Me levanté de la alfombra, no demasiado seguro de la última parte…
Una semana más tarde estaba esperando en la estación de autobuses, estaba borracho y aguardando la llegada de un autobús desde Texas.
Avisaron la llegada del autobús por los altavoces y me preparé para morir. Los vi saliendo por la puerta, tratando de compararlos con las fotografías. Y entonces vi a una joven rubia, de unos 23 años, con buenas piernas, andar vivo y una cara inocente con un cierto toque snob, de viveza y descaro, lo llamaríais vosotros; y el cuello no estaba mal, después de todo. Yo tenía 35 años por entonces.
Me acerqué hacia ella.
– ¿Tú eres Niki?
– Sí.
– Soy Chinaski. Deja que lleve tu maleta.
Salimos al parking.
– Llevo esperando tres horas, nervioso, con sobresaltos, ha sido una espera infernal. Todo lo que podía hacer era tomarme algunas copas en el bar.
Ella puso la mano sobre el capot del coche.
– El motor está todavía caliente. ¡Acabas de llegar, cabronazo!
Yo reí.
– Tienes razón -dije.
Subimos a mi anciano coche y lo puse en marcha. Pronto estábamos ya casados en Las Vegas, y me gasté todo el dinero que tenía en eso y en el autobús de vuelta a Texas.
Subí al autobús con ella y sólo me quedaron treinta y cinco centavos en el bolsillo.
– No sé si a papá le va a gustar lo que hice -dijo ella.
– Oh Jesús, oh Dios -recé-. ¡Ayudadme a ser fuerte, ayudadme a ser valiente!
Ella me besó, me abrazó, me chupó y no pudo estarse quieta durante todo el viaje hacia la pequeña ciudad de Texas. Llegamos a las dos y media de la mañana, y mientras bajábamos del autobús, me pareció que el conductor le decía:
– ¿Quién es ese vagabundo que te has agenciado, Niki?
Nos paramos en medio de la calle.
– ¿Qué te dijo ese conductor? ¿Qué te dijo? -le pregunté, jugando con mis treinta y cinco centavos en el bolsillo.
– No me dijo nada. Vamos, ven conmigo.
Subió los escalones de un edificio.
– ¿Eh, dónde coño vas?
Metió una llave en la cerradura y la puerta se abrió. Miré hacia arriba y grabadas en la piedra estaban las palabras: AYUNTAMIENTO MUNICIPAL.
Entramos.
– Quiero ver si he recibido correspondencia.
Entró en su oficina y miró en un escritorio.
– ¡¡Me cago en la hostia, no hay correo!! ¡Le voy a enseñar a esa perra a robar mí correspondencia!
– ¿Qué perra? ¿Qué perra, nena?
– Tengo una enemiga. Ven, sígueme.
Bajamos a la sala principal y ella se paró delante de una puerta. Me dio una horquilla.
– Anda, mira a ver si puedes abrir esta cerradura.
Me puse a intentarlo. Podía ver las cabeceras de los periódicos:
¡FAMOSO ESCRITOR Y PROSTITUTA REFORMADA
SORPRENDIDOS IRRUMPIENDO EN LA OFICINA
DEL ALCALDE!
No pude abrir la cerradura.
Salimos y nos fuimos a su casa, nos metimos en la cama y allí seguimos con aquello que habíamos empezado en el autobús.
Había pasado allí un par de días, cuando de repente sonó el timbre hacia las nueve de la mañana. Estábamos en la cama.
– ¿Qué demonios pasa? -pregunté.
– Vete a abrir la puerta -dijo ella.
Me puse algo de ropa y fui a abrir la puerta. Había un insecto, allí, esperando de pie, continuamente le daban temblores, tenía alguna especie de fiebre. Llevaba puesta una gorra de chófer.
– ¿Señor Chinaski?
– ¿Sí?
– El señor Dyer me dijo que le enseñara las tierras.
– Espere un momento.
Volví a entrar.
– Nena, ahí fuera hay un insecto que dice que un tal señor Dyer quiere enseñarme las tierras. Es un insecto y le dan continuamente fuertes temblores.
– Bueno, vete con él. Ese es mi padre.
– ¿Quién, ese insecto?
– No, el señor Dyer.
Me puse mis zapatos y calcetines y me fui a la puerta.
– De acuerdo, compadre -dije-, vámonos.
Fuimos en un coche por toda la ciudad y fuera de la ciudad.
– Eso es propiedad del señor Dyer -me iba señalando el insecto, y yo miraba- y eso otro también, y eso y eso -y yo miraba.
Yo no decía nada.
– Todas esas granjas -decía él- todas esas granjas son del señor Dyer. El las deja explotar y se queda con la mitad de los beneficios.
El insecto condujo hacia un frondoso bosque verde. Señaló.
– ¿Ve aquel lago?
– Sí.
– Hay siete lagos en el interior del bosque, llenos de peces. ¿Ve aquel pavo caminando?
– Sí.
– Es un pavo salvaje. El señor Dyer se lo alquila todo a un club de caza y pesca que lo explota. Por supuesto, el señor Dyer o cualquiera de sus amigos pueden ir cuando quieran. ¿Usted pesca o tira?
– He tirado mucho en mis tiempos -le dije.
Seguimos marchando.
– El señor Dyer fue a la escuela allí.
– ¿Ah, sí?
– Sí, en ese mismo edificio de ladrillo. Ahora lo ha comprado y lo ha restaurado como una especie de monumento.
– Fascinante.
Me llevó de vuelta a casa. -Gracias -le dije.
– ¿Quiere que vuelva mañana por la mañana? Hay más cosas por ver.
– No, gracias, ya está bien.
Entré de vuelta. Era de nuevo un rey…
Y está bien acabarlo así, sin deciros cómo lo perdí, de cualquier modo es algo acerca de un turco que llevaba un alfiler púrpura en su corbata y gozaba de una gran cultura y finas maneras. Yo no tenía ninguna posibilidad. Pero el turco también desapareció y las últimas noticias que tuve de ella eran de que estaba en Alaska casada con un esquimal. Me mandó una foto de su bebé, y decía que todavía escribía y que era feliz. Yo le contesté: «Mantente firme, nena, éste es un mundo chiflado».
Y, como dicen, eso fue todo.
Charles Bukowski
Charles Bukowski nació en la ciudad de Andernach, en Alemania, un 16 de agosto de 1920. Hijo de Henry Bukowski, militar estadounidense, y de Katherine Fett, una mujer de origen alemán.
Tuvo una serie de problemas en la adolescencia, ya que fue un alemán de padre estadounidense en plena efervescencia nazi en Europa, por lo que en 1922 la familia se trasladó a Los Ángeles, Estados Unidos. De joven tuvo una extraña erupción cutánea por todo el cuerpo que le dejó marcas para toda la vida, pero sin embargo, la marca que llevó dentro fue más fuerte: vivió una terrible infancia, siendo un niño golpeado por su padre. Todo esto, junto con la creciente depresión económica de 1929 lo llevaron a relacionarse de por vida al alcohol.
Bukowski terminó la secundaria, pero luego de ingresar a Periodismo en L.A. City College, abandonó el curso en 1941. Se mantuvo económicamente gracias a una serie de trabajos temporales, que abandonó una y otra vez cuando ganaba el primer premio del hipódromo.
Su primer relato, publicado en 1944, pudo significar una emergente carrera de escritor, pero abandonó la literatura durante diez años, sumergido en el alcoholismo.
Post Office (Cartero), sería su primera novela, publicada en 1971. El éxito de la novela le permitió abandonar su trabajo en la oficina de correos en la que trabajaba y que retrató crudamente en el libro. Post Office es protagonizada por Henry Hank Chinaski, su alter ego y narrador más fiel.
Bukowski fue considerado el último escritor maldito y su obra siempre se centró en un extraño mundo pseudoautobiográfico centrado en su propia vida como un perdedor alcohólico o como un escritor de éxito alcohólico (según la época de ambientación, claro).