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Mi bisabuelo se echó hacia atrás y me miró.

– Tienes que volver a casa -dijo.

– ¿Y Claudine?

– Está en la Tierra Estival.

Ya no podía soportar más malas noticias.

– Hada, he limpiado este sitio para ti -indicó Eric-. Tu bisnieta es mi chica, mía y sólo mía. Yo la llevaré a casa.

Niall atravesó a Eric con la mirada.

– No todos los cadáveres son de hadas -señaló Niall, apuntando con la mirada a Clancy-. ¿Y qué debe hacerse con él? -agitó la cabeza hacia Tray.

– Este tiene que volver a su casa -respondí-. Hay que enterrarlo como es debido. No puede desaparecer sin más. -No tenía la menor idea de qué habría preferido Tray, pero no podía dejar que las hadas arrojaran su cuerpo a cualquier hoyo. Se merecía algo mucho mejor. Y había que decírselo a Amelia. Oh, Dios, intenté estirar las piernas para levantarme, pero se me salieron los puntos y el dolor me recorrió como un calambre. Grité con los dientes apretados.

Miré al suelo cuando recuperé el aliento. Vi que Bill movió ligeramente uno de sus dedos.

– Está vivo, Eric -dije, y aunque el dolor era infernal, no pude evitar sonreír-. Bill está vivo.

– Eso es bueno -respondió Eric, aunque con demasiada calma. Abrió la tapa de su móvil y pulsó una tecla de marcación rápida-. Pam -ordenó-. Pam, Sookie está viva, y Bill también. Clancy no. Trae la furgoneta.

Aunque tengo una laguna temporal de ese momento, al final Pam llegó con una gran furgoneta. Tenía un colchón en la parte de atrás. Maxwell Lee y Pam cargaron con Bill y conmigo hasta el vehículo. Maxwell era un hombre de negocios negro que resultaba ser también un vampiro. Al menos ésa era la impresión que siempre daba. Incluso en esa noche de violencia y conflicto, Maxwell presentaba un aspecto impoluto y sereno. A pesar de ser más alto que Pam, nos introdujeron en la furgoneta con gran delicadeza, cosa que agradecí. Pam incluso me siguió la corriente con mis chistes, lo cual era todo un cambio agradable.

Mientras volvíamos a Bon Temps, escuché a los vampiros hablar en voz baja de la guerra de las hadas.

– Será una pena que abandonen este mundo -dijo Pam-. Me encantan. Son muy difíciles de cazar.

– Yo nunca he probado una -confesó Maxwell Lee.

– Ñam -dijo Pam; el «ñam» más elocuente que había oído nunca.

– Callaos -ordenó Eric, y ambos guardaron silencio.

Los dedos de Bill encontraron los míos y los aferraron -Clancy vive en Bill -dijo Eric a los otros dos. Recibieron la noticia envueltos en un silencio que me pareció muy respetuoso.

– Igual que tú vives en Sookie -susurró Pam.

Mi bisabuelo vino a verme dos días después. Tras abrir la puerta, Amelia se fue al piso de arriba a seguir llorando. Ella conocía la verdad, por supuesto, aunque el resto de la comunidad estaba espantada por que alguien hubiese irrumpido en casa de Tray para torturarlo. La opinión más extendida era que los asaltantes debían de pensar que Tray era un traficante de drogas, a pesar de que no se había encontrado parafernalia alguna relacionada con los estupefacientes durante los exhaustivos registros de la casa y el taller. La ex mujer de Tray y su hijo se encargarían de organizar el funeral, y lo enterrarían en la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Haría todo lo posible para ir a apoyar a Amelia. Me quedaba un día para recuperarme algo más, pero me conformaba con poder estar tumbada en la cama vestida con un camisón. Eric no pudo darme más sangre para completar la curación. En los últimos días ya me había dado sangre dos veces, por no hablar de lo que habíamos compartido mientras hacíamos el amor. Dijo que nos habíamos acercado peligrosamente a un límite indefinido. Por otra parte, Eric necesitaba toda su sangre para curarse, e incluso recurrió a quitarle a Pam un poco. Así que dejé que el picor se adueñara de mis heridas mientras terminaban de curarse, si bien la sangre de vampiro había hecho el grueso del trabajo con las de las piernas.

Gracias a eso, mi explicación de las heridas (un conductor desconocido me había atropellado y se había dado a la fuga) resultó plausible si no se examinaban demasiado de cerca. Por supuesto, Sam supo de inmediato que eso no era verdad. Le acabé contando todo lo que había pasado la primera vez que vino a verme. Los parroquianos del Merlotte's me mandaban sus mejores deseos, según me dijo Sam la segunda vez que vino a visitarme. Me trajo unas margaritas y una cesta de pollo del Dairy Queen. Cuando creía que no le veía, Sam me miró con ojos sombríos.

Niall acercó una silla junto a mi cama y me cogió de la mano. Puede que los acontecimientos de los últimos días hubiesen ahondado en una fracción las finas arrugas de su rostro. Puede que pareciese un poco triste. Pero mi real bisabuelo seguía siendo muy bello, regio, extraño, y, ahora que sabía de qué eran capaces los de su raza…, parecía aterrador.

– ¿Sabías que Lochlan y Neave mataron a mis padres? -pregunté.

Niall asintió tras una notable pausa.

– Lo sospechaba -dijo-. Cuando me dijiste que tus padres se habían ahogado, tuve que admitir la posibilidad. La gente de Breandan siempre fue muy afín al agua.

– Me alegro de que estén muertos -señalé.

– Sí, yo también -contestó sin más-. La mayoría de sus seguidores están muertos. He perdonado la vida a dos mujeres, porque son muy necesarias. A pesar de que una de ellas es la madre del hijo de Breandan, la he dejado vivir.

Parecía esperar un elogio por ello.

– ¿Y qué hay del hijo? -pregunté.

Niall agitó la cabeza, acompañada de su capa de pelo blanco.

Me quería, pero pertenecía a un mundo incluso más salvaje que el mío.

Como sí hubiera escuchado mis pensamientos, Niall dijo:

– Terminaré de bloquear el pasadizo a nuestro mundo.

– Pero por eso mismo se produjo la guerra -repliqué, confundida-. Era lo que Breandan quería.

– Creo que tenía razón, aunque con razones equivocadas. No hay que proteger a las hadas del mundo humano, sino a los humanos de nosotros.

– ¿Y eso qué significa? ¿Cuáles serán las consecuencias?

– Aquellos de nosotros que hayan estado viviendo entre los humanos tendrán que elegir.

– Como Claude.

– Sí. Tendrá que cortar sus vínculos con nuestro mundo secreto si quiere quedarse aquí.

– ¿Y el resto? ¿Los que ya están allí?

– Ya no volveremos. -Su rostro estaba inundado de pena.

– ¿Ya no volveré a verte?

– No, cielo mío. Es lo mejor.

Intenté formular una protesta, decirle que no era lo mejor, que era horrible no poder volver a hablar con él, dados los pocos familiares que me quedaban. Pero no conseguí que las palabras me llegaran a la boca.

– ¿Y Dermot? -pregunté, en vez de eso.

– No lo encontramos -admitió Niall-. Si ha muerto, se habrá reducido a cenizas en algún lugar desconocido. Si aún sigue por aquí, está siendo muy listo y sigiloso. Continuaremos buscándolo hasta que se cierre la puerta.

Me aferré a la esperanza de que Dermot estuviese en el lado feérico de esa puerta.

En ese momento llegó Jason.

Mi bisabuelo…, nuestro bisabuelo, se puso en pie de un salto. Pero, tras un instante, se relajó.

– Tú debes de ser Jason -dijo.

Mi hermano lo miró, inexpresivo. Jason había dejado de ser él mismo desde la muerte de Mel. El mismo número del diario local que se había hecho eco del horrible descubrimiento del cadáver de Tray Dawson también había informado de la desaparición de Mel Hart. No eran pocos los rumores que apuntaban a la relación entre ambos casos.