Un informante le había avisado a la Policía Estatal de Oregon que Liz Polemus era responsable de una serie de robos recientes en el noroeste y que vivía con un nombre falso en una pequeña vivienda aislada. Los detectives de la peo a cargo del caso se habían enterado de que su hija era detective del Departamento de Policía de Seattle, y habían trasladado a Beth Anne en helicóptero hasta el aeropuerto de Portland. La joven había ido sola para lograr que su madre se entregara pacíficamente.
– Figuraba en la lista de los delincuentes más buscados de dos estados. Y he oído que también se estaba haciendo un nombre en California. Imagínese eso… de su propia madre. -La voz de Heath se interrumpió, porque el agente pensó que tal vez era poco delicado seguir con el tema.
Sin embargo, a Beth Anne no le molestaba.
– Así fue mi infancia -caviló-. Robo a mano armada, robo con escalamiento, lavado de dinero… Mi padre tenía un depósito donde reducían lo robado. También les servía de fachada… lo había heredado de su propio padre. Quien también estaba en el mismo negocio, dicho sea de paso.
– ¿Su abuelo?
Ella asintió.
– Ese depósito… todavía puedo verlo claramente. Percibir su olor. Sentir el frío. Y sólo estuve allí una vez. Cuando tenía más o menos ocho años, creo. Estaba lleno de mercadería robada. Mi padre me dejó sola en la oficina unos minutos y yo espié a través de la puerta y lo vi, a él y a uno de sus compinches, golpeando salvajemente a otro. Casi lo mataron.
– No suena a que intentaran ocultarle demasiado lo que hacían, manteniéndolo en secreto.
– ¿En secreto? Diablos, hicieron todo lo posible para que yo participara del negocio. Mi padre inventaba esos juegos especiales, como él los llamaba. Oh, se suponía que yo debía ir a la casa de mis amigos y estudiar si tenían cosas de valor y dónde las guardaban. O fijarme en la escuela dónde tenían los televisores y las videocaseteras y decirle dónde los guardaban y qué clase de cerraduras había en las puertas.
Heath meneó la cabeza, atónito. Después preguntó:
– ¿Pero usted nunca tuvo ningún roce con la ley?
Ella se rió.
– En realidad, sí… me agarraron una vez por robar en una tienda.
Heath asintió.
– Yo me embolsé un paquete de cigarrillos cuando tenía catorce años. Todavía siento el cinturón de cuero de mi papá azotándome el trasero por lo que había hecho.
– No, no -dijo Beth Anne-. A mí me agarraron esa vez devolviendo alguna porquería que mi madre había robado.
– ¿Qué?
– Ella me llevó a la tienda como pantalla. Ya sabe, una madre con su hija nunca será tan sospechosa como una mujer sola. Vi cómo se embolsaba algunos relojes y un collar. Cuando volvimos a casa puse las cosas en una bolsa y las llevé de vuelta a la tienda. El guardia me habrá visto aspecto de culpable, supongo, y me agarró antes de que pudiera devolver las cosas. Cargué con la culpa. Quiero decir, no iba a chivar a mis padres, ¿no es cierto?… Mi madre se puso tan furiosa… Verdaderamente ellos no podían entender por qué yo no quería seguirles los pasos.
– Usted necesita unas cuantas sesiones con el doctor Phil o con alguien.
– Ya estuve allí. Todavía estoy.
Ella asintió a medida que recordaba otras cosas.
– Más o menos desde los doce o trece años en adelante, traté de estar el mayor tiempo posible fuera de mi casa. Me anoté en todas las actividades extraescolares que pude. Me ofrecí como voluntaria en el hospital durante los fines de semana. Mis amigos realmente me ayudaron. Eran de lo mejor… Probablemente los elegí porque eran lo más diferente posible de los delincuentes con los que andaban mis padres. Yo salía con los del grupo de Estudiantes Meritorios, los del equipo de debate, los del club de latín. Cualquiera que fuera decente y normal. Yo no era una gran estudiante pero pasaba tanto tiempo en la biblioteca o estudiando en casas de amigos que me dieron una beca que me permitió asistir a la universidad.
– ¿Adónde fue?
– A Ann Arbor. Me gradué en justicia criminal. Rendí mi examen y conseguí un cargo en el Departamento de Policía de Detroit. Trabajé allí un tiempo. Casi siempre en Narcóticos. Después me trasladé aquí y me uní a la fuerza policial de Seattle.
– Y ya tiene su insignia. Llegó rápido a detective. -Heath miró hacia la casa.- ¿Ella vivía sola aquí? ¿Dónde está su padre?
– Muerto -dijo Beth Anne con toda naturalidad-. Ella lo mató.
– ¿Qué?
– Espere a leer la orden de extradición de Michigan. Nadie lo supo en ese momento, por supuesto. El informe original del forense dijo que había sido un accidente. Pero hace unos meses, un tipo que está en prisión en Michigan confesó que él la había ayudado. Mi madre descubrió que mi padre se estaba guardando dinero producto de sus operaciones conjuntas y que lo estaba gastando con una amante. Contrató a ese tipo para que lo matara y logró que pareciera que mi padre se había ahogado por accidente.
– Lo siento, detective.
Beth Anne se encogió de hombros.
– Siempre me pregunté si podría perdonarlos. Recuerdo una vez, cuando aún trabajaba en Narcóticos, en Detroit. Acababa de dar con un gran cargamento. Confisqué un montón de bolsas. Estaba en camino para llevar la sustancia al Departamento de Evidencias cuando me di cuenta de que pasaba junto al cementerio donde mi padre estaba sepultado. Nunca había ido. Me detuve y fui hasta la tumba y traté de perdonarlo. Pero no pude. Entonces me di cuenta de que nunca podría… no podría perdonarlo a él ni a mi madre. En ese momento decidí irme de Michigan.
– ¿Su madre se volvió a casar?
– Se metió con Brad Selbit hace unos años pero nunca se casó con él. ¿Lo atraparon ya?
– No. Anda por aquí cerca, en algún lado, pero se ha ocultado.
Beth Anne hizo un gesto señalando el teléfono.
– Mi madre trató de hablar por teléfono cuando yo vine, esta noche. Es posible que haya querido dejarle un mensaje. Revisaré los registros telefónicos. Eso podría conducirlos hasta él.
– Buena idea, detective. Conseguiré una orden de arresto esta noche misma.
Beth Anne miró a través de la lluvia hacia el lugar en el que había desaparecido unos minutos antes el patrullero que llevaba a su madre.
– Lo más raro es que ella creía que estaba haciendo lo correcto para mí, tratando de que siguiera con el negocio. Ser delincuente era su naturaleza; creyó que también era la mía. Ella y papá eran malos de nacimiento. No podían entender por qué yo había nacido buena, y no cambiaría.
– ¿Tiene familia? -le preguntó Heath.
– Mi esposo es sargento de Menores -dijo Beth Anne, y sonrió-. Y esperamos un hijo. El primero.
– Ah, eso es muy bueno.
– Seguiré en mi cargo hasta junio. Después me tomo licencia por un par de años para ser mamá. -Y sintió necesidad de agregar algo más.- Porque los hijos están antes que nada. -Pero, dadas las circunstancias, le pareció que no había necesidad de explicar nada.
– Los de Escena del Crimen van a precintar y sellar el lugar -dijo Heath-. Si quiere echar un vistazo, no hay problema. Tal vez haya allí alguna foto o algo que quiera llevarse. A nadie le molestará que se lleve algunos efectos personales.
Beth Anne se dio unos golpecitos en la cabeza.
– Aquí arriba tengo más recuerdos de los que necesito.
– Entiendo.