Como persona adulta era libre de elegir; tenía derecho a esperar un comportamiento correcto por parte de Luis Wu; su vida privada era sacrosanta. Luis sólo podía intentar convencerla, y no lo había conseguido.
Conque no había razón alguna para que Teela actuara como lo hizo a continuación. De pronto cogió las manos de Luis entre las suyas y, con una sonrisa implorante le dijo:
— Llévame contigo, Luis. Tengo suerte, de verdad. Si Nessus se porta mal te verías obligado a dormir solo. Sé que eso no te gustaría.
Le tenía atrapado. No podía impedir que se embarcase en la nave de Nessus, aunque no pudiera entenderse directamente con el titerote.
— Está bien — dijo —. Le llamaremos.
Y no le atraía la perspectiva de dormir solo.
4. Interlocutor-de-Animales
— Deseo unirme a la expedición — dijo Teela ante la pantalla del teléfono.
El titerote emitió un mi-bemol sostenido.
— ¿Cómo dices?
— Perdona — dijo el titerote —. Preséntate en el Aeropuerto Ultramontano, en Australia, mañana a las 08:00. Puedes traer artículos personales hasta un límite de veinte kilos de peso terrestre. Luis debe hacer otro tanto. Ah… — El titerote levantó las cabezas y chilló.
Luis preguntó preocupado:
— ¿Estás enfermo?
— No. Preveo mi propia muerte. Luis, ojalá te hubieras mostrado menos persuasivo. Hasta luego. Nos veremos en el Aeropuerto Ultramontano.
La pantalla se apagó.
— ¿Lo ves? — dijo Teela con un retintín —. ¿Ves lo que ganas con mostrarte tan persuasivo?
— Vaya labia tengo. Bueno, hice lo que pude. No te quejes si sufres una muerte horrible.
Esa noche, mientras flotaban suspendidos en el vacío en la oscuridad del dormitorio, Luis le oyó decir:
— Te quiero. Me embarcaré contigo porque te quiero.
— Yo también te quiero — respondió él, sin olvidar los buenos modales en su amodorramiento. Luego captó todo el sentido de la frase y dijo —: ¿Eso es lo que te reservabas?
— Pues…
— ¿Vas a seguirme a dos mil años luz de aquí porque no podrías soportar mi ausencia?
— Así es.
— Media luz en el dormitorio — ordenó Luis. Y un débil resplandor azulado iluminó la habitación.
Flotaban a unos veinte centímetros uno de otro, entre las placas sómnicas. Ya se habían quitado los tintes cosméticos y los tratamientos capilares de moda entre los terrícolas, como primer preparativo para la salida al espacio. La coleta de Luis mostraba ahora un cabello liso y negro; el vello prestaba una tonalidad gris a su calva. La tez de un amarillo tostado y los ojos castaños sin ninguna oblicuidad perceptible le daban un aspecto bastante distinto.
Teela había experimentado cambios igualmente drásticos. Ahora llevaba el cabello, oscuro y ondulado, atado en un moño. Su piel exhibía una blancura nórdica. Grandes ojos castaños y una boquita muy seria constituían los rasgos más destacados de su rostro ovalado; la nariz era casi imperceptible. Flotaba como aceite en el agua en medio del campo sómnico, perfectamente relajada.
— Pero nunca has ido más allá de la Luna.
Teela asintió.
— Y no soy el mejor amante del mundo. Tú misma me lo has dicho.
Volvió a asentir. Teela Brown no mostraba la menor reticencia. En esos dos días con sus respectivas noches no había mentido, ni había intentado ocultar la verdad, ni siquiera había rehuido ninguna pregunta. Luis lo hubiera notado. Le había hablado de sus dos primeros amores: el que había dejado de interesarle al cabo de medio año, y el otro, un primo, que había recibido una oferta para emigrar al monte Lookitthat. Luis no le había contado gran cosa de sus experiencias y ella pareció aceptar bien su reticencia. Pero, por su parte, no había ningún recelo. Y hacía las preguntas más increíbles.
— ¿Entonces por qué me has escogido precisamente a mí? — preguntó él.
— No lo sé — confesó ella —. Tal vez sea una cuestión de carisma. Eres un héroe, ya lo sabes.
Era el único superviviente del primer grupo de hombres que estableció contacto con una especie extraterrestre. ¿Conseguiría superar algún día el episodio de los trinoxios?
Hizo una última tentativa:
— Mira, conozco al mejor amante del mundo. Es amigo mío. Es su hobby. Escribe libros sobre el tema. Es doctor en fisiología y psicología. Hace ciento treinta anos que…
Teela se había tapado los oídos:
— No — dijo —. No.
— Lo único que pretendo es que no te mates por ahí. Eres demasiado joven. — Teela le miró desconcertada, esa mirada desconcertada, señal de que había utilizado unas palabras de intermundo perfectamente definidas para componer una frase sin sentido. ¿Zozobras del corazón? ¿Matarse por ahí? Luis suspiró para sus adentros —. Fusión de los nódulos del dormitorio — ordenó, y algo ocurrió en el campo sómnico. Las dos regiones de equilibrio estable, las anomalías que impedían que Luis y Teela cayeran fuera del campo, se juntaron y se fundieron en una sola. Luis y Teela comenzaron a rodar hasta encontrarse y quedar pegados el uno al otro.
— Tengo mucho sueño, Luis. Pero si tú quieres…
— Aprovecha la intimidad antes de perderte en el mundo de los sueños. En las naves espaciales no suele haber mucho espacio.
— ¿No querrás decir que no podremos hacer el amor? ¡Nej! Luis, no me importa que miren. Son extraterrestres.
— A mí sí me importa.
Volvió a lanzarle esa mirada de asombro.
— Si no fueran extraterrestres, ¿te molestaría?
— Sí, a menos que les conociéramos mucho. ¿Te resulto anticuado?
— Un poco.
— Recuerdas ese amigo del que te hablaba? ¿El mejor amante del mundo? Pues, tenía una colega — explicó Luis —, y ella me te enseñó algunas cosas que había aprendido de él. Pero se precisa gravedad — añadió —. Desconectar campo sómnico — ordenó, y recuperaron el peso.
— ¿Quieres cambiar de tema? — dijo Teela.
— Sí. Me rindo.
— Muy bien, pero no olvides un detalle. Un pequeño detalle. Tu amigo titerote podría haber escogido cuatro especies en vez de tres. Y hubieras podido encontrarte perfectamente con un trinoxio entre los brazos en vez de mi persona.
— Terrible perspectiva. En fin, lo haremos en tres fases, empezando por la posición a horcajadas…
— ¿Qué es la posición a horcajadas?
— Ya lo verás…
Cuando amaneció, a Luis ya no le disgustaba la idea de viajar con ella. Cuando comenzaron a renacer sus dudas, era ya demasiado tarde. Hacía bastante tiempo que no había posibilidad de reconsiderar las cosas.
Los Forasteros se dedicaban al tráfico de información. Pagaban bien y vendían caro, pero compraban una cosa y luego la vendían repetidas veces, pues su red comercial cubría toda la espiral galáctica. Gozaban de crédito prácticamente ilimitado en los bancos del espacio humano.
Lo más probable es que hubieran evolucionado en la luna fría y ligera de algún gigante gaseoso; un mundo muy parecido a Nereida, la luna más grande de Neptuno. Ahora vivían en los espacios interestelares, en naves del tamaño de una ciudad con diversos grados de complejidad, desde velas de fotones hasta maquinaria teóricamente imposible desde la perspectiva de la ciencia humana. Cuando descubrían un sistema planetario con una clientela en potencia y ese sistema comprendía un mundo adecuado, los Forasteros de inmediato obtenían concesiones para construir centros comerciales, zonas de descanso y esparcimiento, depósitos de abastecimiento, etc. Quinientos años atrás habían obtenido una concesión sobre Nereida.