Se detuvieron todos a la distancia habitual, y se deshicieron en cumplidos y parabienes por la calidad del disparo, y glosando la extraordinaria habilidad de Ch’aka como cazador. Jason tuvo que admitir que los elogios tenían algo de merecido. Un anfibio grande, cubierto de piel, yacía al borde del agua. El extremo posterior de la flecha sobresalía del cuello del animal y la sangre corría al mezclarse con el agua que impulsaban las olas.
— ¡Carne! ¡Hoy hay carne!
— ¡Ch’aka ha matado al rosmaro! ¡Ch’aka es extraordinario!
— ¡Ch’aka el gran proveedor! — gritó Jason para meterse en el ambiente de las cosas —. ¿Cuándo comemos?
El amo ignoraba a los esclavos, y recuperaba la respiración, entrecortado por el esfuerzo de la carrera. Después cogiendo nuevamente el arco, se acercó al animal y con el cuchillo fue desgarrando la carne para recuperar la flecha, que sostuvo en la misma mano que el arco manchándolo con sangre fresca.
— ¡Ir a buscar leña para hacer fuego! — ordenó. — Tú, Opisweni, hazte cargo del cuchillo.
Retrocediendo unos pasos de espaldas, se sentó en un altillo apuntando al esclavo con el arco, mientras éste se aprestaba a descuartizar la pieza. Ch’aka había dejado el cuchillo clavado en el animal, y el esclavo se dispuso a efectuar lo que le habían ordenado. Mientras trabajaba, miraba de vez en cuando a Ch’aka que no dejaba de apuntarle.
— Un alma confiada, nuestro conductor de esclavos — se dijo Jason a sí mismo, mientras se reunía con los demás para ir en busca de leña. Ch’aka tenía las armas, pero también un temor constante de que le pudieran asesinar. Si Opisweni hacía uso del cuchillo para cualquier otra cosa que no fuera el despedazado de la bestia, se encontraría con la flecha incrustada en la nuca. Muy eficiente.
Se recogió la leña suficiente para hacer una hoguera respetable, y cuando Jason volvió con su contribución para el fuego, el rosmaro había sido despedazado en grandes trozos. Ch’aka apartó a puntapiés a sus esclavos del montón de leña, y sacó un pequeño objeto de otro de los sacos. Movido por el interés y la curiosidad, Jason se acercó lo máximo posible, saliéndose incluso del círculo expectante. Aunque nunca había visto anteriormente un encendedor primitivo, el funcionamiento le era de sobra conocido. En una mano llevaba un trozo de piedra, y en la otra un trozo de metal, y frotándolos desprendía chispas que eran recogidas por otro trozo de yesca. Ch’aka sopló sobre ella, y se inflamó.
¿De dónde habría sacado el encendedor y el arco? Eran signos evidentes de un nivel cultural superior al que poseían aquellos nómadas esclavos, y que demostraban una remota posibilidad de que hubiera un sistema de vida más elevado en aquel planeta, del que habían visto desde que se estrellaron en él. Poco más tarde, mientras los otros se afanaban en sus raciones de carne, se llevó a un lado a Mikah y le habló de todo ello.
— Aún hay esperanza. Estos solemnes ignorantes, no han fabricado en su vida un arco ni un encendedor. Por tanto, debemos averiguar de dónde los sacaron, y tratar de llegar hasta allí. Eché un vistazo a la flecha, cuando Ch’aka la arrancó de la bestia, y juraría que era de acero.
— ¿Y qué tiene eso que ver? — preguntó Mikah.
— Pues sería la prueba de la existencia de una sociedad industrializada, y hasta de un posible contacto interestelar.
— Pues entonces, tenemos que preguntarle a Ch’aka de donde los sacó, y marcharnos en seguida. Allí habrá autoridades con las que nos pondremos en contacto, les expondremos la situación, y podremos ser trasladados a Cassylia. Hasta entonces no le consideraré arrestado de nuevo.
— ¡Me maravilla lo considerado que es usted! — dijo Jason poniendo una burlona inflexión en el tono de sus palabras. Mikah era un hueso duro de roer a causa de la rectitud y firmeza de sus ideas, y Jason había intentado por todos los medios, descubrir su talón de Aquiles —. ¿Y no se siente usted con remordimientos al querer llevarme a un lugar donde me van a matar? Después de todo, somos compañeros de fatigas… y yo le he salvado la vida.
— Lo sentiré, Jason. Me doy cuenta de que aunque sea pecador, no está completamente perdido, y guiándole hacia un buen camino, puede ser de gran utilidad en la sociedad. Pero mis sentimientos personales no deben permitir que se alteren los demás acontecimientos y las cosas sigan el debido curso; olvida usted que cometió un delito y que por tanto debe pagar con la pena que le corresponda.
Ch’aka lanzó un eructo en el interior de su caparazón, lo cual produjo un ruido cavernoso, y gritó a sus esclavos:
— ¡Ya vale de comer, cerdos! Os estáis engordando. Envolver la carne y llevarla con vosotros, aún hay luz suficiente para buscar krenoj. ¡Moveos!
Una vez más, la alineación estuvo formada en un momento, y comenzó a caminar por el desierto. Hallaron más raíces comestibles, y se detuvieron en una ocasión unos momentos para llenar los recipientes de pieles, a propósito para el agua, en un lugar donde ésta salía a borbotones de entre la arena. El sol se alejaba hacia el horizonte, y el poco calor que pudieran tener sus rayos, quedaba absorbido por un cúmulo de nubes. Jason miró a su alrededor y sintió un escalofrío; de pronto se apercibió de una pequeña línea de puntos que se movían en el horizonte. Se lo hizo notar a Mikah, que todavía continuaba recostado sobre él.
— Parece que venga toda una compañía. Me pregunto qué representan ellos en este programa.
El dolor disminuía considerablemente la capacidad de atención de Mikah, quien no llegó a comprobar por sí mismo lo que le decía su compañero; pero lo más curioso era que tampoco se dieron cuenta los otros esclavos, ni Ch’aka siquiera.
Los puntos se fueron acrecentando hasta convertirse en otro grupo de caminantes, aparentemente absorbidos en la misma tarea que el grupo de Ch’aka. Se afanaban en su tarea sin dejar de avanzar, y examinando detenidamente la arena, siguiéndoles detrás la solitaria figura de su amo. Los dos grupos se iban acercando lentamente el uno al otro.
Cerca de las dunas, había un pequeño ribazo de piedras, y el grupo de esclavos de Ch’aka. se detuvo allí tan pronto como llegaron, dejándose caer sobre la arena. y emitiendo profundos suspiros de satisfacción por el descanso. El montón de piedras era a todas luces indicativo de una zona limítrofe, y Ch’aka se acercó para posar un pie sobre una de las piedras, y permaneció contemplando al otro grupo de esclavos que se acercaba. Ellos también se detuvieron ante el ribazo, y se dejaron caer al suelo. Ninguno de los dos grupos mostró interés alguno en el otro, y únicamente los amos parecían más animados. El recién llegado se detuvo a unos diez pasos antes de llegar a la altura de Ch’aka, y agitó por encima de su cabeza un martillo de piedra de aspecto terrorífico.
— ¡Te odio, Ch’aka! — masculló.
— ¡Te odio, Fasimba! — fue la inmediata respuesta.
El intercambio de saludos fue tan formal como un pas de deux, y casi una declaración de guerra. Ambos hombres aprestaron las armas, intercambiaron unos cuantos insultos, y luego pasaron a una conversación más tranquila. Fasimba llevaba el mismo tipo de disfraz que Ch’aka, horrible por el temor que inspiraba, y difiriendo solamente en algunos detalles. En lugar de un caparazón, la cabeza de Fasimba estaba oculta en el interior de una calavera de un anfibio rosmaro, adornada además con otros detalles y cuernos. Las diferencias entre los dos hombres eran insignificantes, y correspondían solamente a pequeños detalles de decoración. Eran, sin ningún género de dudas, amos de esclavos, e iguales.
— Hoy he matado un rosmaro, el segundo en diez días — dijo Ch’aka.
— Cogiste un buen trozo de costa. Está plagado de rosmaro. ¿Y qué hay de los dos esclavos que me debes?