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— He hablado demasiado. Está asustado. Y ahora ¿cómo vamos a encontrarte?

— ¿No puedes averiguar dónde estoy?

— Nessus es el único que posee un localizador. Seguramente por el mismo motivo que le llevó a que ignoráramos el funcionamiento del motor de emergencia.

— Me lo he estado preguntando — dijo Teela.

— Quería estar seguro de poder huir de un kzin enfurecido. Olvídalo. ¿Qué llegaste a entender?

— Poca cosa. No hacíais más que preguntamos mis razones para querer venir aquí. Pero yo no quería venir, Luis. Vine porque tú venías, porque te quiero.

Luis asintió. Era lógico que si Teela tenía que viajar al Mundo Anillo, también tuviera un buen motivo para embarcarse con Luis Wu. Algo más bien poco halagador.

Ella le amaba porque su propia fortuna lo exigía. ¡Y él que había creído ser objeto de un amor desinteresado!

— Estoy sobrevolando una ciudad — dijo de pronto Teela —. Veo unas cuantas luces. No muchas. Deben haber tenido una importante fuente de energía imperecedera. Tal vez Interlocutor pueda localizarla en su mapa.

— Vale la pena echarle un vistazo.

— Como te lo he dicho, hay luces. Tal vez…

El sonido se cortó sin un chasquido, sin ninguna señal de advertencia.

Luis estudió el espacio vacío en su panel. Luego gritó:

— Nessus.

No recibió respuesta.

Luis puso en marcha la sirena.

Nessus salió de su letargo como una familia de culebras en un zoo en llamas. En otras circunstancias, hubiera podido resultar gracioso: dos cuellos que intentaban desenrollarse a toda prisa para luego apostarse como dos signos de interrogación sobre la pantalla; por fin Nessus bramó:

— ¡Luis!, ¿qué pasa? Interlocutor había respondido a la llamada en el acto. Sentado en lo que parecía posición de alerta, esperaba instrucciones y alguna aclaración.

— Algo le ha ocurrido a Teela.

— Estupendo — dijo Nessus. Y las cabezas desaparecieron otra vez.

Con gesto torvo, Luis desconectó la sirena, aguardó un momento y volvió a hacerla sonar. Nessus tuvo la misma reacción que antes. Pero esta vez Luis habló primero.

— Si no logramos averiguar lo que le ha ocurrido a Teela, te mataré — le amenazó.

— No olvides que tengo el tasp — dijo Nessus —. Está diseñado de forma que resulte igualmente eficaz contra un kzin como contra un humano. Ya pudiste comprobar el efecto que tuvo sobre Interlocutor.

— ¿Crees que eso impedirá que te mate?

— Sí, Luis, creo que sí.

— ¿Te apuestas algo? — dijo cautelosamente Luis.

El titerote se quedó pensativo. Luego dijo:

— Rescatar a Teela nunca será tan arriesgado como aceptar esa apuesta. Había olvidado que es tu compañera. — Miró hacia abajo —. Mi localizador ha perdido su rastro. No tengo forma de saber dónde está.

— ¿Significa eso que su vehículo ha sufrido algún desperfecto?

— Sí, y de bastante importancia. El emisor estaba situado junto a una de las unidades propulsoras de la aerocicleta. Tal vez haya sido víctima de otra máquina aún en funcionamiento, similar a la que quemó nuestros discos de comunicación.

— Pero sabes dónde estaba cuando se cortó la comunicación.

— Diez grados a giro de babor. Ignoro la distancia, pero podemos calcularla en base a las tolerancias de velocidad de su aerocicleta.

Volaron en esa dirección, una línea inclinada sobre el mapa que había copiado Interlocutor. Cuando pasaron dos horas y seguían sin ver luces, Luis comenzó a preguntarse si se habrían perdido.

— La línea transversal trazada sobre el mapa de Interlocutor iba a morir en un puerto de mar, a cincuenta y seis mil kilómetros del huracán que en realidad era el Ojo de la tormenta. El puerto estaba situado junto a una bahía del tamaño del océano Atlántico. Teela no podía haber ido mucho más lejos. El puerto sería su última oportunidad…

De pronto, tras la cresta de una colina en lo que parecía sólo una pendiente continua, descubrieron unas luces.

— Detente — susurró Luis en tono amenazador, sin saber muy bien por qué hablaba en voz baja. Pero Interlocutor ya había detenido a la flotilla en el aire.

Se quedaron ahí suspendidos, observando el terreno y las luces.

El terreno correspondía a una ciudad. Por todas partes sólo se veía ciudad. Ahí abajo, cual sombras bajo la luz azulada del Arco, se divisaban unas casas que recordaban colmenas, con ventanas redondeadas y separadas por aceras curvas demasiado estrechas para poder considerarlas verdaderas calles. En la distancia se veían más construcciones iguales y luego, aún más lejos, edificios más altos, hasta que todo el conjunto estaba dominado por rascacielos y edificios flotantes.

— Poseían técnicas de construcción distintas — susurró Luis — La arquitectura… no es como la de Zignamuclikclik. Son estilos distintos…

— Rascacielos — dijo Interlocutor —. Con todo el espacio que hay en el Mundo Anillo, ¿por qué construir tan alto?

— Para demostrar que podían hacerlo. No, sería una tontería — dijo Luis —. No tenían que demostrar nada, después de construir una obra como el propio Mundo Anillo.

— Tal vez los edificios más altos correspondan a una época posterior, ya durante la decadencia de la civilización.

Las luces correspondían a relucientes columnas de ventanas, torres aisladas iluminadas desde la cima hasta la base. Estaban todas agrupadas en lo que Luis ya consideraba el Centro Cívico pues los seis edificios flotantes estaban situados allí.

Y un último detalle: hacia giro del Centro Cívico se divisaba una pequeña zona suburbana que desprendía un pálido resplandor blanco-anaranjado.

Los tres estaban sentados formando un triángulo en torno al mapa de Interlocutor, en el segundo piso de una de las casas-colmena.

Interlocutor había insistido en hacerles entrar también las aerocicletas. «Medida de seguridad». Se iluminaban con la luz procedente del faro del vehículo de Interlocutor, reflejada y atenuada por una pared curva. Una mesa, curiosamente labrada para formar platos y depresiones donde acomodar los vasos se había hundido desintegrándose al ser rozada por Luis. El suelo estaba cubierto por una capa de varios centímetros de polvo. La pintura de la pared curva se había desconchado y había ido depositándose en un blando reborde azul cielo en torno al piso de madera.

Luis parecía sentir el peso de toda la vetustez de la ciudad sobre sus espaldas.

— Cuando se realizaron las películas que encontramos en la sala de cartografía, ésta era una de las ciudades más importantes del Mundo Anillo — aclaró Interlocutor. Su uña en forma de media luna fue recorriendo el mapa —. La ciudad primitiva era una ciudad completamente planificada, un semicírculo con el costado plano franqueando el mar. La torre llamada Cielo debió de ser construida mucho más tarde, cuando la ciudad ya había comenzado a extenderse a lo largo de la costa.

— Es una lástima que no sacaras un mapa de la ciudad — dijo Luis. En efecto, el mapa de Interlocutor no mostraba más que un semicírculo sombreado.

Interlocutor cogió el mapa y lo enrolló.

— Una metrópolis abandonada de estas dimensiones debe de guardar muchos secretos. Tenemos que movernos con cautela. Un posible renacimiento de la civilización en esta tierra, es decir, en esta estructura, se producirá donde existan rastros de la tecnología desaparecida.

— ¿Y cómo encontrar los metales desaparecidos? — objetó Nessus —. Una civilización desaparecida no podría volver a renacer en el Mundo Anillo. No hay metales en el subsuelo, ni combustibles fosilizados. Las herramientas estarían limitadas a las posibilidades de la madera y los huesos.