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Giró a la derecha para entrar en la habitación del fondo del pasillo. De nuevo, hice los honores con el pomo, aunque esta vez no resultó tan agónico.

Había dos camas en la habitación.

Bill estaba en la de la derecha, y Clancy estaba sentado en una silla de plástico justo al lado. Estaba alimentando a Bill igual que Eric lo había hecho conmigo. La piel de Bill estaba gris. Le sobresalían los pómulos. Era el retrato mismo de la muerte.

Tray Dawson estaba en la otra cama. Si Bill parecía estar muriéndose, Tray parecía estar muerto ya. Su rostro estaba azulado. Le habían arrancado una oreja de un mordisco. Tenía los ojos muy cerrados. Había sangre reseca por todas partes. Y eso era apenas lo que podía ver en su cara. Sus brazos reposaban sobre la manta, ambos entablillados.

Eric me depositó junto a Bill. Sus ojos se abrieron, y al menos eran los mismos: marrones oscuro e insondables. Dejó de beber de Clancy, pero no se apreciaba ninguna mejoría.

– La plata ha entrado en su sistema -dijo Clancy en voz baja-. El veneno ha llegado hasta cada rincón de su cuerpo. Necesitará cada vez más sangre para eliminarlo.

Quise preguntar si se recuperaría, pero no fui capaz, no con Bill postrado ahí delante. Clancy se levantó de su sitio junto a la cama y emprendió una conversación susurrada con Eric; una muy desagradable a tenor de los gestos de Eric.

– ¿Cómo estás, Sookie? -preguntó Bill-. ¿Te curarás? -Su voz flaqueó.

– Era justo lo que quería preguntarte yo a ti -contesté. Ninguno de los dos teníamos la fuerza suficiente para entablar una conversación duradera.

– Vivirás -dijo, satisfecho-. Puedo oler que Eric te ha dado sangre. Te habrías curado de todas formas, pero ayudará a cicatrizar. Lamento no haber llegado antes.

– Me salvaste la vida.

– Vi cómo te secuestraban -explicó.

– ¿Qué?

– Vi cómo te secuestraban.

– Tú… -Quería preguntarle por qué no los detuvo, pero me pareció horriblemente cruel.

– Sabía que no podría derrotarlos a los dos -dijo llanamente-. Si lo hubiese intentado, me habrían matado y probablemente también a ti. Sé muy poco sobre hadas, pero había oído hablar de Neave y su hermano. -Bill parecía agotado con tan sólo pronunciar esas pocas frases. Intentó girar la cabeza sobre la almohada para mirarme directamente a la cara, pero apenas lo consiguió unos centímetros. Su pelo negro parecía lacio y deslustrado, y su piel ya no lucía el brillo que tan bello me pareció la primera vez que lo vi.

– ¿Entonces llamaste a Niall? -pregunté.

– Sí -respondió, apenas moviendo los labios-. O al menos llamé a Eric para contarle lo que acababa de presenciar y para que él llamase a Niall.

– ¿Dónde estaba la casa abandonada? -pregunté.

– Al norte de aquí, en Arkansas -dijo-. Nos llevó un tiempo encontrar tu rastro. Si hubiesen cogido un coche, todavía, pero se desplazaron a través del mundo feérico, y con mi olfato y el conocimiento de Niall sobre las hadas y su magia, pudimos encontrarte. Al fin. Al menos pudimos salvarte la vida. Creo que fue demasiado tarde para el licántropo.

No sabía que había compartido cautiverio con Tray. Tampoco es que hubiera supuesto demasiada diferencia, pero quizá me habría sentido menos sola.

Probablemente por esa razón las hadas no me dejaron verlo. Apuesto a que a la pareja de hermanos se les escapaban pocas cosas acerca de la psicología de la tortura.

– ¿Seguro que está…?

– Cielo, míralo.

– Todavía no estoy muerto -murmuró Tray.

Intenté incorporarme e ir hacia él. Aún quedaba fuera de mis capacidades, pero al menos pude girarme para mirarlo. Las camas estaban tan juntas que no me costaba nada oírle. Creo que podía verme, más o menos.

– Tray -dije-. Lo siento mucho.

Sacudió la cabeza sin decir nada.

– Fue culpa mía. Debí saberlo…, la mujer en el bosque… no estaba bien.

– Hiciste lo que pudiste. Si te hubieras resistido, estarías muerto.

– Ya me estoy muriendo -contestó. Intentó abrir los ojos. Casi logró mirarme a la cara-. Por mi maldita culpa -concluyó.

No pude reprimir las lágrimas. Parecía que se había quedado inconsciente. Me giré de nuevo lentamente para mirar a Bill. Su color había mejorado ligeramente.

– Por nada les hubiese dejado que te hiciesen daño -dijo-. Su daga era de plata, tenía fundas de plata en los dientes… Conseguí cortarle el cuello, pero no se murió lo bastante deprisa… Luchó hasta el final.

– Clancy te ha dado sangre -dije-. Te pondrás bien.

– Puede -dudó, con la voz fría y tranquila de siempre-. Siento que me vuelven las fuerzas. Servirá para aguantar la pelea. Tendré tiempo más que suficiente.

Estaba tan asombrada que no pude decir nada. Los vampiros sólo morían por estaca, decapitación o por culpa de algunos extraños casos de SIDA. Pero ¿envenenamiento por plata?

– Bill -dije con urgencia, sintiendo cómo se me agolpaban en la mente tantas cosas que le quería decir. Había cerrado los ojos, pero los acababa de abrir para mirarme.

– Ya vienen -advirtió Eric, y todas esas palabras murieron en mi garganta.

– ¿La gente de Breandan? -pregunté.

– Sí -dijo Clancy brevemente-. Han localizado tu olor. -Incluso en ese momento se mostraba despectivo, como si se hubiera debido a mi debilidad haber dejado un olor que pudieran rastrear.

Eric extrajo un cuchillo muy largo de una funda que llevaba al muslo.

– Hierro -avisó sonriendo.

Bill también sonrió, aunque no fue una sonrisa muy agradable.

– Mata a tantos como puedas -dijo con voz más fuerte-. Clancy, ayúdame.

– No -rogué.

– Cariño -dijo Bill muy formalmente-. Siempre te he querido y será un orgullo morir a tu servicio. Cuando haya muerto, reza una plegaria en mi nombre en una iglesia de verdad.

Clancy se inclinó para ayudar a Bill a levantarse de la cama, lanzándome una mirada de lo más hostil durante el proceso. Bill se tambaleó sobre los pies. Estaba tan débil como un humano. Se quitó la bata del hospital para quedarse apenas con unos pantalones de pijama.

Yo tampoco quería morir en camisón de hospital.

– Eric, ¿te sobra un cuchillo para mí? -preguntó Bill, y, sin volverse de la puerta, el vikingo le lanzó una versión más corta de su propia arma, que más bien parecía una espada, según mi criterio. Clancy también iba armado.

Nadie dijo nada sobre intentar mover a Tray. Cuando lo miré, pensé que quizá ya se habría muerto.

En ese momento sonó el móvil de Eric, lo que me hizo dar un fuerte respingo. Descolgó con un escueto:

– ¿Sí?

Escuchó un instante y colgó. Casi estallé de risa ante la gracia que me hacía el hecho de que seres sobrenaturales se comunicasen con teléfono móvil. Pero cuando miré a Bill, con la tez gris, apoyado en la pared, pensé que nada volvería a ser divertido.

– Niall y sus hadas están en camino -dijo Eric con una voz tan tranquila que parecía estar leyendo un artículo de bolsa-. Breandan ha bloqueado los demás portales al mundo feérico. Ahora sólo queda una apertura. Lo que no sé es si llegarán a tiempo.

– Si sobrevivo a esto -añadió Clancy-, te pediré que me liberes de mis votos, Eric, y me buscaré otro señor. La idea de morir defendiendo a una humana me parece repugnante, por muy relacionada que esté contigo.

– Si mueres -replicó Eric-, lo harás porque yo, tu sheriff, te ordené luchar. Las razones no vienen al caso.

Clancy asintió.

– Sí, mi señor.

– Pero te liberaré, si sobrevives.

– Gracias, Eric.

Madre del amor hermoso. Ojalá ya estuviesen satisfechos, ahora que habían dejado las cosas claras.