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– ¡Lo entregaste! -dijo Kate con incrédula furia-. ¡Tú fuiste quien traicionó a Ralph!

No era una pregunta. Kate ya había oído la certeza en la voz de Tonia, y la culpa en la de Susannah. Se arrojó sobre ella e hizo que ambas llegaran al borde de las rocas. La ola siguiente pasó rugiendo sobre ellas, quitándoles el aliento, fría como el hielo, y las dejó luchando por recobrar el equilibrio en la estrecha cornisa rocosa, a partir de cuyo borde el promontorio caía a pique hasta el mar.

– ¡Yo no lo traicioné! -jadeó Susannah, tratando de sacarse de encima a Kate para poder incorporarse-. ¡Iba a robar dinero para financiar su candidatura para el Senado! Yo se lo impedí. ¡Maldición, déjame salir de acá! ¡Ralph las estaba engañando a las dos! ¡Era corrupto como el demonio!

Kate la golpeó con fuerza en la cara, enviándola de nuevo a la cornisa de roca.

– ¡Tú lo mataste! -gritó con un aullido de angustia-. ¡Él me amaba a mí! ¡Yo podría haberle impedido que hiciera eso! ¡Si hubieras acudido a mí, yo lo hubiera salvado! -sollozaba mientras los recuerdos, los sueños destrozados y una insoportable soledad la invadían-. ¡Yo lo amaba! Yo podría…

– ¡Ya sé que lo amabas! -Susannah se llevó una mano a su cara dolorida y gateó de costado hacia el lugar donde la cornisa se ensanchaba-.¡Pero él no amaba a nadie, ni a ti ni a Tonia ni a nadie en absoluto! ¡Kate, el hombre que amabas nunca existió!

– ¡Sí existió! Podría haber…

– Podría… ¡pero no lo hizo! ¡Eligió no hacerlo!

– ¡No eligió nada! -gritó Tonia, bajando hacia donde estaban ellas-. No es cierto, Kate. ¡Ella se aprovechó de él! ¡Lo mató! ¡Sigue adelante!

Kate vaciló. Podía empujar a Susannah del borde, y caería al agua.

– ¡No te detengas! -gritó Tonia-. ¡Ella mató a Ralph! ¡Lo traicionó, lo envió a ese lugar inmundo para que lo mataran! ¡En el baño! ¡A Ralph… al hermoso, feliz, mágico Ralph! ¡Susannah lo destruyó! -Ahora estaba detrás de Kate, a medio metro de distancia apenas.

Susannah podía oír las olas que rompían detrás de ellas, después el sonido que hacían al aplastarse contra las piedras, mientras caían y se retiraban. ¿Cuántas olas habían pasado desde que ella estaba encogida en ese lugar? ¿Tres, cuatro, cinco?

Kate se volvió, dejando de mirar a Tonia para verle la cara a Susannah y luego otra vez a Tonia.

– ¡Hazlo! -volvió a gritarle Tonia-. ¡Si amabas a Ralph, hazlo ahora! ¡Ella te lo arrebató! Él no la quiso, y entonces ella lo destruyó todo.

– ¡Él no quería a ninguna de nosotras! -gritó Susannah con desesperación-. ¡Sólo quería el Senado… el poder y el dinero!

Kate volvió a enfrentar a Susannah y dio otro paso hacia ella, mientras el viento azotaba su piel, con los ojos desorbitados.

Susannah miró a Tonia, que se encontraba justo detrás de Kate, con el odio pintado en la cara.

– ¿No tienes el coraje de hacerlo tú misma? -le gritó-. ¡No es raro que Ralph haya preferido a Kate! ¡Al menos ella tenía sus propias pasiones, no pasiones prestadas! ¡Cobarde!

Estaba en cuclillas ahora, en equilibrio.

Tonia esbozó una mueca de furia y se lazó hacia adelante, empujando a un lado a Kate, quien resbaló y perdió el equilibrio, aferrándose a un arbusto para no caer.

Susannah se movió hacia un lado, doblándose un tobillo y cayendo en el momento en que Tonia aterrizó cerca de ella. Estaban una al lado de la otra, separadas por medio metro de distancia. Susannah empezó a gatear otra vez, ascendiendo la pendiente, sintiendo un dolor agudo en el tobillo.

– ¡Muy bien! -gritó Tonia con hiriente desprecio-. ¡Aléjate en cuatro patas! ¿Crees que no puedo atraparte?

Y la siguió, lentamente, para alargar la situación.

Susannah oyó la ola antes de verla, más grande, más densa que las otras, la ola sorpresa que traía en su interior todo el poder del océano.

– ¡La ola! -gritó como advertencia. No quería prevenirla a Tonia, pero las palabras brotaron de su boca sin darle tiempo a pensar-. ¡Cuidado!

Tonia se rió. No le creía.

– ¡Cuidado! -volvió a gritarle Susannah.

La ola rompió, alta y blanca, azotando las rocas con un rugido ensordecedor. Sólo llegó hasta las rodillas de Tonia, pero tenía tanta fuerza que la arrastró y la zambulló dentro de su hirviente caldero.

Kate estaba empapada, pero seguía aferrada al arbusto, jadeante. Susannah quedó momentáneamente cegada, con las ropas empapadas por las salpicaduras. Se sacó el pelo húmedo de los ojos para ver cómo Tonia se debatía, agitando brazos y piernas, y después fue engullida, convertida tan sólo en una masa oscura en el corazón de la ola que se retiraba una vez más con violencia hacia el océano, replegándose en la profundidad de las aguas.

Kate sollozaba mientras intentaba ponerse de pie, con el rostro ceniciento.

– No puedes hacer nada -dijo Susannah con suavidad-. Será mejor que trepemos hasta un lugar más alto, vendrá otra ola, siempre es así.

– ¿Le dijiste… le dijiste a la policía lo de Ralph? -tartamudeó Kate.

– Sí -dijo ella, mirando a los ojos a su hermana-. Era un ladrón, e iba a ser un senador corrupto. ¿Crees que le ayudaría a lograrlo?

– ¿Pero y qué pasó… entre… él y tú…?

– Un engaño más -le dijo Susannah-. ¿No se te ha ocurrió que si él podía engañarla a Tonia contigo, también te engañaría a ti conmigo… o con cualquier otra que hubiera sido útil a su causa?

Kate quedó apabullada ante esa idea.

Susannah le tendió la mano.

– Vamos. Debemos ir más arriba, por encima de las olas, por si viene otra grande.

Kate se aferró a ella.

– Pero… ¿y Tonia?

– Un accidente -respondió Susannah-. Las olas sorpresa se llevan personas todos los años. Supongo que no basta con salir bien parada la mayoría de las veces, porque es la debilidad en la que no reparaste la que finalmente te destruye.

Kate se cubrió el rostro con las manos.

– ¡Quería que yo te matara a ti!

– Lo sé -dijo Susannah, rodeándola con un brazo-. Vamos.

Louly y Chico Lindo – Elmore Leonard

He aquí algunas fechas importantes de la vida de Louly Ring a partir de 1912, el año en que nació en Tulsa, Oklahoma, hasta 1931, cuando se escapó de su casa para encontrarse con Joe Young, después de ser liberado de la Penitenciaría Estatal de Missouri.

En 1918, su padre, un trabajador ganadero de Tulsa, se alistó en los Marines y murió en el Bois de Belleau durante la Primera Guerra Mundial. Su mamá, llorando mientras sostenía la carta en sus manos, le dijo a Louly que era un bosque allá en Francia.

En 1920 su mamá se casó con un bautista fanático llamado Otis Bender y todos se fueron a vivir a su finca algodonera cerca de Sallisaw, al sur de Tulsa, al pie de las montañas Cookson. Para el momento en que Louly cumplió doce años, su mamá ya tenía dos hijos de Otis, y Otis y Louly estaban en los campos cosechando algodón. Otis era la única persona que la llamaba por su nombre de bautismo, Louise. Ella odiaba recoger algodón, pero su madre no podía decirle nada a Otis. Otis creía que cuando uno era suficientemente mayor para cumplir con una jornada de trabajo, uno trabajaba. Eso significó que Louly dejara de ir a la escuela en sexto grado.

En el verano de 1924, asistieron a la boda de su prima Ruby en Bixby. Ruby tenía diecisiete años, pero el muchacho con el que se casaba, Charley Floyd, tenía veinte. Ruby era morena y bonita, y por sus venas corría sangre cherokee por parte de su madre. A causa de la diferencia de edad, Louly y Ruby no tenían nada para decirse. Charley la llamó nena y se acostumbró a apoyarle la mano en la cabeza y a desordenarle la melena, que era casi rojiza como la de su madre. Él le dijo que tenía los más grandes ojos pardos que hubiera visto en una nena.