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— ¿La base del Arco?

Teela asintió. Les sonreía con mucha gracia y sin duda le divertía la situación, sin embargo en sus ojos se adivinaba algo más.

Luis había visto amor en la mirada de Teela, pero nunca ternura.

— ¡Y te sientes orgullosa de él por lo que está haciendo! Pobre idiota, ¿no sabes que no hay ningún Arco?

— Ya lo sé, Luis.

— ¿Por qué no se lo dices, pues?

— Te odiaré eternamente si te atreves a decírselo. Ha dedicado casi toda su vida a esta búsqueda. Y, entre tanto, ha hecho mucho bien. Conoce algunos oficios simples y los va difundiendo por el Mundo Anillo mientras avanza en la dirección de giro.

— No creo que sea capaz de transmitir demasiada información. No parece muy inteligente.

— No, no lo es. — Por la manera como lo dijo, se notaba que para ella ése era un detalle sin importancia —. Pero si yo le acompaño podré enseñar muchísimas cosas a mucha gente.

— Ya me lo esperaba — dijo Luis. Pero, aun así le molestó. ¿Habría advertido ella que estaba dolido? En cualquier caso, esquivó su mirada.

— Llevábamos un par de días en el paseo cubierto cuando de pronto caí en la cuenta de que seguiríais a mi aerocicleta, no a mí. El ya me había hablado de Hal… Hal… de la diosa y de la torre flotante que atrapaba los vehículos. Conque allí nos dirigimos. Nos situamos junto al altar, con la esperanza de localizar vuestras aerocicletas. Luego el edificio comenzó a desmoronarse. Entonces, Caminante…

— ¿Caminante?

— Se hace l amar así. Cuando alguien le pregunta por qué, ello le da pie a explicar que se dirige a la base del Arco y contarles las aventuras que ha tenido por el camino… ¿comprendes?

— Sí.

— Comenzó a probar los motores de todos los coches viejos. Dijo que los conductores solían parar el motor cuando el campo magnético de la policía los atrapaba, a fin de evitar que se quemasen.

Los tres se miraron. ¡Tal vez la mitad de esos coches suspendidos estaban aún en perfectas condiciones!

— Encontramos un coche que funcionaba — siguió explicando Teela —. Os estuvimos buscando, pero no logramos encontraros a causa de la oscuridad. Por suerte la policía volvió a atraparnos por exceso de velocidad.

— Sí, fue una suerte. Anoche me pareció oír una explosión, pero no estoy seguro — dijo Luis.

Caminante había dejado de hablar. Cómodamente apoyado contra la pared del dormitorio del jefe, contemplaba a Interlocutor-de-Animales con una leve sonrisa en los labios. Interlocutor le devolvió la mirada. Luis tuvo la impresión de que ambos estaban calibrando el posible desenlace de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

Prill en cambio seguía mirando por la ventana y en su rostro se reflejaba el pavor. Cuando el ulular del viento se trocó en chillido, todo su cuerpo se estremeció.

Tal vez ya había visto formaciones parecidas al Ojo de la tormenta. Pequeñas rupturas producidas por algún asteroide, rápidamente reparadas, siempre en algún otro lugar, y siempre prontamente fotografiadas para los noticiarios o su equivalente en el Mundo Anillo. El Ojo de la tormenta constituía siempre un suceso temible. El aire se escapaba a chorros hacia el espacio interestelar. A su alrededor se formaba un huracán horizontal, con un punto de succión en el fondo, de efectos tan definitivos como el desagüe de una bañera, si uno era atrapado por el torbellino.

Durante unos segundos se intensificaron los aullidos del viento. Teela frunció el entrecejo preocupada.

— Espero que el edificio sea lo bastante resistente — dijo.

Luis la miró sorprendido. «¡Cómo ha cambiado!» El Ojo de la tormenta había amenazado directamente su vida la última vez que lo atravesó…

— Tienes que ayudarme — dijo Teela —. Quiero a Caminante, ¿sabes?

— Ya veo.

— El también me quiere, pero posee un extraño concepto del honor. Intenté explicarle quién eras tú, Luis, cuando quería convencerle para que me condujera al edificio volante. Se incomodó mucho y ya no quiso acostarse más conmigo. Cree que soy tuya, Luis.

— ¿Esclavitud?

— Esclavitud para las mujeres, creo. Le dirás que no soy tuya, ¿lo prometes?

Luis sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

— Podríamos ahorrarnos muchas explicaciones si me limitara a venderte a él. Si así lo deseas.

— Tienes razón. Y es lo que deseo. Quiero acompañarle en su peregrinaje por el Mundo Anillo. Le amo, Luis.

— No lo dudo. Estáis hechos el uno para el otro — dijo Luis Wu —. El destino ha querido que os encontraseis. Se cuentan por billones las parejas que han sentido exactamente lo mismo…

Ella se le quedó mirando con expresión de gran desconfianza.

— ¿No será… un sarcasmo, eh, Luis?

— Hace un mes no hubieras sido capaz de distinguir un sarcasmo de un carámbano. No, lo curioso es que no es ningún sarcasmo. Los billones de otras parejas no tienen importancia, pues no formaban parte de un experimento de procreación planificada ideado por algún nej de titerote.

De pronto se convirtió en el centro de atención. Hasta Caminante se le quedó mirando para averiguar qué había despertado el interés de los demás.

Pero Luis sólo tenía ojos para Teela Brown.

— Nos estrellamos contra el Mundo Anillo — le explicó pausadamente —, porque éste es tu medio ideal. Tenías que descubrir cosas que no podías aprender en la Tierra, ni en ningún otro lugar del espacio conocido, según parece. Tal vez existan otras razones: un extracto regenerador más perfeccionado, por ejemplo, y más espacio vital; pero el motivo principal de que estés aquí es para aprender.

— ¿Aprender qué?

— A sentir dolor, diría yo. Miedo. Nostalgia. Eres otra mujer desde que llegamos aquí. Antes eras una especie de… abstracción. ¿Te habías golpeado alguna vez el dedo gordo del pie?

— Qué palabra más rara. No, creo que no.

— ¿Te habías quemado alguna vez los pies?

Ella le lanzó una mirada centelleante. Había comprendido.

— El «Embustero» se estrelló para que tú pudieras llegar aquí. Recorrimos miles de kilómetros para traerte junto a Caminante. Tu aerocicleta te l evó justo donde él estaba y se dejó atrapar por el campo magnético de la policía en el sitio preciso, porque Caminante es el hombre que te estaba destinado.

Teela sonrió al oír esto, pero Luis no le devolvió la sonrisa.

— Tu suerte exigía que tuvieras tiempo de hacer amistad con él — siguió diciendo —. Conque Interlocutor-de-Animales y yo estuvimos colgando cabeza abajo…

— ¡Luis!

— …durante unas veinte horas, suspendidos sobre treinta metros de espacio vacío. Y aún no ha l egado lo peor.

El kzin gruñó:

— Todo depende de cómo se mire.

Luis no le prestó la menor atención.

— Teela, te enamoraste de mí para tener un motivo para unirte a la expedición al Mundo Anillo. Has dejado de amarme porque ya no es necesario. Ya estás aquí. Y yo me enamoré de ti por el mismo motivo, porque la suerte de Teela Brown me convirtió en una marioneta… Pero la verdadera marioneta eres tú. Pasarás el resto de tu vida pendiente de los hilos de tu propia suerte. Sólo Finagle sabe si realmente posees un libre albedrío. En cualquier caso, te costará ejercerlo.

Teela se había puesto muy pálida y tenía los hombros muy erguidos y rígidos. Sólo un evidente esfuerzo de voluntad le impedía romper a llorar. Antes carecía de esa capacidad de controlarse.

En cuanto a Caminante, se había puesto de rodillas y les miraba fijamente a los dos, mientras acariciaba el filo de su negra espada de hierro con el pulgar. Difícilmente podía ignorar que Teela estaba sufriendo. Debía de estar convencido de que la joven era propiedad de Luis Wu.