Pero Jason sabía que había más; que tenía que haber algún contacto con una civilización superior; el arco era una prueba evidente de ello, y se había propuesto firmemente descubrir su procedencia. Pero para conseguir esto tendría que cambiar su condición de esclavo, cuando llegara el momento oportuno. De momento había conseguido hacer un progreso: esquivar con cierta facilidad las pesadas botas de Ch’aka.
El trabajo no era duro, y había comida suficiente.
Siendo solamente un esclavo, no tenía otras obligaciones oportunidades que obedecer órdenes, y sin embargo, tenía más que suficientes para descubrir un gran número de cosas de este planeta, lo cual, estando todo lo bien preparado que fuera posible, le sería de gran utilidad en el momento en que decidiera abandonar aquel lugar.
Cuando ya casi anochecía, divisaron otra columna de esclavos caminantes, en la distancia, siguiendo una ruta paralela a la de ellos. Jason sospechó que se repetirían los acontecimientos del día anterior, pero quedó agradablemente sorprendido al ver que no era así. La vista de los otros, hizo montar en cólera a Ch’aka inmediatamente, y enviar a sus esclavos para que se pusieran a cubierto de todo riesgo, a toda velocidad y en todas direcciones. Dando saltos tremendos, gritando desaforadamente, blandiendo la maza al aire de un modo incontenible, se puso en situación antes de emprender una loca carrera.
Jason le siguió de cerca, vivamente interesado por el nuevo rumbo que tomaban las cosas.
Frente a ellos, estaba el otro grupo de esclavos esparcido, y de entre la penumbra que formaban, apareció otra figura armada. Los dos líderes se abalanzaron el uno hacia el otro a toda velocidad, y Jason ansiaba y suplicaba por un choque brusco y demoledor que los dejara fuera de combate en cuanto se encontraran. Sin embargo, redujeron de a poco la velocidad antes de chocar y comenzaron a dar vueltas uno alrededor del otro, escupiendo insultos e imprecaciones a mansalva.
— ¡Te odio, M’shika!
— ¡Te odio, Ch’aka!
Las palabras eran las mismas, pero el significado tenía más formalidad y fiereza que Cuando fueron intercambiadas con Fasimba.
— ¡Te mataré, M’shika! ¡Has vuelto a entrar en mis tierras con la carroña de tus esclavos!
— ¡Eres un farsante, Ch’aka, este terreno es mío desde hace mucho tiempo!
— ¡Te voy a matar!
Ch’aka dio un salto enorme al pronunciar esas palabras, y descargó un mazazo tal, que hubiera partido al otro hombre en dos de haberlo alcanzado. Pero M’shika esperaba el golpe y se tiró hacia atrás, lanzando un contragolpe con su maza que Ch’aka logró esquivar con facilidad. Hubo un intercambio rápido de golpes que no hicieron más que blandir el aire, hasta que ambos hombres estuvieron entrelazados, entregándose a una lucha llena de vigor y acometividad.
Rodaron cogidos por el suelo, gritando de un modo salvaje y tratando de destrozarse el uno al otro. Los pesados mazos no tenían ninguna utilidad en aquella lucha cuerpo a cuerpo, y fueron despreciados en favor de los cuchillos y las rodillas: ahora comprendía Jason la utilidad de los colmillos que Ch’aka llevaba atados, de punta, sobre las pieles que envolvían las rodillas. No se trataba de una simple lucha de dominación, sino que cada uno de ellos trataba de matar a su oponente. La armadura que en ambos constituían las pieles, hacía más difíciles sus propósitos, y la lucha continuaba, llenando el suelo de dientes de animales rotos, armas desechadas, y toda clase de despojos. Parecían que iban a decidirse por declarar nulo el combate, cuando los dos se separaron para recuperar fuerzas, pero inmediatamente se lanzaron el uno contra el otro con renovado ahínco.
Fue Ch’aka quien deshizo el equilibrio de fuerzas, cuando con gran astucia clavó la daga en el suelo, y en el siguiente volteo que dieron sobre la arena, la recogió por el mango con la boca. Sujetando los brazos de su oponente entre sus manos, se lanzó de cabeza, y acertó a encontrar el punto débil sobre la armadura del otro.
M’shika lanzó un grito y una imprecación terribles, y se debatió por desasirse de su enemigo hasta conseguirlo. Cuando se puso en pie la sangre corría estrepitosamente por el brazo, goteando sin cesar por la punta de los dedos. Ch’aka volvió a saltar sobre él, pero el herido tuvo tiempo de apoderarse de su maza y parar el golpe.
Retrocediendo alocadamente, aprovechó para recoger la mayoría de sus armas esparcidas con el brazo herido, y emprendió una veloz retirada.
Ch’aka corrió tras él por espacio de unos metros, gritando a los cuatro vientos las alabanzas de su fuerza y habilidad, y de cobardía de su oponente. Entretanto, Jason, vio una especie de cuerno corto, procedente de algún animal marino, perdido entre la arena revuelta, y rápidamente lo recogió antes de que Ch’aka volviera.
Una vez que el enemigo había sido disperso y había desaparecido, Ch’aka buscó cuidadosamente por el suelo que había sido campo de batalla, tratando de encontrar algún trofeo militar de valor. Aunque todavía quedaban una o dos horas de luz diurna indicó que había llegado el momento de detenerse, y distribuyó la correspondiente ración de tarde de krenoj.
Jason se sentó, y mascó su ración sumido en reflexiones, mientras que Ijale, recostada a su lado, movía la espalda rítmicamente, tratando de aliviar la comezón de su piel dañada por la repugnante mordedura de algún ácaro escondido. Los piojos eran inevitables; hacían de las costuras o arrugas de las pieles su inexpugnable fortaleza, y emergían de tanto en tanto sobre la tibia carne humana. Jason había llegado al nivel de los demás, en lo que a la ración de esa peste se refiere, y como los demás, buscaba también sus ratos y oportunidades para mitigar la comezón. Aquel estado de cosas, habían hecho que el malhumor y la ira se fueran adueñando de él sin ni siquiera apercibirse.
— Me estoy cansando — dijo, poniéndose en pie —. Estoy harto de la esclavitud. ¿Cuál es el lugar más próximo en el desierto, donde pueda encontrar los d’zertanoj?
— Por allí, a dos días de camino. Pero, ¿cómo vas a matar a Ch’aka?
— Yo no lo voy a matar, simplemente me voy. Ya he disfrutado bastante tiempo de su hospitalidad y de sus botas.
— No puedes hacer eso — susurró ella —. Te matarán.
— No creo que Ch’aka me pueda matar si no esto y aquí.
— Todos te matarían. Es la ley. Todos los esclavos que escapan mueren.
Jason se volvió a sentar, mordió otro trozo de su krenoj y se entretuvo rumiándolo.
— Me propones que me quede. Pero yo no tengo ningún deseo particular en matar a Ch’aka, aun a pesar de que me robara las botas. Y por otra parte, no veo de qué me podría servir el matarle.
— Eres tonto. Si mataras a Ch’aka, tú serías el nuevo Ch’aka. Y entonces… podrías hacer lo que quisieras.
Naturalmente. Ahora que se lo había dicho, los estamentos sociales parecían evidentes. Pero el hecho de haber visto esclavos y esclavizadores, Jason había caído en la errónea creencia de que eran diferentes clases de sociedad, cuando en realidad, no había más que una sola clase, y era la que se podía denominar la del más fuerte. Él mismo se tenía que haber dado cuenta de esto cuando vio el extremo cuidado que Ch’aka ponía en no permitir que nadie se acercara más de lo que creía prudencial a él, y cuando observó que todas las noches desaparecía para dirigirse a algún lugar oculto. Siempre existía la sospecha de la venganza llevada hasta el más absoluto extremo, pensando en cada uno de los hombres con las manos tendidas hacia él, contra él, y con el convencimiento de que la longevidad dependía de la fuerza del brazo y la rapidez de reflejos. Cualquiera que quisiera individualizarse, separarse, tenía que considerar que era tanto como aislarse de la sociedad, y por tanto se convertía en un enemigo susceptible de ser asesinado en cuanto le echaran la vista encima. Todo esto sumaba al hecho de que tenía que matar a Ch’aka si quería continuar adelante. En realidad no quería hacerlo.