(Usted debe haber averiguado, Dr. K__. Debe haberse enterado de que me encontró en la bañera ensangrentada, inconsciente, casi muerta, una amiga preocupada que había intentado llamarme por teléfono. Usted debe haberlo sabido, pero prudentemente se mantuvo a distancia, Dr. K__. ¡Todos estos años!)
Dr. K__, usted no solo ha conseguido borrarme a mí de su memoria, sino que supongo que también ha olvidado a su angustiada primera esposa E__, “Evie”. La hija del ricachón. Una mujer dos años mayor que usted, carente de confianza en sí misma, bastante fea, sin estilo. Cuando usted me amaba, se preocupaba de que “Evie” sospechara, no porque ella le importara gran cosa, sino porque el ricachón de su suegro también podía sospechar de usted. Y usted estaba muy endeudado con el ricachón, ¿verdad? Pocos miembros del cuerpo docente del Seminario pueden darse el lujo de vivir cerca del Seminario. En la elegante y antigua zona este de nuestra ciudad universitaria. (Así alardeaba, a su manera, y era desconcertante. Como si contemplara una ironía del destino y no una consecuencia de sus propias maniobras. Mientras tanto, sonriendo, me besaba en la boca y rozaba con un dedo mis pechos, mi vientre trémulo.)
¡Pobre “Evie”! Su muerte “accidental”, atropellada por un misterioso vehículo cuyo conductor huyó, después de patinar en el pavimento mojado por la lluvia, sin un solo testigo… Yo lo hubiera acompañado en su dolor, Dr. K__, y hubiera sido una amante madrastra de sus hijos, pero para entonces usted ya había desaparecido de mi vida.
O eso creyó.
(Para que quede constancia: no estoy insinuando que yo haya tenido algo que ver con la muerte de la primera señora K__. No se moleste en releer esta parte para determinar si hay algo “entre líneas”… no lo hay.)
Y después, Dr. K__, viudo con dos hijos, se marchó a Alemania. Un año sabático que se extendió a dos. Yo me quedé a hacer el duelo en lugar suyo. (No por la desafortunada “Evie”, sino por usted.) En ciertos círculos se calificó de “tragedia” a la muerte de su esposa, pero yo preferí considerarla exclusivamente como un accidente: una conjunción del momento, el lugar, la oportunidad. ¿Qué es un accidente sino la precisión para encontrar el momento justo?
Dr. K__, yo no lo acusaría de flagrante hipocresía (¿no es así?), y menos aún de ser un embaucador, pero no entiendo por qué, si estaba cobardemente aterrorizado de la familia de su primera esposa (a la que usted se consideraba tan superior intelectualmente), sin embargo volvió a casarse, después de dieciocho meses, con una mujer mucho más joven que usted, casi tan joven como yo, hecho que debe haber escandalizado y enfurecido a sus ex parientes políticos. ¿Sí? (¿O ya había dejado de importarle lo que ellos pensaran? ¿Ya le había exprimido suficiente dinero a su suegro, para ese entonces?)
A su segunda esposa, V__, se le ahorraría una muerte accidental, y lo sobrevivirá a usted por muchos años. Nunca he sentido ningún rencor contra la voluptuosa -ahora más bien gordita- “Viola”, que entró en su vida después de que yo partí de ella. Tal vez, en cierto modo, sentí alguna simpatía por la joven mujer, suponiendo que, llegado el momento, usted la traicionaría también a ella. (¿Y no lo ha hecho, acaso? ¿Innumerables veces?)
No me he olvidado de nada, Dr. K__. Mientras que usted, para su fatal desventaja, ha olvidado casi todo.
Dr. K__, “Jody”, tengo algo que confesar: incluso entonces tenía secretos que le ocultaba. Aun cuando a usted le pareciera tan transparente, translúcida. Había, en lo profundo de mí, un deseo de terminar con nuestro amor ilícito. Un final digno de la gran ópera, no del simple melodrama. Cuando usted me sentaba en sus rodillas, desnuda -“al desnudo”, prefería decir usted- y me comía con los ojos -“¡Bella! ¿No eres mi pequeña belleza?”-, incluso entonces, yo me regocijaba en mis pensamientos secretos. A veces usted parecía ebrio de amor -¿de lujuria?- por mí, besándome, lamiéndome, acariciándome, chupándome… chupando su alimento de mí como un vampiro. (La presión de la paternidad y de mantener la pose de yerno cumplidor y también de “teólogo renombrado” lo estaban agotando, enloqueciendo su vanidad masculina. Por supuesto, en mi ingenuidad, yo no tenía ni idea de eso.) Sin embargo, mientras posaba mi mano en la piel caliente de su nuca “vi” una hoja de afeitar aferrada entre mis dedos, y cómo saltaban los primeros chorros asombrados de su sangre de manera tan vívida como puedo “verlos” ahora mismo. Sentí que me desmayaba, se me pusieron blancos los ojos, usted me tomó en sus brazos… y por primera vez (supongo que por primera vez) advirtió que su ángel dorado era un problema, una desventaja, una carga no muy diferente de la carga que representaba una esposa neurótica, proclive a la angustia. Querida, ¿qué te ocurre?¿Es una broma, querida? Preciosa, no es divertido asustarme así, a mí que te adoro.
Aferrando mis dedos helados con sus dedos cálidos y duros y apretando mi mano contra los latidos de su corazón grande y poderoso.
¿Por qué no? ¿Por qué no intentar? ¿Cobrar?… ese corazón.
Es lo que se me debe.
¡Qué inspirada estoy componiendo esta carta, Dr. K__! La he estado escribiendo febrilmente, casi sin hacer una pausa para tomar aliento. Es como si un ángel guiara mi mano. (¡Uno de esos altos ángeles coléricos, con alas curtidas como cuero y feroces rostros medievales que se ven en los grabados alemanes!) He releído algunas de sus obras publicadas, Dr. K__, incluyendo el tratado densamente anotado sobre los Rollos del Mar Muerto que establecieron su reputación de ambicioso académico joven cuando usted tenía poco más de treinta años. Sin embargo, todo resulta tan pintoresco y anticuado, del siglo xx, cuando “Dios” y “Satán” eran de alguna manera más reales para nosotros, como objetos hogareños… He estado leyendo sobre nuestros orígenes religiosos primitivos, acerca de que “Dios-Satán” eran una unidad, pero ahora, en nuestra tradición cristiana, están siempre separados. Fatalmente separados. Porque nosotros, los cristianos, no podemos creer que haya maldad en nuestro Dios, porque de ese modo no podríamos amarlo.
Dr. K__, mientras escribo esta carta, mi corazón disfuncional con su misterioso “murmullo” a veces se acelera, otras se hace más lento, o da un bandazo al saber, con excitación, que usted está leyendo estas palabras con un creciente sentimiento de justicia. Ha empezado a caer una lluvia densa, que tamborilea sobre el techo y las ventanas del lugar donde vivo, una lluvia idéntica (¿lo es?) a la que tamborilea sobre el techo y las ventanas de su casa a pocos (¿o son muchos?) kilómetros de distancia; a menos que yo viva en una parte del país a miles de kilómetros de allí, y la lluvia no sea idéntica. Y sin embargo puedo llegar hasta usted en cualquier momento. Soy libre de ir y venir, de aparecer y desaparecer. Incluso es posible que haya contemplado la encantadora fachada del jardín de infantes La abejita industriosa al que asiste su preciosa nieta, así como he comprado zapatos en la empresa de V__, aunque, por supuesto, la mujer mofletuda, densamente maquillada y con pies tan grandes que debe calzar más de cuarenta ni siquiera reparó en mi presencia.
Y lo mismo el domingo pasado: volví al Museo de Historia Natural, sabiendo que existía la posibilidad de que usted regresara. Porque me había parecido posible que usted me hubiera reconocido cuando nos cruzamos en la escalera y que me hubiera enviado una señal con los ojos, sin que Lisie lo advirtiera, instándome a volver para encontrarme con usted, a solas. Sabe, el profundo vínculo erótico entre nosotros nunca se romperá: usted entró en mi cuerpo virginal, me arrancó mi inocencia, mi juventud, mi alma misma. ¡Mi ángel! Perdóname, vuelve a mí, te compensaré por el sufrimiento que has padecido por mi culpa.
Esperé, pero usted no vino.
Esperé, y el sentido de la misión que yo debía cumplir no desapareció, sino que se volvió más potente.