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El mero hecho de sostenerlo me dio muy mala espina.

– ¿Qué se supone que es?

– No lo sé. No me han dicho que lo abra.

Odio que la gente ponga lo que «le han dicho» junto con «regalo» en la misma frase.

– ¿Qué tengo que hacer con esto?

– Eric especificó que le pidiera que se lo entregase esta noche delante de Victor.

Eric no hacía nada sin una buena razón.

– Está bien -dije, reticente-. Ahora sí que ya ha terminado su tarea aquí.

Cumplí el turno sin problemas. Todo el mundo necesitaba algo de ayuda, y eso era agradable. El cocinero había trabajado duro toda la jornada; era el decimoquinto que había pasado por el Merlotte's desde que yo estaba allí. Tuvimos todo tipo de humano imaginable: blanco, negro, hombre, mujer, mayor, joven, muerto (sí, un cocinero vampiro), de inclinación lupina (un licántropo, vamos) y probablemente uno o dos de los que me había olvidado por completo. Este cocinero, Antoine Lebrun, era muy agradable. Nos llegó sacudido por el Katrina. Aguantó más que los demás refugiados, que habían vuelto al golfo o se habían ido a otra parte.

Antoine rondaba los cincuenta, con uno o dos amagos de canas en su pelo rizado. Había trabajado en distintos puestos del estadio Superdome, según me dijo el día que lo contratamos, y los dos sentimos escalofríos. Con Antoine vino D'Eriq, el ayudante de cocina.

Cuando fui a la cocina para comprobar que tenía todo lo que necesitaba, Antoine me dijo que estaba muy orgulloso de trabajar para un cambiante, y que D'Eriq no paraba de hablar de las transformaciones de Sam y Tray. Después de salir del trabajo, D'Eriq recibió una llamada de su primo de Monroe, y ahora estaba deseando contarnos que la mujer de éste era una licántropo.

La reacción de D'Eriq era lo que yo esperaba que fuese la tónica mayoritaria. Hace dos noches, todo el mundo había descubierto que algún conocido personal era algún tipo de cambiante. Con suerte, si éste nunca había mostrado signos de locura o violencia, esa gente estaría dispuesta a aceptar que el fenómeno no era peligroso para el mundo. Y que era incluso emocionante.

No había tenido tiempo de comprobar las reacciones que se habían dado en el resto del mundo, pero al parecer, a tenor de cómo iban las cosas en casa, la televisión se mostraba tranquila al respecto. No tuve la sensación de que nadie fuese a lanzar cócteles explosivos contra el Merlotte's a causa de la naturaleza dual de Sam, y sabía que el negocio de reparaciones de Tray estaba a salvo.

Tanya llegó con veinte minutos de antelación, lo que le hizo ganar varios enteros en mi lista, y le dediqué una amable sonrisa. Cuando repasamos las cosas básicas, como las horas, la paga y las normas de Sam, le pregunté si le resultaba agradable estar de vuelta en Hotshot.

– Pues sí -dijo, algo sorprendida-. Las familias de Hotshot se llevan muy bien. Si hay algún problema, se reúnen para tratarlo. Los que no están de acuerdo con la vida allí, se van, como hizo Mel Hart. -Casi todo el mundo en Hotshot era un Hart o un Norris.

– Últimamente anda mucho con mi hermano -le conté, porque tenía cierta curiosidad por el nuevo amigo de Jason.

– Sí, eso he oído. Todo el mundo se alegra de que haya encontrado alguien con quien estar después de pasar tanto tiempo solo.

– ¿Por qué no encajaba allí? -pregunté sin rodeos.

– Tengo entendido que a Mel no le gusta compartir -dijo-, que es lo que hay que hacer cuando vives en una comunidad tan pequeña. Es muy… «Lo que es mío, es mío». -Se encogió de hombros-. Al menos eso es lo que se dice.

– Jason es igual -contesté. No podía leer la mente de Tanya muy claramente porque era de naturaleza dual, pero sí atisbaba sensaciones generales, y supe que las demás panteras se preocupaban por Mel Hart.

Supongo que les inquietaba que Mel hiciera algo de provecho en el gran mundo de Bon Temps. Hotshot era su pequeño universo privado.

Me sentí más contenta cuando terminé de informar sobre el trabajo a Tanya (que se notaba que tenía experiencia), y colgué mi delantal. Cogí mi bolso y el paquete de Bobby Burnham y salí a paso ligero por la puerta de empleados para dirigirme a Shreveport.

Puse las noticias mientras conducía, pero no tardé en cansarme de sucesos tristes. Así que escogí un CD de Mariah Carey y me sentí mejor. Canto peor que un gato ahogándose, pero me encanta destrozar letras mientras conduzco. Las tensiones de la jornada empezaron a difuminarse, sustituidas por un humor optimista.

Sam volvería pronto, su madre se recuperaría y su marido trataría de arreglarlo y le prometería amor eterno. El mundo se llenaría de colorines y canciones bonitas sobre cambiantes durante una temporada, y luego todo volvería a la normalidad.

¿No es acaso una idea pésima dejarse llevar por pensamientos como éstos?

Capítulo 3

Cuanto más cerca estaba del bar de los vampiros, más se me aceleraba el pulso; ésa era la desventaja de tener un vínculo de sangre con Eric Northman. Sabía que iba a verle y sencillamente no podía evitar alegrarme por ello. Debería haber estado preocupada, recelosa, de sus pretensiones. Debería haber hecho mil preguntas acerca del paquete de terciopelo, pero me limité a conducir con una sonrisa dibujada en la cara.

Aunque no podía evitar mis sentimientos, sí que podía controlar mis acciones. Por pura perversidad, ya que nadie me había dicho que entrara por la puerta de empleados, lo hice por la entrada principal. Era una noche concurrida en Fangtasia, y había un montón de gente esperando en los bancos, pasadas las primeras puertas. Pam se encontraba en el estrado del anfitrión. Me dedicó una amplia sonrisa, mostrando algo de colmillo (la gente estaba encantada).

Hacía ya algún tiempo que conocía a Pam, y era lo más parecido a una amiga que tenía entre los no muertos. Esa noche, la vampira rubia lucía el obligado vestido negro con transparencias, que acompañaba con un velo del mismo color. Se había pintado las uñas de escarlata.

– Amiga mía -dijo Pam, y salió de detrás del estrado para darme un abrazo. Fue una grata sorpresa, así que le devolví el gesto. Se había puesto un poco de perfume para disimular el leve, aunque bastante seco, olor de vampiro-. ¿Lo has traído? -me susurró al oído.

– Oh, ¿el paquete? Lo llevo en el bolso -respondí, sosteniendo en alto un gran bolso marrón por las asas.

Pam me echó una mirada que no pude interpretar a través del velo. Parecía una expresión que combinaba exasperación y afecto.

– ¿Ni siquiera has mirado lo que hay dentro?

– No he tenido tiempo -dije. Y no era por falta de curiosidad. Era sencillamente que había estado tan ocupada que ni me había acordado de ello-. Sam tuvo que marcharse porque su padrastro le disparó a su madre y he tenido que encargarme del bar.

Pam me echó una larga mirada valorativa.

– Ve al despacho de Eric y entrégale el paquete -dijo-. No lo desenrolles, independientemente de quién esté allí dentro. Y no se lo entregues como si fuese una herramienta de jardinería que se hubiera dejado fuera.

Le devolví la mirada.

– ¿Qué se supone que estoy haciendo, Pam? -pregunté, apuntándome al club de la prudencia algo tarde.

– Estás cuidando de tu propio pellejo -afirmó Pam-. No lo dudes. Ahora vete. -Me dio una palmada en el hombro y volvió a la tarea de responder preguntas de los turistas sobre con qué frecuencia necesitaban los vampiros limpiarse los dientes-. ¿Te apetecería acercarte y ver los míos en detalle? -preguntó Pam con voz tórrida, y la mujer se estremeció de delicioso miedo. Por eso acudían los humanos a los bares, clubs de comedia, tintorerías y casinos de vampiros… Para flirtear con el peligro.

Alguna que otra vez, el flirteo se convertía en algo serio.

Me abrí paso entre las mesas y por la pista de baile hasta la parte de atrás del bar. Felicia, la barman, no pareció alegrarse mucho de verme. Se le ocurrió alguna tarea que implicaba arrodillarse y desaparecer de mi vista. El mío era todo un historial con los encargados de barra de Fangtasia.