cambiar de posición y me quedé sin aliento-. Necesito levantarme para ir al baño -le advertí.
– Claudine -dijo la doctora Ludwig, y mi prima dejó las agujas de tejer y se levantó de la mecedora. Por primera vez, me di cuenta de que mi preciosa hada madrina parecía haber pasado por una trituradora de madera. Tenía los brazos al descubierto, llenos de magulladuras, cortes y tajos. Su cara era un desastre. Me sonrió, no sin dolor.
Cuando me cogió en sus brazos, noté el gran esfuerzo que hacía. Normalmente, Claudine habría levantado un becerro entero sin esfuerzo.
– Lo siento -dije-. Puedo caminar, estoy segura.