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— La suerte es la suerte. — La situación hubiera podido resultar tan divertida como parecía considerarla Teela, de no mediar un detalle que ella ignoraba y del que era perfectamente consciente Luis: el titerote hablaba en serio —: La ley de los grandes números va actuando. Cambian las probabilidades y se acabó, como les ocurrió a los dinosaurios. Los dados caen bien y…

— Hay quien dice que algunos humanos son capaces de dirigir la caída de un dado.

— Bueno, no era la metáfora adecuada. El caso es que…

— Sí — rugió el kzin. Su voz hacía temblar las paredes cuando se decidía a hacer uso de ella —. El caso es que aceptaremos a quien escoja Nessus. Es tu nave, Nessus. ¿Dónde está el cuarto tripulante?

— ¡En esta misma habitación!

— ¡Eh! ¡Un momento, nej! — Teela se levantó. La malla plateada relució sobre su piel azulada como si realmente fuese de metal; su llameante cabellera se levantó succionada por el acondicionador de aire —. Todo esto es absurdo. No pienso ir a ninguna parte. Además, no veo ninguna razón para moverme de la Tierra.

— Tendrás que buscar otra, Nessus. Debe de haber millones de candidatas que reúnan los requisitos. No le veo el problema.

— No son millones, Luis. Disponemos de algunos millares de nombres y los números de teléfono o los números de las cabinas teletransportadoras particulares de la mayoría. Todos pueden demostrar que cuentan con cinco generaciones de antepasados nacidos gracias al sorteo.

— ¿Y bien?

Nessus comenzó a pasear arriba y abajo por el despacho.

— Muchos no son elegibles dada su evidente mala suerte. En cuanto al resto, no parece haber ninguno disponible. Nunca están en casa cuando los l amamos. Volvemos a l amar y el computador telefónico nos da una línea equivocada. Cuando preguntamos por un miembro de la familia Brandt, todos los teléfonos de Sudamérica se ponen a sonar. Ha habido quejas. Es muy desalentador.

Tap-tap-tap, tap-tap-tap.

— Aún no me habéis dicho dónde vais — dijo Teela.

— No puedo mencionar nuestro lugar de destino, Teela. Sin embargo, puedes…

— ¡Por las zarpas rojas de…! ¿Ni eso piensas decirnos?

— Puedes examinar la instantánea que tiene Luis Wu. Es la única información que puedo darte por el momento.

Luis le tendió la instantánea que representaba una franja azul cielo sobre fondo negro, semioculta tras un disco de un blanco cegador. Ella lo estuvo examinando largo rato y sólo Luis advirtió que su rostro comenzaba a enrojecer de ira.

Cuando por fin abrió la boca, escupió las palabras una a una, como si fuesen semillas de mandarina.

— Es lo más ridículo que he oído en mucho tiempo. Pretende que Luis y yo nos lancemos al más allá en compañía de un kzin y un titerote, ¡y toda la información que poseemos sobre el lugar al cual nos dirigimos es esta franja azul y un foco luminoso ¡Es… absurdo!

— ¿Esto significa que te niegas a embarcarte con nosotros?

La muchacha arqueó las cejas.

— Necesito una respuesta clara. Mis agentes pueden localizar otro candidato de un momento a otro.

— Sí — dijo Teela Brown —. Sí, me niego.

— Entonces, ten presente que las leyes humanas te obligan a guardar secreto sobre lo que has oído aquí. Has cobrado honorarios de asesor.

— A quién iba a contárselo? — exclamó Teela con una dramática carcajada —. Nadie me creería. Luis, ¿de verdad piensas embarcarte en esta ridícula…?

— Sí. — Luis ya estaba pensando en otra cosa, como, por ejemplo, la manera más discreta de hacerla salir del despacho —. Pero aún no. Todavía no ha terminado la fiesta. Mira, ¿podrías hacerme un favor? Cambia el control musical del canal cuatro al canal cinco. Luego diles a todos los que pregunten que estaré con ellos dentro de un minuto.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Luis dijo:

— Hacedme un favor y también saldréis beneficiados. Dejadme decidir a mí si un ser humano tiene condiciones para lanzarse a lo desconocido.

— Ya sabes cuáles son las condiciones básicas — dijo Nessus —. De momento no disponemos de dos candidatos para escoger.

— Contamos con decenas de miles.

— No está tan claro. Muchos no sirven; otros son imposibles de localizar. No obstante, puedes explicarme por qué ese ser humano no te parece idóneo.

— Es demasiado joven.

Sólo podemos aceptar candidatos de la generación de Teela Brown.

— ¡Una selección basada en la buena fortuna! En fin, qué más da, no voy a discutir por eso. Conozco humanos que todavía están más chiflados. Aún queda alguno por aquí, en la fiesta… Bueno, tú mismo has podido comprobar que no es xenófila.

— Tampoco es xenófoba. Ninguno de nosotros le inspira miedo.

— No tiene chispa. No es…, no es…

— No tiene inquietudes — dijo Nessus —. Está satisfecha con lo que posee. Ello puede constituir un verdadero problema. No codicia nada. Pero, ¿cómo lo podíamos averiguar sin preguntárselo?

— De acuerdo, escoge tú mismo tus candidatos.

Luis salió de su despacho a grandes zancadas.

El titerote aún tuvo tiempo de decir con voz meliflua:

— ¡Luis! ¡Interlocutor! ¡La señal! ¡Uno de mis agentes ha localizado otro candidato!

— No faltaba más — dijo Luis, sin ningún entusiasmo.

En la otra punta del salón, Teela Brown estaba lanzando una de sus miradas a otro titerote de Pierson.

Luis se despertó con dificultad. Recordó que se había puesto un par de auriculares somníferos y los había conectado por una hora. Era de suponer que hacía una hora de ello. Debió despertarle el malestar de esa cosa en la cabeza una vez desconectado el aparato…

No lo tenía en la cabeza.

Se incorporó sobresaltado.

— Yo te lo he quitado — explicó Teela Brown —. Necesitabas dormir.

— Oh, no. ¿Qué hora es?

— Pasan unos minutos de las diecisiete.

— No he sido muy buen anfitrión. ¿Cómo sigue la fiesta?

— Ya sólo quedan unas veinte personas. No te preocupes, les comuniqué mis intenciones. A todos les pareció muy bien.

— Está bien. — Luis se deslizó fuera de la cama —. Gracias. Vamos a reunirnos con los pocos invitados que quedan.

— Antes me gustaría hablar contigo.

Luis se sentó otra vez. Poco a poco iba desprendiéndose de la modorra.

— ¿De qué? — preguntó.

— ¿En serio piensas hacer ese viaje?

— En serio.

— No logro comprender por qué.

— Tengo diez veces más años que tú — explicó Luis Wu —. Puedo vivir sin trabajar. Me falta paciencia para dedicarme a la investigación científica. Ya he intentado escribir, pero también resultó una tarea excesivamente ardua para mí, lo cual desde luego fue una sorpresa. ¿Qué puedo hacer? Juego mucho.

Ella meneó la cabeza y el reflejo de sus cabellos se proyectó sobre las paredes:

— A mí no me parece un juego.

Luis se encogió de hombros:

— El aburrimiento es mi peor enemigo. Ha matado a muchos de mis conocidos, pero yo no me dejaré atrapar. Cuando noto que comienzo a aburrirme, corro a arriesgar mi vida en algún lado.

— ¿No quieres saber al menos qué riesgo corres?

— Me pagarán bien.

— No necesitas dinero.

— La raza humana necesita lo que nos ofrecen los titerotes. Mira, Teela, ya oíste todo lo referente a la nave con hiperreactores de quantum 11. Es la única nave del espacio conocido que alcanza velocidades superiores a los tres días por año luz. ¡Su velocidad es casi cuatrocientas veces mayor!

— ¿A quién le interesa volar tan de prisa?

Luis no se sentía con ánimos para darle una conferencia sobre la explosión del Núcleo.