Выбрать главу

— Algo crea esas sombras — dijo —. ¿Algo situado en órbita? — Exactamente. Veinte formas rectangulares giran en órbita organizadas en una roseta de Kemplerer, mucho más próxima a la primaria. No sabemos para qué sirven.

— Es natural. Hace demasiado tiempo que vivís sin sol. Esos rectángulos en órbita deben servir para separar el día de la noche. De lo contrario siempre sería mediodía en el anillo.

— Ahora podéis comprender por qué hemos solicitado vuestra ayuda. Vuestro punto de vista de extranjeros puede sernos muy útil.

— ¿Cuánto mide el anillo? ¿Lo habéis estudiado bien? ¿Habéis hecho sondeos?

— Hemos estudiado el anillo lo mejor que hemos podido sin reducir nuestra velocidad ni l amar la atención de ningún otro modo. Como es lógico, no hemos efectuado sondeos. Sería preciso controlarlos a distancia por medio de hiperondas, lo cual podría delatar nuestra presencia.

— No se puede detectar el origen de una señal de hiperonda. Es teóricamente imposible.

— Tal vez los que construyeron el anillo hayan desarrollado teorías distintas. No obstante hemos estudiado el anillo con otros instrumentos. — Mientras Chiron seguía hablando, la escena proyectada en la pantalla cambió a tonalidades negras y blancas y grises. Los contornos comenzaron a moverse y a ondular —. Hemos obtenido fotografías y holografías en todas las frecuencias electromagnéticas. Si os interesa…

— No son muy detalladas.

— No. Los campos gravitatorios y el viento solar, así como las interferencias de polvo y gases retractan demasiado la luz. Nuestros telescopios no pueden captar mayores detalles.

— Luego no habéis descubierto gran cosa.

— Yo diría que hemos descubierto muchas cosas. Un detalle sorprendente. Todo parece indicar que el anillo frena alrededor de un orden del cuarenta por ciento de los neutrinos.

Teela se limitó a mirarle desconcertada; pero Interlocutor emitió un gruñido de asombro y Luis silbó por lo bajo.

Ello eliminaba cualquier posible explicación.

La materia normal, incluso la materia terriblemente comprimida del centro de una estrella, no frenaba prácticamente ningún neutrino. Cualquier neutrino cogido al azar tenía un 50 por 100 de probabilidades de atravesar una masa de acero de varios años luz de espesor.

Los objetos situados en un campo estático de diseño esclavista reflejaban todos los neutrinos. Otro tanto ocurría con los fuselajes que fabricaba Productos Generales.

Pero no existía ninguna materia conocida que frenara un 40 por 100 de los neutrinos y dejara penetrar el resto.

— Debe ser algo nuevo — decidió Luis —. Chiron, ¿qué dimensiones tiene ese anillo? ¿Es muy denso?

— La masa del anillo en gramos es igual a dos veces diez elevado a la decimotercera potencia, mide 0,95 veces diez elevado a la octava potencia kilómetros de radio y un poco menos de diez elevado a la sexta potencia kilómetros de ancho.

A Luis le costaba un poco pensar en términos de potencias abstractas de diez. Intentó traducir los números en imágenes.

El anillo tenía más de ciento cincuenta millones de kilómetros de radio (una longitud aproximada de mil millones de kilómetros, según sus cálculos), pero menos de un millón y medio de kilómetros de ancho. Su masa era ligeramente inferior a la del planeta Júpiter…

— La masa parece demasiado pequeña — comentó —. Algo tan grande debería pesar casi lo mismo que un sol de gran tamaño.

El kzin asintió:

— Resulta curioso imaginar a billones de seres intentando vivir en un artefacto tan delgado como el celuloide de las películas.

— Tu imaginación te engaña — dijo el titerote de los rizos plateados —. Ten en cuenta las dimensiones. Si el anillo fuese una cinta de metal de fuselaje, por ejemplo, tendría unos quince metros de espesor.

¿Quince metros? Costaba creerlo.

Sin embargo, Teela se había quedado mirando el techo y comenzó a mover rápidamente los labios sin emitir sonido alguno.

— Tiene razón — dijo al fin —. Los cálculos son correctos. Pero, ¿para qué sirve? ¿Para qué puede haber construido alguien una cosa así?

— Para disponer de espacio.

— ¿Espacio?

— Espacio vital — completó Luis —. Ahí está el quid del asunto. Más de dos mil trillones de kilómetros cuadrados de superficie representa tres mil ones de veces la superficie de la Tierra. Sería como contar con tres millones de mundos dispuestos uno junto a otro y unidos por los bordes. Tres millones de mundos accesibles con un aeromóvil. Ello permitiría resolver cualquier problema de población.

— ¡Y deben de haber tenido un problema enorme! Nadie se embarca en un proyecto de esa envergadura sin tener un buen motivo.

— Una pregunta — intervino el kzin —. Chiron, ¿habéis explorado las estrellas vecinas en busca de otros anillos del mismo tipo?

— Sí, hemos…

— Y no habéis encontrado ninguno. Ya lo suponía. Si la raza que construyó el anillo hubiera podido desplazarse a velocidades hiperlumínicas, habrían colonizado otras estrellas. No habrían tenido necesidad de construir él anillo. En consecuencia, sólo existe un anillo.

— Así es.

— Ello me tranquiliza. Al menos somos superiores a los constructores del anillo en un aspecto.

De pronto, el kzin se puso de pie de un salto:

— ¿Tendremos que explorar la superficie habitable del anillo? — Tal vez fuese excesivamente ambicioso intentar un aterrizaje físico.

— Tonterías. Tenemos que inspeccionar el vehículo que nos habéis preparado. ¿Posee un tren de aterrizaje lo suficientemente versátil? ¿Cuándo salimos?

Chiron silbó, en disonante expresión de asombro:

— Debes de estar loco. ¡Imagina el poderío de los seres que construyeron ese anillo! ¡Mi propia civilización resulta primitiva a su lado!

— O cobarde.

— De acuerdo. Podréis inspeccionar vuestra nave cuando regrese aquel a quien llamáis Nessus. Mientras esperáis, podéis analizar estos datos adicionales sobre el anillo.

— Vas a agotarme la paciencia — dijo Interlocutor. Pero se sentó.

— Embustero — pensó Luis —. Finges bien y estoy orgulloso de ti.

Cuando Luis regresó a la cápsula-diván, comenzó a sentir retortijones de estómago. Una cinta azul celeste que se extendía entre las estrellas; el hombre había encontrado seres superiores… una vez más.

Los primeros fueron los kzinti.

Cuando los hombres comenzaron a utilizar motores de fusión para cruzar los espacios interestelares, los kzinti ya conocían el polarizador de gravedad como fuente de energía para sus naves de guerra interestelares. Gracias a ello, sus naves eran más rápidas y poseían mayor capacidad de maniobra que las naves humanas. El hombre no hubiera podido ofrecer más que una resistencia formal a los avances de la flota kzinti de no ser por el axioma kzinti: Un motor a reacción es un arma de potencia devastadora directamente proporcional a su eficiencia impulsora.

Su primera incursión en el espacio humano había desconcertado por completo a los kzinti. La sociedad humana llevaba varios siglos viviendo en paz, tantos que prácticamente habían olvidado lo que era la guerra. Sin embargo, las naves interestelares humanas empleaban motores de fotones con propulsión a fusión, equipados con una combinación de velas de fotones y cañones laser con base asteroide.

Conque los telépatas kzinti continuaron informando que los humanos estaban completamente desarmados… mientras gigantescos cañones laser iban destrozando las naves kzinti, y otros cañones móviles más pequeños lanzaban ataques relámpago valiéndose de la presión de la luz de sus propios reflectores…

Esa inesperada resistencia humana, y el freno que suponía la barrera de la velocidad de la luz, determinaron que la guerra durara décadas, en vez de años. Sin embargo, los kzinti hubieran acabado por vencer, de no haber sido por el casual aterrizaje de una nave Forastera en la pequeña colonia humana de Lo Conseguimos. El alcalde les había comprado el secreto del hiperreactor Forastero, a plazos. En Lo Conseguimos no tenían noticia de la guerra contra los kzinti; pero, una vez enterados, comenzaron a construir naves hiperlumínicas.