¡Condicionada! ¡Como un animalito experimental! ¡Y ella lo sabía! La noche pasada había realizado una última valerosa tentativa para sustraerse al imperio del tasp.
Ahora Luis había experimentado aquello contra lo cual se debatía la muchacha.
— Fue un error — dijo Luis Wu —. Me retracto. — Pese a la negra desesperación que le embargaba, no pudo evitar ver el lado cómico de la situación. Hay cosas de las que no es posible retractarse.
Fue pura casualidad que bajara las escaleras en vez de subir. O tal vez su subconsciente había recordado un espasmo apenas percibido a nivel consciente.
Cuando l egó a la plataforma, el viento rugió a su alrededor, salpicándole de lluvia por todos lados. Ello le ayudó a concentrarse en otra cosa que no fuesen sus propias cuitas. Poco a poco fue desprendiéndose del dolor que le causara la pérdida del tasp.
En cierta ocasión, Luis Wu había jurado vivir eternamente.
Ahora, muchos años más tarde, comprendía qué esa decisión llevaba implícitas ciertas obligaciones.
— Tengo que curarla — dijo —. ¿Cómo? La abstinencia no provoca síntomas físicos… pero esto será un triste consuelo si decide arrojarse por una ventana. ¿Y cómo me las arreglaré para curarme yo mismo?
En algún recóndito rincón seguía anhelando el tasp, y ese deseo no cesaría nunca.
La adicción no era mas que un recuerdo subliminal. Bastaría dejarla abandonada en algún lugar con su reserva de droga de la juventud, y el recuerdo se iría desvaneciendo lentamente…
— Pero, la necesitamos, ¡nej!
Sus conocimientos sobre la sala de máquinas del «Improbable» eran muy valiosos. Imposible prescindir de ella.
No tendría más remedio que convencer a Nessus para que dejara de aplicarle el tasp. Y vigilarla durante el primer período. Al principio se sentiría terriblemente deprimida…
De pronto, el cerebro de Luis captó lo que sus ojos ya estaban observando desde hacía rato.
El coche estaba suspendido a unos seis metros de la plataforma de vigilancia. Era una saeta color castaño-rojizo de perfecto diseño con estrechas hendiduras a modo de ventanas y flotaba inerte en medio del viento embravecido, atrapado en un campo electromagnético que nadie se había acordado de desconectar.
Luis volvió a mirar, atentamente, para no tener dudas de que realmente había un rostro detrás del parabrisas. Luego subió corriendo en busca de Prill.
Ignoraba las palabras adecuadas. Conque se limitó a cogerla por el brazo, arrastrándola escaleras abajo para mostrarle lo que había visto. Ella asintió y volvió a subir para manipular los controles de la trampa policíaca.
La saeta castaño-rojiza se situó junto a la plataforma. El primer ocupante salió a gatas, aferrándose con ambas manos, pues hacía un viento infernal.
Era Teela Brown, lo cual no sorprendió a Luis.
Y el segundo ocupante era tan absolutamente típico de su especie que no pudo contener una carcajada. Teela le miró extrañada y un poco ofendida.
Estaban cruzando el Ojo de la tormenta. El viento subía zumbando por la escalera que conducía a la plataforma de observación. Silbaba por los pasillos del primer piso y ululaba a través de las ventanas rotas de los pisos superiores. Todo estaba inundado de lluvia.
Teela y su acompañante y la tripulación del «Improbable» se habían sentado en el suelo del dormitorio de Luis, que también era la sala de mandos. El musculoso acompañante de Teela hablaba muy serio con Prill en un rincón; la muchacha no obstante seguía vigilando con un ojo a Interlocutor-de-Animales, del que aún desconfiaba, mientras oteaba con el otro por la claraboya. Los demás se habían sentado en torno a Teela para escuchar su relato.
El campo magnético de la policía había destruido la mayor parte de la maquinaria de su aerocicleta. El localizador, el intercom, la envoltura sónica y la cocinilla, todo había fallado al mismo tiempo.
Teela había logrado salir con vida gracias a una característica estabilizadora incorporada a la envoltura sónica. En cuanto advirtió el fuerte viento, apretó el retroactivador, antes de que el huracán que soplaba a una velocidad de 2 Mach pudiera arrancarle la cabeza. Tardó escasos segundos en situarse por debajo del límite máximo de velocidad permitido en la ciudad. El campo magnético estaba a punto de destrozarle el motor; pero no actuó. Cuando el viento consiguió penetrar el efecto estabilizador de la envoltura sónica, su velocidad ya era tolerable.
Pero Teela se hallaba en un estado de nervios lamentable. Había rozado la muerte muy de cerca en el Ojo de la tormenta. El segundo ataque se había producido antes de que tuviera tiempo de recuperarse del anterior. Hizo planear la aerocicleta, mientras intentaba hallar un lugar adecuado para aterrizar en medio de la oscuridad.
Descubrió un paseo cubierto flanqueado de tiendas. Estaba iluminado: las puertas ovaladas despedían un brillante resplandor anaranjado. El vehículo aterrizó de un modo algo brusco, pero a ella ya poco le importaba. Por fin estaba en tierra.
Aún no había terminado de desmontar cuando la aerocicleta comenzó a elevarse otra vez. El movimiento la hizo rodar por el suelo. Se puso de cuatro patas y meneó la cabeza intentando despejarse. Cuando levantó la mirada, la aerocicleta ya casi se había perdido de vista.
Teela se echó a llorar.
— Seguramente aparcaste en un lugar prohibido — dijo Luis.
— Lo de menos era el porqué. Me sentía… — No sabía cómo explicarlo, pero lo intentó —. Quería decirle a alguien que me había perdido. Pero no había nadie. Conque me senté en uno de los bancos de piedra y me eché a l orar. Estuve horas l orando. No me atrevía a moverme de allí, pues sabía que vendríais a buscarme. Entonces… apareció él. — Teela señaló a su acompañante —. Le sorprendió encontrarme allí. Me preguntó no sé qué… No comprendía su lengua. Al menos intentó consolarme. Me alegró tenerle a mi lado.
Luis asintió. Teela confiaba en todo el mundo. Era inevitable que buscase protección o apoyo en el primer desconocido que se presentase. Y ese proceder en nada podía perjudicarla.
Su acompañante era un ser, que se salía de lo corriente.
Era un héroe. Saltaba a la vista. No era preciso verle luchando contra un dragón. Bastaba observar los músculos, la estatura, la negra espada de metal. Las vigorosas facciones, inquietantemente parecidas a las de la escultura de alambre del castillo llamado Cielo. Su actitud cortés mientras hablaba con Prill, aparentemente indiferente al hecho de que ella perteneciera al sexo opuesto. ¿Tal vez porque era la mujer de otro hombre?
Iba perfectamente afeitado. No, no parecía probable. Más bien debía ser medio Ingeniero. Tenía el cabello largo, de un rubio ceniciento y no demasiado limpio, y su nacimiento dejaba al descubierto una noble frente. Llevaba una especie de taparrabos atado a la cintura, la piel de algún animal.
— Me dio de comer — dijo Teela —. Cuidó de mí. Anoche cuatro hombres intentaron atacarnos, ¡y los rechazó sin más arma que su espada! Y ha aprendido muchas palabras de intermundo durante esos dos días.
— ¿En serio?
— Está acostumbrado a hablar otras lenguas.
— Es el peor desaire que podía hacerme.
— ¿Cómo dices?
— No tiene importancia. Sigue.
— Es viejo, Luis. Tomó una enorme dosis de algo parecido al extracto regenerador, hace ya mucho tiempo. Dice que se lo dio un brujo malo. Es tan viejo que sus padres recuerdan el Derrumbamiento de las Ciudades. ¿Y sabes qué ha decidido hacer? — Su sonrisa era casi insultante —. Ha iniciado una especie de búsqueda. Hace mucho tiempo hizo la promesa de caminar hasta la base del Arco. Y eso es lo que está haciendo. Lleva varios siglos caminando.