— Me tiene preocupado, Luis. Lleva mucho tiempo sin sentido.
— Nej, nej…
Pasos.
Cambiar de traje debía de ser su obsesión, pensó Luis. Ahora llevaba un conjunto formado por una serie de pliegues verdes y naranja superpuestos. Al igual que las ropas que luciera antes, ocultaba por completo su figura.
Se arrodilló al borde de la plataforma de observación y se les quedó mirando impasible. Luis se agarró a su salvavidas de metal y esperó el curso de los acontecimientos.
Advirtió que su expresión comenzaba a suavizarse. Sus ojos adquirieron un aire soñador, las comisuras de la boca se curvaron ligeramente hacia arriba.
Nessus comenzó a hablar.
La muchacha pareció pensárselo un momento. Luego dijo algo que podría haber sido una respuesta.
Después se marchó.
— ¿Y bien?
— Ya veremos.
— Estoy tan cansado de esperar.
De pronto la aerocicleta comenzó a deslizarse hacia arriba. Hacia arriba y hacia delante. Rebotó contra el borde de la plataforma de vigilancia como un bote de remos al atracar.
Nessus puso grácilmente pie en tierra.
La muchacha acudió a saludarle. Lo que llevaba en la mano izquierda tenía que ser un arma. Tendió la otra mano hacia la cabeza del titerote, titubeó un instante y luego comenzó a acariciarle la espina dorsal secundaria con las uñas.
Nessus emitió un suspiro de placer.
La muchacha dio media vuelta y comenzó a subir. No se volvió ni una vez. Parecía perfectamente segura de que Nessus la seguiría como un perro; y así fue.
«Muy bien — pensó Luis —. Muéstrate sumiso. Haz que confíe en ti.»
El conjunto de celdas quedó silencioso como una enorme tumba, una vez se desvanecieron sus pasos mal acompasados.
Interlocutor estaba a unos diez metros de él, en el otro extremo de ese mar de los Sargazos de metal. Cuatro dedos negros acolchados y un trocito de rostro anaranjado era todo lo que asomaba de su persona entre los verdes globos antichoque. Luis no podía aproximarse a él de ningún modo. Tal vez el kzin ya hubiera muerto.
Entre los huesos blancos dispersos en el fondo se distinguían al menos una docena de calaveras. Huesos y vetustez, y metal aherrumbrado, y silencio. Luis Wu se aferró a su aerocicleta y esperó ver flaquear sus fuerzas de un momento a otro.
No transcurrieron muchos minutos, cuando en medio de su modorra percibió un cambio. Su punto de equilibrio se había desplazado.
La vida de Luis dependía de su habilidad para mantener el equilibrio. El desconcierto momentáneo le dejó rígido de terror. Comenzó a mirar frenéticamente a su alrededor, moviendo Sólo los ojos.
Seguía rodeado de vehículos de metal, inmóviles. Pero algo se estaba moviendo.
Un coche situado a bastante distancia de él, comenzó a chirriar como metal al desgarrarse, y de pronto subió un poco.
¿Qué?
No. Había aterrizado sobre el anillo superior de celdas. Todo el mar de los Sargazos había comenzado a hundirse uniformemente a través del espacio.
Uno a uno, los coches y las cápsulas volantes fueron aterrizando ruidosamente y quedaron atrás.
La aerocicleta de Luis chocó contra el hormigón con una sacudida, comenzó a girar en medio del torbellino de fuerzas electromagnéticas, y por fin dio la vuelta completa. Luis se soltó y se dejó rodar lejos del vehículo.
En el acto, intentó ponerse en pie. Pero no podía mantener el equilibrio; le era imposible permanecer erguido. Tenía las manos agarrotadas, retorcidas de dolor, inutilizadas. Se quedó ahí tendido de costado, jadeando, mientras reflexionaba que tal vez ya fuera demasiado tarde. Interlocutor ya debía de haber quedado sepultado bajo su aerocicleta.
No le costó localizar el vehículo del kzin, fácilmente identificable. Interlocutor estaba allí… y no había quedado aprisionado debajo de la aerocicleta. Debía de haber quedado debajo, pero luego el vehículo se tumbó de lado; además, hasta cierto punto los globos debían de haberle protegido.
Luis se le acercó a rastras.
El kzin estaba vivo y respiraba, pero seguía inconsciente. El peso de la aerocicleta no le había roto el cuello, posiblemente porque en realidad no tenía un verdadero cuello. Luis agarró la linterna de rayos laser de su cinturón y empleó el afilado rayo verde para desembarazar a Interlocutor de sus globos.
¿Y ahora qué?
Luis se estaba muriendo de sed.
La cabeza ya no parecía darle vueltas. Se levantó, con las piernas temblorosas, y salió en busca de la única fuente de agua potable en funcionamiento que conocía.
El bloque celular era un conjunto de salientes circulares concéntricas, cada uno de los cuales correspondía al techo de un anillo de celdas. Interlocutor había aterrizado en el cuarto círculo contando a partir del centro.
Luis encontró una aerocicleta envuelta en los jirones de un globo antichoques. Un piso más abajo y al otro lado de la fosa central, había otra, equipada con un asiento humano. La tercera…
La aerocicleta de Nessus había ido a parar en el piso inmediatamente inferior al de Interlocutor.
Luis descendió hasta ella. Los pies parecían a punto de hundirse bajo su peso a cada peldaño. Tenía los músculos demasiado fatigados para absorber el impacto.
Meneó la cabeza al ver el panel de mandos. ¡Nadie le robaría la aerocicleta a Nessus! Los mandos eran increíblemente crípticos. Sin embargo, consiguió identificar la espita del agua.
El agua estaba caliente e insípida como si fuese agua destilada, pero le supo a gloria.
Una vez saciada su sed, Luis probó un bloque alimenticio de la ranura de la cocinilla. Tenía un sabor muy extraño. Luis decidió no comérselo de momento. Tal vez contuviera aditivos venenosos para el metabolismo humano. Sería mejor preguntárselo a Nessus.
Le llevó agua a Interlocutor en su zapato, el primer recipiente que encontró a mano. La dejó caer en la boca del kzin, que se le tragó en sueños y sonrió. Luis fue a buscar más y se desplomó sin fuerzas antes de conseguir llegar al vehículo del titerote.
Conque se hizo un ovillo sobre el plástico liso de la construcción y cerró los ojos.
A salvo. Estaba a salvo.
Debía haberse dormido al instante, vistas las circunstancias. Pero algo seguía inquietándole. Los músculos sobrefatigados, calambres en las manos y los muslos, el miedo a caerse que aún no le había abandonado… y algo más…
Se incorporó.
— No es justo — masculló.
¿Interlocutor?
El kzin dormía hecho un ovillo, con las orejas aplastadas sobre la cabeza y el desintegrador apretado contra el vientre, de modo que sólo asomaba la doble boca del cañón. Su respiración era regular, pero muy acelerada. ¿Sería normal?
Nessus lo sabría. Mientras tanto, lo mejor sería dejarle dormir.
— No es justo — repitió Luis, en un susurro.
Estaba solo y se sentía solitario, sin la ventaja de hallarse en uno de sus viajes sabáticos. Era responsable del bienestar de otros. Su propia vida y su salud dependían del éxito de Nessus en engatusar a esa loca medio calva que les tenía prisioneros. No era de extrañar que no pudiera dormir.
Sin embargo…
Sus ojos la localizaron y se quedaron helados. Ahí estaba su aerocicleta.
Su aerocicleta con los globos reventados colgando, y a su lado tenía la aerocicleta de Nessus, y la de Interlocutor había quedado tirada junto a él, y luego ahí estaba la aerocicleta con el asiento adecuado para un humano y sin globos antichoque.
Cuatro aerocicletas.
La primera vez, en su desesperación por conseguir agua, no había advertido las aplicaciones de este hecho. Ahora… la aerocicleta de Teela. Debía de haber estado oculta tras uno de los vehículos mayores. Y no tenía globos antichoque.