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Advertí que había usado el “nosotros” para referirse a los investigadores del caso, pero no reaccioné de ninguna manera. McCaleb prosiguió como su estuviera hablando consigo mismo y no hubiera nadie más en su oficina.

– Un elemento de la fantasía del asesino exhibicionista es el duelo. Exhibir su crimen ante el público incluye exhibirlo ante la policía. De hecho, está planteando un desafío. Está diciendo: “Soy mejor que ustedes, más listo y más inteligente. Demuéstrenme que estoy equivocado, si es que pueden. Atrápenme si pueden”. ¿Se da cuenta? Se está batiendo con usted en el ruedo público de los medios de comunicación.

– ¿Conmigo?

– Sí, con usted. En este caso en particular usted aparece en los medios. Es su nombre el que dan los periódicos en sus artículos.

– Estoy a cargo del caso. Yo fui el que habló con todos los periodistas.

McCaleb asintió.

– Muy bien -dije-. Todo esto sirve para entender que este tipo es un chiflado. ¿Pero qué tiene para ayudarnos a localizar al tipo?

McCaleb asintió.

– ¿Sabe lo que dicen siempre los agentes inmobiliarios? Ubicación, ubicación, ubicación. Yo digo lo mismo. El lugar que eligió para dejarla es significativo porque se relaciona con sus tendencias exhibicionistas. Las colinas de Hollywood. Mulholland Drive y toda la vista de la ciudad. Esta víctima no fue arrojada allí por casualidad. El lugar fue elegido, quizá tan cuidadosamente como fue elegida la víctima. La conclusión es que el sitio donde la dejó es un lugar con el que nuestro asesino puede estar familiarizado debido a las rutinas de su vida, pero sin embargo no fue elegido por razones de conveniencia o comodidad. Eligió ese lugar, quería que fuera ese porque era el mejor para anunciar su obra ante el mundo. Formaba parte del cuadro. Significa que tal vez puede haber recorrido mucha distancia para dejarla ahí. O podría haber recorrido unas pocas manzanas.

Reparé que había dicho “nuestro”, “nuestro asesino”. Sabía que si Frankie hubiera venido conmigo ya habría estallado. Yo lo dejé pasar.

– ¿Vio la lista de nombres que le envié?

– Sí, la leí toda. Y creo que sus instintos son buenos. Los dos potenciales sospechosos que usted destacó encajan en el perfil que construí para este asesinato. Alguien cerca de los treinta años con un prontuario criminal en escalada.

– El portero de Woodland Hills tiene acceso cotidiano a limpiadores industriales… podríamos comparar alguno de ellos con el agente limpiador que se usó sobre el cuerpo. Es uno de los candidatos que más nos gustan.

McCaleb asintió pero no dijo nada. Parecía estar estudiando las fotos, que ahora estaban desparramadas sobre el escritorio.

– A usted le gusta el otro tipo, ¿no? El escenógrafo de Burbank. McCaleb alzó la vista hacia mí.

– Sí, me gusta más. Sus delitos, aunque menores, encajan mejor con los modelos de maduración de los depredadores sexuales que hemos visto. Creo que cuando hablemos con él debemos asegurarnos de hacerlo en su casa. Así podremos estudiarlo mejor. Sabremos…

– ¿Nosotros?

– Sí. Y debemos hacerlo pronto.

Con la cabeza indicó las fotos que cubrían su escritorio.

– Esto no fue un hecho aislado. Sea quien fuere, va a hacerlo otra vez… si es que no lo ha hecho ya.

Yo había sido responsable de que muchos hombres fueran a parar a San Quintín pero nunca antes había estado ahí. En la puerta mostré mi identificación y me entregaron una hoja impresa con instrucciones que me encaminaron hacia un lote cercado destinado a vehículos del personal policial. En una puerta cercana, con un letrero que decía personal policial solamente me condujeron a través del gran muro de la prisión y guardaron mi arma bajo llave en una bóveda. Me dieron un recibo de plástico rojo con el número 7 impreso.

Después de que ingresaron mi nombre en la computadora y comprobaron las autorizaciones ya acordadas, un guardia que ni se molestó en presentarse me condujo a través de un patio de recreación vacío hasta un edificio de ladrillos que se había oscurecido con el tiempo hasta cobrar un matiz negruzco de chimenea. Era la casa de la muerte, el lugar donde Seguin recibiría la inyección dentro de una semana.

Pasamos por un cepo y por un detector de metales y me confiaron a un nuevo guardia. Éste abrió una sólida puerta de acero y me señaló un pasillo.

– La última a la derecha -dijo-. Cuando quiera salir haga señas a la cámara. Estaremos mirando.

Me dejó allí, cerrando la puerta de acero con un ruido atronador que pareció reverberar en mis huesos.

A Frankie Sheehan no lo hacía nada feliz, pero yo estaba a cargo y yo hice el llamado. Permití que McCaleb viniera con nosotros a las entrevistas. Empezamos con Víctor Seguin. Era el primero en la lista de McCaleb, el segundo en la mía. Pero había algo en la intensidad de la mirada y las palabras de McCaleb que me instó a hacerle una concesión e ir a ver primero a Seguin.

Seguin era un escenógrafo que vivía en Screenland Drive, en Burbank. Tenía una casa pequeña con mucha madera, como se podría esperar en la casa de un carpintero. Parecía que cuando Seguin no encontraba trabajo en el cine se quedaba en casa construyendo tiestos y marcos de ventanas.

El Ford Taurus con la chapa patente que contenía 1JK estaba estacionado en la entrada. Apoyé la mano sobre el capó mientras caminábamos hacia la puerta de entrada de la casa. Estaba frío.

A las 8.00 pm, en el momento justo en que la luz desaparecía del cielo, toqué el timbre. Seguin nos abrió, vestido con blue jeans y remera. Sin zapatos. Vi que sus ojos se abrían muy grandes cuando me miró. Sabía quién era antes de que le mostrara mi insignia y le dijera mi nombre. Sentí el frío dedo de la adrenalina deslizándose por mi espalda. Me acordé de lo que había dicho McCaleb sobre que el asesino le seguía la pista a la policía mientras la policía le seguía la pista a él. Yo había estado en la televisión hablando sobre el caso. Había aparecido en los periódicos.

Sin delatar nada de lo que sentía, dije con calma:

– Señor Seguin, soy el detective Harry Bosch del Departamento de Policía de Los Ángeles. ¿Es su auto ese que está en la entrada?

– Sí, es mío. ¿Qué ocurre con él? ¿Qué está pasando?

– Necesitamos hacerle algunas preguntas sobre el auto, si no le importa. ¿Podemos entrar unos minutos?

– Bien, no, primero me gustaría saber…

– Gracias.

Traspuse el umbral, obligándolo a dar un paso atrás. Los otros me siguieron…

– ¡Eh, un minuto! ¿Qué es esto?

Lo habíamos convenido antes de llegar. A mí me tocaba conducir la entrevista. Sheehan era mi segundo. McCaleb dijo que sólo quería observar.

El living era un alarde de carpintería. Bibliotecas empotradas en tres paredes. Alrededor de la pequeña chimenea de ladrillos se había construido una repisa de madera que era demasiado grande para el cuarto. Un gabinete de televisión de piso a techo cumplía la función de dividir el área de recepción de otra zona que parecía un pequeño espacio de oficina.

Asentí con aire aprobador.

– Buen trabajo. ¿Tiene mucho tiempo libre en su actividad?