Tonia la miró atónita.
– ¡Esa sí que debe haber sido una pesadilla espantosa! -le dijo con un asomo de diversión en el rostro.
– ¿Pe… pesadilla? -tartamudeó Susannah.
– Sí. Estabas gritando en sueños. Por eso vine.
Susannah se dio cuenta de que aún era de noche; la lámpara de la habitación estaba encendida pero se veía todo negro más allá de las cortinas. No podía quitarle los ojos de encima a Tonia para mirar el reloj que tenía sobre la mesa de luz. No había estado soñando, de eso estaba absolutamente segura. Siempre recordaba sus sueños.
– ¿Para qué es esa almohada? -preguntó con voz seca y un poco vacilante. ¿Acababa de evitar por un pelo que la asfixiara mientras dormía?
– La arrojaste al suelo -respondió Tonia.
No lo había hecho. Era una almohada extra. Ella tenía dos en su cama. El corazón le latía locamente, martillándole el pecho, y su pulso volaba. ¿Debía desafiar a Tonia ahora, decírselo en la cara y enfrentarla? ¿Se atrevería? Eso haría que todo fuera irrevocable. ¿Y entonces qué pasaría? ¿Qué quedaría de la relación entre ambas después de eso?
– No, no lo hice -dijo sin aliento-. ¡Tengo las dos mías aquí!
Tonia sonrió, como si eso fuera exactamente lo que ella quería que Susannah dijera.
– Tenías tres, querida. Para sentarte en la cama si deseabas leer. -Soltó una risita seca y cascada.- ¿Creíste que la había traído para asfixiarte con ella? ¿Por qué querría hacer algo así? ¿Has hecho algo malo que yo no sé? ¿Es por eso que no comes bien y te despiertas gritando en medio de la noche?
Se puso de pie, sosteniendo aún la almohada en sus brazos.
– ¡No, por supuesto que no! -exclamó Susannah. Después miró de frente a Tonia-. ¡Tú ya sabes todo lo que hay para saber!
– Sí -aceptó Tonia con suavidad-. ¡Sí… lo sé!
Y aún llevando la almohada, salió del cuarto y cerró la puerta silenciosamente, tan silenciosamente como había entrado.
El desayuno fue horrible. Susannah tenía un espantoso dolor de cabeza, Kate se veía tensa y también parecía incapaz de comer. Sólo Tonia se mostraba implacablemente alegre y en apariencia llena de energía. Cocinó y sirvió, preguntándoles a las otras dos, solícitamente, si habían dormido, si estaban bien, si había alguna otra cosa que pudiera hacer por ellas.
– Te ves destruida -le dijo con energía a Susannah-. Una buena caminata por el cabo te haría sentir mucho mejor. Y también a ti, Kate. Deberíamos ir ahora. Está despejado y la marea está justo en el momento adecuado. Y yo también disfrutaré el paseo. Busquen sus abrigos y vamos.
No las esperó sino que descolgó su propio abrigo del perchero que estaba junto a la puerta y, poniéndoselo encima, salió al exterior ventoso y soleado.
Kate no se decidía.
– ¡Vamos! -las llamó Tonia-. ¡Es una hermosa mañana! Está fresco y limpio, y escucho cantar a un mirlo. El viento viene del mar, y huele de maravillas.
De pronto Susannah se decidió. Enfrentaría el asunto, incluso provocaría la situación si era necesario, pero no pensaba pasar el resto de la jornada, por no hablar del resto de su vida, teniéndole miedo a Tonia y permitiéndole que la manipulara, haciéndola sentirse culpable y obligándola a imaginar locuras cada vez que a ella se le antojara. No era culpa suya que Ralph hubiera tenido una aventura con Kate, ni que hubiera intentado usarla a ella misma. No era culpa suya que Ralph fuera corrupto, ni que la corte lo hubiera encontrado culpable y lo condenara a prisión. ¡Ralph tenía la culpa! Y no era culpa de Susannah que los otros presos lo hubieran matado. Tal vez él no había merecido que le pasara eso, podía ser algo tan trágico e injusto como creía Tonia, pero Susannah no iba a hacerse cargo de la responsabilidad.
Aunque prefería no enfrentarla sola.
– ¡Vamos, Kate! -agregó con decisión-. ¡Este viento fuerte limpiará todo, y nos hará mucho bien!
Kate obedeció, con cierta reticencia, y las tres caminaron lado a lado subiendo la pendiente hasta donde acababa el césped, más allá de las grandes piedras, hasta legar por fin a la delgada medialuna de arena dura que bordeaba el mar. Todas ellas estaban atentas a las grandes olas, y corrían a refugiarse en las piedras cuando una azotaba la playa, logrando evitarlas.
Se dirigieron hacia el rocoso promontorio donde se encontraban las charcas que la marea, al retirarse, dejaba llenas de tesoros. Llegaron al pie del afloramiento rocoso y empezaron a trepar con cuidado, controlando cada uno de sus pasos, Tonia avanzando, después Kate, Susannah cerrando la marcha. Siguieron adelante, internándose en el cabo hasta el sitio donde el promontorio aún ofrecía un espacio adecuado para apoyar los pies. Susannah era la que había quedado más abajo y más próxima a la corriente profunda que pasaba a su lado, arrojando espuma blanca sobre los dientes de las rocas, y retirándose nuevamente, arrastrando arena y piedras y conchillas. Más adelante, más allá de la punta del cabo, cinco filas de olas, una detrás de la otra, avanzaban rugiendo hacia la costa, con las crestas agachadas, haciendo volar espuma y agua, hirviendo hasta cubrir de blanco toda la superficie visible del mar.
Era un momento en que las palabras sobraban, pero Tonia habló.
– Es magnífico, ¿verdad? Elemental, como las grandes pasiones de la vida -dijo.
Kate miró hacia otro lado.
– Supongo que sí -dijo. Miraba hacia la costa, contemplando la curva de la playa y los kilómetros de costa que se extendía, con sus rocas y sus irregulares salientes y promontorios, hasta donde alcanzaba la vista.
– Oh, sí -continuó Tonia-. Yo puedo entender la pasión, incluso cuando el deseo es tan grande que supera a la moral, y una desea tanto algo que simplemente lo toma, aunque pertenezca a otra persona. ¿Tú también lo entiendes, Kate?
Kate se dio vuelta con brusquedad y el viento hizo que el cabello le tapara la cara. Ella lo echó atrás con gesto impaciente. Estaba cerca de Tonia, casi medio metro más abajo que ella.
– ¡Por amor de Dios, acábala con eso! -le gritó-. Ya sabías que Ralph y yo estábamos enamorados. ¡Lo siento! Era tu esposo, y me amaba a mí. ¡Y yo también lo amaba a él! Las dos no podíamos tenerlo. Tú perdiste.
– ¿Las dos? -Tonia se rió, y finalmente perdió el control y su voz se alzó, cobrando un tono enloquecido y salvaje-. ¡Está muerto, Kate! ¡Murió en el baño de una prisión estatal! ¡Fue apuñalado en el vientre, y se desangró hasta morir, allí, tirado en el piso! ¡Sin nadie a su lado! ¡Ni tú, ni yo, ni siquiera la querida Susannah!
Kate se tambaleó como si hubiera perdido el equilibrio.
– ¿Qué quieres decir, qué tiene que ver Susannah? ¡Él no estaba enamorado de ella! ¡Ni siquiera le gustaba!
– ¡Por supuesto que no le gustaba! -le respondió Tonia, a los gritos, con los ojos entrecerrados y los labios tensos, mostrando los dientes-. ¡Pero sabía que era inteligente! Trató de usarla, en el banco. Pero nuestra querida pequeña Susannah no quería ser usada. Quería tenerlo a él, y si no podía, prefería destruirlo. ¡No toma muy bien el rechazo, nuestra hermanita menor! Cuando él le pidió ayuda, y ella quiso que el precio fuera que él se convirtiera en su amante, y él la rechazó, Susannah se vengó. ¡Y fue una venganza perfecta! Lo delató a la policía… reunió todas las pruebas, creó aquellas que faltaran… ¡y lo entrampó! Él no tenía manera de escapar. ¡Pobre Ralph! No tenía idea de lo que los celos y el rechazo podían provocar en ella. ¡Ojalá Susannah se hubiera clavado el cuchillo en su propio cuerpo!
Kate giró sobre sí, casi perdiendo el equilibrio, con el rostro blanco, y los ojos centelleando por la ira. Empezó a bajar hacia donde estaba Susannah, cubriendo los pocos metros que las separaban a los saltos, tropezándose, pero increíblemente sin caerse.
– ¡No lo hice! -aulló Susannah, retrocediendo hacia el borde de las rocas bajo las que rugía el mar-. ¡No fragüé nada! ¡Todo lo que le entregué y le dije a la policía era exactamente lo que él estaba haciendo!