— ¿Qué demonios pasa? — preguntó Teela.
Nessus dijo, casi implorante:
— Luis, vamos a tu despacho. Teela Brown, tenemos que proponerte una cosa. No estás obligada a aceptar si no lo deseas, ni siquiera tienes que escucharnos, pero tal vez te interese nuestra propuesta.
La discusión prosiguió en el despacho de Luis.
— Cumple todos mis requisitos — insistía Nessus —. Tenemos que considerar su participación.
— ¡No puede ser la única en toda la Tierra!
— No, Luis. Claro que no. Pero no hemos conseguido dar con ninguna otra.
— ¿En qué quieren que participe?
El titerote comenzó a explicárselo. Pronto quedó claro que a Teela Brown no le interesaba en absoluto el espacio, nunca había viajado ni a la Luna y no tenía la menor intención de aventurarse fuera de los límites del espacio conocido. El hiperreactor de quantum Il no despertó su codicia. Cuando vio que la muchacha comenzó a adoptar un aire preocupado y confundido, Luis decidió intervenir de nuevo en el asunto.
— Nessus, ¿cuáles son exactamente los requisitos que Teela cumple tan bien?
— Mis agentes han estado buscando a los descendientes de los ganadores de la Lotería de la Procreación.
— Abandono. Estás absolutamente loco.
— No, Luis. Tengo órdenes del propio Ser último, del que nos guía a todos. Nadie duda de él. Te lo explicaré.
Hacía tiempo que los seres humanos tenían resuelta la cuestión del control de la natalidad. Se introducía un minúsculo cristal bajo la piel del antebrazo del paciente. El cristal tardaba un año en disolverse. Durante todo ese año, el paciente no podría concebir ningún hijo. En siglos pasados se habían empleado métodos menos refinados.
Hacia mediados del siglo xxi, la población de la Tierra se había estabilizado alrededor de los dieciocho mil millones de habitantes. El Comité de Fertilidad, una subsección de las Naciones Unidas, promulgaba y velaba por el cumplimiento de las leyes de control de la natalidad. Esas leyes no habían variado desde hacía más de medio milenio: dos hijos por pareja, previa aprobación del Comité de Fertilidad. El Comité decidía quién podía engendrar y cuántas veces. El Comité podía conceder un hijo adicional a ciertas parejas y negar la posibilidad de concebir a otras, según el criterio de la deseabilidad o indeseabilidad de los genes.
— Increíble — dijo el kzin.
— ¿Por qué? Empezábamos a estar bastante apretados, nej, dieciocho mil mil ones de habitantes, prisioneros de una tecnología primitiva.
Si el Patriarca intentara imponer una ley de ese tipo a los kzinti, sería exterminado por su insolencia.
Pero los hombres no eran kzinti. Las leyes se habían venido aplicando sin modificaciones durante quinientos años. Entonces, hacía de eso doscientos años, hubo rumores de corrupción en el Comité de Fertilidad. El escándalo provocó drásticas modificaciones de las leyes de control de la natalidad. A partir de entonces, todos los seres humanos tuvieron derecho a ser padres una vez, independientemente de la situación de sus genes. También podía obtenerse automáticamente el derecho a un segundo e incluso un tercer hijo: cuando se había demostrado poseer un alto coeficiente de inteligencia probado o útiles poderes psíquicos, tales como hipervisión o dirección absoluta, o genes de supervivencia, como telepatía o longevidad natural o dientes perfectos.
Los derechos de procreación podían adquiriese por un millón de estrellas. ¿Y por qué no? La habilidad para ganar dinero constituía un factor de supervivencia bien demostrado. Además, de ese modo se suprimían los intentos de soborno.
También se podía luchar por los derechos de procreación en un torneo, a condición de no haber hecho uso aún del primer derecho de procreación. El ganador adquiría el segundo y tercer derechos de procreación; el perdedor pagaba con su primer derecho de procreación y también con su vida. Lo uno compensaba lo otro y se mantenía el equilibrio.
— He visto estas batallas en vuestros parques de atracciones — dijo Interlocutor —. Creí que luchaban por puro placer.
— No, señor, es una cuestión muy seria — aclaró Luis.
Teela soltó una risita.
— ¿Y las loterías?
— Los cálculos fallan — explicó Nessus —. Pese a las técnicas de reactivación que permiten prevenir el envejecimiento de los humanos, cada año mueren en la Tierra más hombres de los que nacen…
En consecuencia, cada año el Comité de Fertilidad sumaba las muertes y emigraciones habidas durante ese año, restaba los nacimientos y las inmigraciones, y sorteaba los derechos de procreación sobrantes junto con la lotería de Año Nuevo.
Todos podían participar. Con un poco de suerte, una persona podía llegar a tener diez o veinte hijos, si a eso podía llamársele suerte. Ni los criminales convictos podían ser excluidos del Sorteo de Derechos de Procreación.
— Yo mismo he tenido cuatro hijos — dijo Luis Wu —. Uno lo gané en la lotería. Hubieras podido conocer a tres de ellos de haber venido doce horas antes…
— Resulta muy raro y complicado. Cuando la población de Kzin aumenta demasiado…
— Van y atacan el mundo humano más próximo.
— Nada de eso, Luis. Luchamos entre nosotros. Cuanto mas hacinados estamos, mayores son las posibilidades de que un kzin ofenda a otro. Nuestro problema de población se regula solo. ¡Nunca hemos tenido un problema de este tipo!
— Creo que empiezo a comprender — dijo Teela Brown —. Tanto mi padre como mi madre ganaron la lotería. — Soltó una risita nerviosa —. De lo contrario yo no estaría aquí. Ahora que recuerdo mi abuelo…
— Todos tus antepasados desde hace cinco generaciones nacieron gracias a que sus padres ganaron en la lotería.
— ¡En serio! ¡No lo sabía!
— Los libros lo dicen claramente — le aseguró Nessus.
— Mi pregunta sigue en pie — insistió Luis Wu —. ¿Y qué?
— Los gobernantes de la flota de titerotes han llegado a la conclusión de que los terrícolas están realizando una selección basada en el factor fortuna.
— ¡Vaya!
Curiosa, Teela Brown se inclinó hacia delante en su silla. Sin duda era la primera vez que veía un titerote enloquecido.
— No olvides las loterías, Luis. No olvides la evolución. Durante setecientos años tus gentes se reprodujeron sobre una base matemática: dos derechos de procreación por persona, dos hijos por pareja. De vez en cuando alguno conseguía el derecho a un tercer hijo, o le era denegado el primero por razones justificadas: genes diabéticos o cosas por el estilo. Pero la mayoría de los humanos tenían dos hijos. Luego cambiaron la ley. Desde hace dos siglos, entre un diez y un trece por ciento de cada generación humana ha nacido gracias a que alguno de sus progenitores o ambos habían ganado en un sorteo de la lotería. ¿Qué determina quiénes sobrevivirán y se reproducirán? En la Tierra, todo depende de la fortuna en los juegos de azar.
— Y Teela Brown desciende de seis generaciones de jugadores afortunados…
3. Teela Brown
Teela no podía dejar de reír.
— No digas bobadas — dijo Luis Wu —. ¡No se puede realizar una selección basada en la buena suerte como si se tratara de conseguir cejas hirsutas!
— Sin embargo, efectuáis una selección basada en el criterio de las capacidades telepáticas.
— No es lo mismo. La telepatía no es un poder psíquico. Se conocen perfectamente los mecanismos del lóbulo parietal derecho. Lo único que ocurre es que a la mayoría no les funcionan.
— Antaño se creía que la telepatía era de carácter psíquico. Ahora dices que la suerte no es tal.