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– Cuando me mandaron a la cárcel salieron toda clase de fotos mías.

– Me refiero a cuántas veces por otros robos…

Ella lo miró repantigarse en su silla mientras la camarera les traía la comida y él le daba una palmada en el trasero en el momento en que la mujer se alejaba de la mesa. La camarera le dijo “Descarado”, y él pareció muy sorprendido, de manera graciosa. Louly estaba a punto de decirle que la foto de Charley Floyd había salido cincuenta y un veces en el periódico de Sallisaw el año pasado, una vez por cada uno de los cincuenta y un bancos que habían sido asaltados en Oklahoma, y Charley era acusado de cada uno de esos robos. Pero si se lo decía, Joe Young le diría que Charley no podía haber hecho todos esos robos, ya que había estado en Ohio durante una parte del año 1931. Y era cierto. Se estimaba que podría haber asaltado treinta y ocho bancos, pero incluso esa cifra podría hacer que Joe Young se pusiera celoso y de mal humor, así que no dijo nada y se dedicó a comer su pollo frito.

Joe Young le pidió que pagara la cuenta, un dólar sesenta en total incluyendo el pastel de ruibarbo que comieron de postre, con el dinero que había ahorrado para escaparse de su casa. Volvieron al motel y él volvió a cogerla con el estómago lleno, respirando por la nariz, y ella se dio cuenta de que eso de ser la chica de un gángster no era para nada un lecho de rosas.

A la mañana partieron hacia el este por la autopista 40, en dirección a las montañas Cookson, con Joe Young al volante del Ford A y sacando el codo por la ventanilla, Louly con la chaqueta bien cerrada y el cuello levantado para protegerse del viento. Joe Young no paraba de hablar, diciendo que sabía dónde le gustaba esconderse a Choc. Irían hasta Muskogee, cruzarían el Arkansas y seguirían el río derecho hasta Braggs.

– Sé que al muchacho le gusta esa zona alrededor de Braggs.

En el camino podría asaltar una gasolinera, mostrarle a Louly cómo se hacía.

A la salida de Henrietta Louly dijo:

– Allí hay una.

– Demasiados autos -respondió él.

Treinta millas después de Checotah, girando hacia el norte en dirección a Muskogee, Louly miró hacia atrás y dijo:

– ¿Qué tenía de malo esa estación de Texaco?

– Tiene algo que no me gustó -dijo Joe Young-. Hay que escuchar la intuición en este trabajo.

– Elígela tú -dijo Louly. Tenía el revólver 38 que él le había dado en la bolsa negra y rosa que su madre le había tejido al crochet.

Llegaron a Summit y cruzaron lentamente la ciudad, los dos buscando, Louly esperando que él eligiera un lugar para robar. Se estaba excitando cada vez más. Llegaron al otro extremo de la ciudad, y Joe Young dijo:

– Allí está nuestro lugar. Podemos llenar el tanque, tomar una taza de café.

– ¿Y lo asaltamos? -dijo Louly.

– Ya veremos.

– Parece un sitio de mala muerte.

Había dos surtidores frente a un edificio derrengado, con la pintura descascarada, un cartel que decía COMIDAS y explicaba que la sopa costaba diez centavos y una hamburguesa cinco.

Entraron mientras un hombre torcido les llenaba el tanque. Joe Young llevaba su botella, casi vacía, que apoyó sobre el mostrador. La mujer que atendía, pura piel y huesos, de aspecto fatigado, se quitó los mechones de pelo de la cara. Puso unas tazas ante ellos y Joe Young sirvió en la suya lo que le quedaba de la botella.

Louly no quería robarle a esa mujer.

– Creo que esa botella ya está seca -dijo la mujer.

Joe Young estaba concentrado en extraer las últimas gotas de whisky.

– ¿Podrá darme un poco? -preguntó.

Ahora la mujer les estaba sirviendo el café.

– ¿Quiere del bueno? Si no, puedo darle Kentucky por tres dólares.

– Deme un par -dijo Joe Young, sacando su Colt apoyándolo sobre el mostrador-. Y lo que tenga en la caja.

Louly no quería robarle a esa mujer. Pensaba que uno no tenía que robarle a alguien sólo porque esa persona tuviera dinero, ¿no es cierto?

– Dios lo maldiga, señor -dijo la mujer.

Joe Young alzó su revólver y fue detrás del mostrador para abrir la caja registradora que estaba en el otro extremo. Mientras sacaba los billetes le dijo a la mujer:

– ¿Dónde guarda el dinero del whisky?

– Allá adentro -dijo ella, con un tono de desesperación en la voz.

– ¿Catorce dólares? -dijo él, sosteniendo los billetes en alto, y se volvió hacia Louly-. Apúntale con tu arma para que no se mueva. Si viene el viejo, apúntale a él también.

Joe Young traspuso una puerta que comunicaba con lo que parecía ser una oficina.

– ¿Cómo es que andas con esa basura? -le dijo a Louly, que le apuntaba ahora con el revólver desde adentro de su bolsa tejida al crochet-. Pareces una chica de familia, tienes un bonito bolso… ¿Tienes un tornillo flojo? Por Dios, ¿no podías conseguirte algo mejor que él?.

– ¿Sabe quién es un buen amigo mío? -le dijo Louly-. Charley Floyd, si es que lo oyó nombrar. Se casó con mi prima Ruby. -La mujer meneó la cabeza y Louly agregó:- Chico Lindo Floyd -y deseó haberse mordido la lengua.

Ahora la mujer pareció esbozar una sonrisa, revelando las líneas negras entre los pocos dientes que le quedaban.

– Vino aquí una vez. Le serví el desayuno y me pagó dos dólares por él. ¿Alguna vez oyó algo semejante? Cobro veinticinco centavos por dos huevos, cuatro tajadas de tocino, tostadas y todo el café que uno quiera, y él me dio dos dólares.

– ¿Cuándo fue eso? -preguntó Louly.

La mujer miró el techo como tratando de recordar cuándo había sido, y dijo:

– En 1929, después de que mataron a su padre.

Se alzaron con los catorce dólares de la caja registradora y otros cincuenta y siete del dinero del whisky guardado atrás, y Joe Young hablaba otra vez de encaminarse hacia Muskogee, diciéndole a Louly que su instinto le dictaba que debían ir allí. ¿Cómo podía irle bien a esa gente, si había dos grandes estaciones de servicio a poca distancia? Por eso había llevado consigo la botella, para ver qué conseguía.

– ¿Escuchaste lo que me dijo? “Dios lo maldiga”, pero me llamó “señor”.

– Charley tomó el desayuno allí en una oportunidad -dijo Louly-, y le pagó dos dólares por él.

– Pura jactancia -dijo Joe Young.

Decidió que se quedarían en Muskogee a descansar en vez de seguir hasta Braggs.

– Sí, ya debemos haber hecho unos buenos setenta kilómetros hoy -dijo Louly.

Joe Young le dijo que no se pasara de lista con él.

– Voy a dejarte en un motel y voy a ir a ver a algunos muchachos que conozco. Para averiguar en qué anda Choc.

Ella no le creyó, ¿pero qué sentido tenía contradecirlo?

Ya era la última hora de la tarde, el sol se ponía. El hombre que llamó a la puerta -Louly pudo verlo a través de la parte vidriada- era alto y delgado, vestido con un traje oscuro, un joven elegante que sostenía el sombrero en una mano. Le pareció que era de la policía, pero mientras estaba allí de pie observándolo, pensó que no había ningún motivo para no abrirle la puerta.

– Señorita -le dijo él, abriendo su billetera para mostrarle su identificación que tenía una estrella dentro de un círculo-, soy el subcomisario de policía Carl Webster. ¿Con quién estoy hablando?

– Me llamo Louly Ring -le dijo ella.

Él le sonrió, revelando clientes muy parejos, y le dijo:

– Usted es prima de Ruby, la esposa de Chico Lindo Floyd, ¿no es sí?

Como si le hubieran arrojado agua helada a la cara, así de sorprendida quedó Louly.

– ¿Cómo lo sabe?

– He estado reuniendo todo el material posible sobre Chico Lindo, tomando nota de sus relaciones, de todo el mundo que lo conoce. ¿Recuerda cuándo fue la última vez que lo vio?