– En realidad, no somos de Montgomery -dijo Jessica.
– Bien, me doy cuenta ahora. Pero tu acento era muy bueno, Susan.
– Dialecto regional -lo corrigió ella.
– Somos de Seattle.
– Donde llueve todo el tiempo -dijo Will.
– Eso no es cierto en absoluto -dijo Susan-. En realidad en Seattle llueve menos que en Nueva York, es un hecho comprobado.
– Estadísticamente comprobado -dijo Jessica, asintiendo para demostrar su acuerdo, y vaciando su vaso-. ¿Queda algo de ese espumante?
– Oh, cantidad -dijo Susan, mientras se incorporaba enérgicamente de su sillón y mostraba sin pudor uno de sus muslos. Will le alcanzó también su vaso vacío. Había un asunto muy serio del cual había que ocuparse allí esta noche, había que realizar una improvisación de envergadura.
– Entonces, ¿cuánto hace que están viviendo aquí en Nueva York? -preguntó-. ¿Es cierto eso que dijiste allá en el bar? ¿En verdad hace apenas seis meses?
– Así es -dijo Jessica-. Desde fines de junio.
– Y desde entonces asistimos a las clases de actuación.
– ¿De veras actuaste en El zoo de cristal? ¿Con los Paper Players? ¿Existen los Paper Players?
– Claro que sí -dijo Susan, volviendo con los vasos llenos-. Pero en Seattle.
– Jamás hemos estado en Montgomery.
– Eso era parte de mi personaje -dijo Susan-, del personaje que interpretaba en el bar. La Pequeña Suzie Culo Triste.
Ambas rompieron a reír.
Will se rió con ellas.
– Yo interpreté a Amanda Wingate -dijo Jessica.
– En El zoo de cristal -explicó Susan-. Cuando hicimos la obra en Seattle. La madre de Laura. Amanda Wingate.
– En realidad yo soy la mayor -dijo Jessica-. En la vida real.
– Ella tiene treinta -explicó Susan-. Yo, veintiocho.
– Y aquí solitas en la gran ciudad perversa -dijo Will.
– Sí, aquí solitas -dijo Jessica.
– ¿Ahí es donde duermen?-preguntó Will-. ¿En esa cama que está allí? ¿Las dos solitas en esa gran cama perversa?
– Ajá -dijo Jessica-. Quiere saber dónde dormimos, Sue.
– Mejor ir con cuidado -dijo Susan.
A Will le pareció que era mejor retroceder un poco, hacer la jugada con mayor lentitud.
– ¿Y dónde está esa escuela de actuación a la que van?
– Sobre la Octava Avenida.
– Cerca del Biltmore -dijo Susan-. ¿Conoces el teatro Biltmore?
– No -dijo Will-. Lo siento.
– Bueno, cerca de ahí -dijo Jessica-. Madame D'Arbousse, ¿conoces lo que hace?
– No, lo siento, no la conozco.
– Bueno, tan solo es famosa -dijo Susan.
– Lo siento, no estoy familiarizado con…
– ¿La escuela D'Arbousse? ¿Nunca oíste hablar de la Escuela de Actuación D'Arbousse?
– No, lo siento.
– Es apenas mundialmente famosa -dijo Susan.
Parecía hacer mohines ahora, como una niña caprichosa. Will advirtió que estaba perdiendo terreno. Rápidamente.
– Entonces… eeeh… ¿por qué te disfrazaste esta noche? -preguntó-. Fuiste a ese bar como… bueno… espero que me disculpes… como una anticuada archivista, que fue lo que creí que eras.
– Fui muy buena, ¿no? -respondió Susan, sonriendo. Su sonrisa sin el postizo era adorable. Y su boca ya no parecía de labios finos, tampoco. Sorprendente lo que podía hacer un poco de lápiz labial para engordar los labios de una chica. El imaginó esos labios sobre los suyos, en la cama que estaba en el otro extremo de la habitación. También imaginó los labios de su hermana sobre los suyos. Imaginó todos sus labios enredados, entrelazados…
– Eso era parte del ejercicio -dijo Susan.
– ¿El ejercicio?
– Encontrar el lugar -dijo Jessica.
– El lugar del personaje -dijo Susan.
– Para un momento íntimo -explicó Jessica.
– Encontrar el lugar para el momento íntimo de un personaje.
– Pensamos que podía ser el bar.
– Pero ahora creemos que podría ser aquí.
– Bien, será aquí -dijo Jessica-. Una vez que lo creemos.
Se estaban alejando de Will. Y, más importante aún, Will sentía que lo dejaban atrás. Esa cama, tal vez a unos cuatro metros de distancia, parecía perderse de vista en una inalcanzable lejanía. Tenía que lograr que las cosas volvieran a su cauce. Pero todavía no sabía cómo. No mientras siguieran insistiendo con… ¿de qué hablaban, al final?
– Lo siento -dijo-, ¿pero qué es exactamente lo que tratan de crear?
– Un momento privado de un personaje -dijo Jessica.
– ¿Es este el lugar que usaremos? -preguntó Susan.
– Sí, creo que sí. ¿No te parece? Nuestro propio departamento. Un lugar real. A mí me parece muy real. ¿No te parece real, Sue?
– Sí. Claro que sí. Parece muy real. Pero no me siento íntima. ¿Tú te sientes íntima?
– No, todavía no.
– Disculpen, señoras… -dijo Will.
– Señoras, aaah -dijo Susan, poniendo los ojos en blanco.
– …pero podemos hacer esto mucho más íntimo, si eso es lo que ustedes están buscando.
– Estamos hablando de un momento íntimo -explicó Jessica-. La manera en que nos comportamos cuando nadie nos mira.
– Nadie nos mira ahora -dijo Will con tono alentador-. Podemos hacer lo que se nos antoje aquí, y nadie nunca…
– Creo que no entiendes -dijo Susan-. Lo que estamos tratando de crear aquí esta noche son las emociones y los sentimientos íntimos de un personaje.
– Entonces empecemos a crear todos esos sentimientos y emociones -sugirió Will.
– Esos sentimientos tienen que ser reales -dijo Jessica.
– Tienen que ser absolutamente reales -dijo Susan.
– Para que podamos aplicarlos a la escena que estamos haciendo.
– ¡Aaah! -dijo Will.
– Creo que lo entendió -dijo Jessica.
– Por suerte, lo entendió.
– Están ensayando una escena las dos juntas.
– ¡Bravo!
– ¿Qué escena? -preguntó Will.
– Una escena de Macbeth -dijo Susan.
– En la que ella le dice que debe azotar su coraje contra el escollo -dijo Jessica.
– Lady Macbeth.
– Le dice a Macbeth. Cuando él empieza a flaquear ante la idea de matar a Duncan.
– Azota tu coraje contra el escollo -repitió Jessica, esta vez con convicción-. Y no fallaremos.
Miró a su hermana.
– Eso estuvo muy bien -dijo Susan.
– Azotar el coraje, ¿eh? -dijo él, con sonrisa suficiente, y bebió otro sorbo de champán.
– Le está diciendo que no sea débil -dijo Susan.
– La cosa es que están conspirando para matar al rey, ¿te das cuenta? -dijo Jessica.
– Es un momento íntimo para los dos.
– Mientras analizan lo que están por hacer.
– Están planeando un asesinato, como verás.
– ¿Cómo se siente eso? -preguntó Susan.
– ¿Cómo se siente dentro de tu cabeza? -agregó Jessica.
– Ese momento íntimo dentro de tu cabeza.
– El momento en que una está planeando verdaderamente la muerte de alguien.
Por un instante reinó el silencio en la habitación. Las hermanas se miraron.
– ¿Alguien quiere más champán? -preguntó Susan.
– A mí me encantaría un poco -dijo Jessica.
– Yo lo traigo -dijo Will, y empezó a incorporarse.
– No, no, déjame a mí -dijo Susan, y tomando el vaso de él se dirigió con los tres vasos a la cocina. Jessica cruzó las piernas. En la cocina, a sus espaldas, Will podía oír a Susan que volvía a llenar los vasos. Contempló el pie de Jessica que se sacudía, con los zapatos de taco alto semisalidos, sostenidos solamente con los dedos del pie.
– Así que toda esa escena del bar era parte de un ejercicio, ¿no? -dijo Will-. ¿Cuando me sugeriste matar a alguien? ¿Y después elegiste a tu hermana como víctima?
– Bueno, algo así-dijo Jessica.
Su zapato cayó al suelo. Ella se agachó para recobrarlo, extendiendo las piernas, el vestido negro trepándose a sus muslos. Cruzó una pierna sobre la otra, volvió a calzarse el zapato, le sonrió a Will. Susan ya estaba de vuelta con los vasos llenos.