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– Nadie debería beber solo tres días antes de Navidad -dijo Jessica.

– Oh, estoy de acuerdo, estoy de acuerdo -dijo Susan.

Tenía el irritante hábito de repetir todo dos veces. Era como si el lugar tuviera eco.

– Pero este bar me queda en el camino a casa -dijo-, y pensé que estaría bien detenerme a beber una copa de vino rápida.

– Para combatir el frío -coincidió Jessica, asintiendo.

– Sí, exactamente. Para combatir el frío.

También repetía las palabras ajenas, advirtió Will.

– ¿Vives cerca? -preguntó Jessica.

– Sí. Justo a la vuelta.

– ¿Y de dónde eres?

– Oh, ¿todavía se nota?

– ¿Se nota qué? -preguntó Will.

– El acento. Por Dios, ¿todavía se nota? ¿Después de todas esas lecciones? Por Dios.

– ¿Y qué acento es ese? -preguntó Jessica.

– De Alabama. Montgomery, Alabama -dijo, y sonó como “Mangammy, Alabama”.

– Yo no escucho ningún acento en absoluto -dijo Jessica-. ¿Tú detectas algún acento, Will?

– Bueno, en realidad es un acento regional -dijo Susan.

– Suena como si hubieras nacido exactamente aquí en Nueva York -dijo Will, mintiendo descaradamente.

– Son muy amables, de veras -dijo ella-. De veras son muy amables.

– ¿Cuánto hace que estás aquí? -preguntó Jessica.

– Seis meses. Llegué a fines de junio. Soy actriz.

Una actriz, pensó Will.

– Yo soy enfermera -dijo Jessica.

Una actriz y una enfermera, pensó Will.

– ¿En serio? -preguntó Susan-. ¿Trabajas en algún hospital?

– Beth Israel -dijo Jessica.

– Creí que eso era una sinagoga -dijo Will.

– También un hospital -dijo Jessica, asintiendo antes de volver a dirigirse a Susan-. ¿Te habremos visto en algo? -le preguntó.

– Bien, no, a menos que hayan estado en Montgomery -dijo Susan, y sonrió-. ¿El zoo de cristal? ¿Conocen El zoo de cristal? ¿Tennessee Williams? ¿La obra de Tennessee Williams? Hice el papel de Laura Wingate en la producción de los Paper Players en Montgomery. Todavía no he actuado en nada aquí. De hecho, he estado trabajando de camarera.

Una camarera, pensó Will.

La enfermera y yo estamos por matar a la camarera más insignificante de la ciudad de Nueva York. O peor, estamos por llevarla a la cama.

Después, pensó que debía haber sido Jessica la que sugirió que compraran una botella de Moët Chandon y la llevaran al departamento de Susan para una última copa, dado que el departamento estaba tan cerca, justo a la vuelta de la esquina, en realidad, tal como Susan lo había señalado más temprano. O tal vez fue el propio Will quien hizo esa sugerencia, ya que para entonces había ingerido cuatro generosas medidas de Jack Daniels, y se sentía bastante más atrevido que de costumbre. O tal vez fue Susan quien los invitó a su casa, que estaba en el corazón del barrio de los teatros, justo a la vuelta de Flanagan's, donde ella misma había consumido cuatro copas de Chardonnay y había empezado a actuar para ellos la escena completa en la que el Caballero Visitante rompe el pequeño unicornio de cristal y Laura finge que no es una gran tragedia, haciendo ambos papeles para ellos, hecho que, Will supuso, con certeza había hecho que el barman anunciara el cierre diez minutos antes que la hora habitual.

Era una actriz espantosa.

¡Pero tan inspirada!

En el momento mismo que pisaron la calle, Susan levantó las manos hacia el cielo, con los dedos muy abiertos, y gritó con su horrible acento sureño:

– ¡Miren! ¡Broadway! ¡ La Gran Vía de las Luces! -Y luego hizo una pequeña pirueta, girando y danzando calle arriba, con los brazos aún en alto.

– ¡Dios mío, matémosla rápido! -le susurró Jessica a Will.

Los dos estallaron en carcajadas.

Susan debe haber pensado que ambos compartían su propia exuberancia.

Will supuso que no sabía lo que le esperaba. O tal vez sí.

A esa hora de la noche, las prostitutas habían empezado su ronda por la Octava Avenida, pero ninguna le echó siquiera una mirada a Will, probablemente suponiendo que era un tipo doblemente ocupado, con una chica de cada brazo. En una licorería abierta, no compró una botella de Moët Chandon sino de Veuve Clicquot, y los tres reanudaron su camino del brazo por la avenida.

El departamento de Susan era un monoambiente del tercer piso de un edificio sin ascensor en la esquina de la calle Cuarenta y Nueve y la Novena. Subieron detrás de ella, que se detuvo ante la puerta del 3 A, revolvió su bolso buscando la llave, la encontró y abrió la puerta. El lugar estaba amoblado en un estilo que Will denominaba Economía de Actriz Joven que Lucha por Triunfar. Una cocina diminuta a la izquierda de la entrada. Una cama doble contra la pared del fondo, donde también había una puerta que conducía, supuso Will, al baño. Un sofá y dos sillones y un tocador con espejo. En la pared de la entrada había otra puerta, que abierta reveló un placard. Susan colgó allí sus abrigos.

– ¿Les importa si me pongo cómoda? -les preguntó, y fue al baño.

Jessica enarcó las cejas.

Will fue hasta la cocina, abrió el refrigerador y vació dos cubeteras en un cuenco que encontró en la alacena. También encontró tres vasos de jugo que tendrían que servir para la ocasión. Jessica se sentó en el sofá observándolo mientras él se disponía a destapar el champán. Sonó un agudo pop en el momento en que otra rubia salía del baño.

Le llevó un minuto darse cuenta de que era Susan.

– El maquillaje y la ropa son grandes aliados para caracterizar a un personaje -dijo.

Ahora era una joven esbelta con cabello corto, lacio y rubio, un lindo par de pechos que asomaban por el profundo escote de una blusa roja, una breve y apretada falda negra, buenas piernas rematadas por zapatos negros de taco muy alto. Colgando de su mano se balanceaba la arratonada peluca castaña que había llevado puesta en el bar, y cuando abrió la mano izquierda y la extendió hacia él, con la palma hacia arriba, Will vio la prótesis dental que le había simulado esos clientes salientes. A través de la puerta abierta del baño, pudo ver el desaliñado traje marrón que colgaba del barrote de la ducha. Sus lentes estaban sobre el lavatorio.

– Un poco de relleno en la cintura me hizo más gruesa -dijo-. En clase usamos todos estos utilísimos accesorios.

Ya no se percibía ningún acento sureño, advirtió él. Ni tampoco ojos marrones.

– Pero tus ojos… -farfulló.

– Lentes de contacto -dijo Susan.

Sus verdaderos ojos eran tan azules como… bueno, los de Jessica.

De hecho, podían pasar por hermanas.

Dijo esto último en voz alta.

– Podrían pasar por hermanas -dijo.

– Tal vez porque lo somos -dijo Jessica-. Bien que te engañamos, ¿no es cierto?

– Maldición, sí.

– Probemos ese champán -dijo Susan, y fue hacia la cocina, donde la botella descansaba ahora en el cuenco con hielo. La levantó, escanció el vino en los vasos de jugo y llevó los tres vasos acunándolos en las manos. Jessica liberó uno de la maraña de dedos. Susan le entregó otro a Will.

– Por nosotros tres -brindó Jessica.

– Y por la improvisación -agregó Susan.

Todos bebieron.

Will supuso que sería una noche como pocas.

– Estamos en la misma clase de actuación -le dijo Jessica.

Seguía sentada en el sofá, con las piernas cruzadas. Piernas espléndidas. Will estaba en uno de los sillones. Susan, en el otro, frente a él, también con las piernas cruzadas, también espléndidas.

– Las dos queremos ser actrices -explicó Jessica.

– Creí que tú eras enfermera.

– Oh, sí, igual que Sue es camarera. Pero nuestra ambición es actuar.

– Algún día seremos estrellas.

– Y nuestros nombres brillarán en las carteleras de Broadway.

– Las Hermanas Carter. Todos volvieron a beber.