Le costó bastante rato quitarle todo cuanto le envolvía, para ponérselo él, pero al fin lo consiguió. Bajo las pieles y los envoltorios, aparecieron en los pies de Ch’aka las botas de Jason, muy sucias, pero sin estropear, y Jason se las quitó lleno de contento. Cuando por fin, después de haber restregado el caparazón con arena, lo puso sobre su cabeza, Ch’aka acababa de resucitar. El cuerpo sobre la arena, no era más que el de un esclavo muerto. Jason abrió una tumba en la arena, enterró el cuerpo, y lo cubrió con la misma tierra.
Después, terriblemente embarazado con las armas, los sacos, el arco y la maza en la mano, se puso en camino hacia los esclavos expectantes. Tan pronto como apareció ante ellos, se pusieron en pie, y organizaron la acostumbrada formación en fila.
Jason vio a Ijale que le miraba con rostro preocupado, intentando descubrir quién habría ganado la batalla.
— ¡En marcha para volver sobre nuestros pasos! — gritó. Ella, habiéndole reconocido, le sonrió tímidamente y dio media vuelta —. ¡Un nuevo día está amaneciendo para vosotros, esclavos! Ya sé que en este momento no me creéis, pero aún tenemos muchas probabilidades.
Comenzó a silbar mientras arrastraba sus pasos tras la formación, y saboreó con satisfacción el primer krenoj que encontraron sus hombres.
Capítulo VI
Aquella tarde, encendieron una hoguera, en la playa, y Jason se sentó, de espaldas y muy próximo al mar, para tenerlos a todos ante su vista y que nada le pudiera sorprender. Se quitó el caparazón, que le ponía dolor de cabeza, y llamó a Ijale junto a él.
— Te escucho, Ch’aka. Yo obedezco.
Corrió presurosa junto a él, se tumbó en la arena y le ofreció sus labios.
— ¡Pues vaya una opinión que tienes de los hombres! — expuso Jason —. ¡Siéntate bien! Y recuerda que mi nombre es Jason, y no Ch’aka.
— SI, Ch’aka — dijo ella mirándole detenidamente.
Él le acercó el cesto de krenoj.
— Ya veo que no va a ser muy fácil cambiar el sistema social. Dime, ¿no has sentido tú nunca, o alguno de los otros, el deseo de ser libres?
— ¿Qué es ser libres?
— Bueno… creo que esto ya responde a mi pregunta. Libre es lo que eres cuando no eres esclavo, ¡libre! libre para ir a donde quieras y hacer lo que te dé la gana.
— No me gustaría eso — dijo ella un tanto confusa ¿Quién se cuidaría de mí? ¿Quién me protegería? ¿Cómo iba a poder encontrar krenoj? Para hallar el krenoj hace falta mucha gente junta… uno solo se moriría de hambre.
— Pero si eres libre, te puedes reunir con otras gentes libres y así, poder buscar el krenoj juntos.
— Eso es una tontería. El que lo encontrara se lo comería, y no lo compartiría con nadie, si no hubiera un dueño que le obligara a ello. Y a mí me gusta comer.
Jason se pasó la mano por la barba.
— A todos nos gusta comer, pero eso no quiere decir que para ello, tengamos que ser esclavos. Pero ya veo, que hasta que no se produzcan algunos cambios radicales en las circunstancias actuales, no voy a conseguir mucho en mi intención de liberaros, y por el contrario tendré que tomar todas las precauciones que tomaba Ch’aka, para continuar con vida.
Cogió la maza y se adentró en la oscuridad, en silencio, circundando el campamento, hasta que encontró un lugar que consideró apropiado para pasar la noche. Trabajando a tientas, sacó los enseres de los sacos, y plantó unas estacas de donde pendían hebras de cuero. A los extremos de las hebras, había campanillas que tintineaban al menor movimiento. Bajo tal protección, se acostó en el centro de aquella tela de araña que le servía de despertador, y transcurrió para él una noche sin descanso, sobresaltado a cada instante, en espera de que sonaran las campanillas.
A la mañana siguiente continuó la marcha. Llegaron a la raya divisoria, y cuando los esclavos se detuvieron, Jason les incitó para que la atravesaran. Lo hicieron llenos de regocijo, convencidos de que serían testigos de un combate sin igual, por la posesión del territorio violado. Sus esperanzas estaban justificadas, cuando más tarde, en pleno día, divisaron a la otra columna de esclavos, muy lejos a la derecha, de la que se destacó una figura que vino corriendo hacia ellos.
— ¡Te odio, Ch’aka! — gritó Fasimba lleno de ira, poniendo en esta ocasión, grave intención a sus palabras ¡Entrar en mi territorio! ¡Te mataré!
— ¡Espera! — le interrumpió Jason —. ¡Ah, yo te odio, Fasimba! perdona que haya olvidado los formulismos. No quiero apoderarme de tus tierras, y te aseguro que el viejo tratado o lo que sea, sigue y seguirá manteniéndose. Lo único que quiero es hablar contigo.
Fasimba se contuvo, pero continuó con su hacha de piedra presta al ataque, lleno de sospechas.
— …tienes una nueva voz, Ch’aka.
— Soy un nuevo Ch’aka; el otro está subiendo ahora a las grandes dehesas; quiero tratar contigo sobre uno de tus esclavos y entonces nos iremos.
— Ch’aka era un guerrero fuerte. Tú debes ser un buen luchador, Ch’aka — agitó el hacha lleno de furor ¡Pero no eres tan bueno como yo, Ch’aka!
— Tú eres el mejor, Fasimba; nueve de cada diez esclavos te quieren a ti por amo. Mira, si no llegamos a un acuerdo, sacaré inmediatamente a mi gentuza de aquí. Lo que quiero es al esclavo que tenía el agujero en la cabeza. Te daré dos esclavos a cambio, a los que tú escojas. ¿Qué me dices a esto?
— Que es un buen trato, Ch’aka. Tú coge a uno de los míos, al mejor, y yo cogeré a dos de los tuyos. Pero el del agujero en la cabeza ya no está. Demasiados problemas. Siempre estaba hablando. Me hacían mal los pies de tanto darle patadas, así que me desembaracé de él.
— ¿Le mataste?
— Yo nunca desperdicio un esclavo. Negocié con él con los d’zertanoj, y a cambio me dieron flechas. ¿Quieres flechas?
— No, ahora no, Fasimba, pero te agradezco la información. — Metió la mano en una bolsa, y sacó krenoj —. Toma, aquí tienes algo de comida.
— ¿Dónde cogiste el krenoj envenenado? — preguntó Fasimba con total desinterés —. Yo saco provecho del krenoj envenenado.
— Éste no está envenenado; es perfectamente comestible, o al menos en la medida en que lo son las cosas aquí.
Fasimba se puso a reír.
— Eres gracioso, Ch’aka. Te daré una flecha por el krenoj envenenado.
— Desde luego, eres tozudo, amigo — dijo casi para sí, arrojando el krenoj sobre el suelo, en el espacio que mediaba entre ambos —. ¿Pero no te digo que es perfectamente comestible?
— Eso es lo que le digo al hombre al que se lo doy. Yo saco buen provecho del krenoj envenenado — y diciendo esto arrojó una flecha bastante lejos, recogió el vegetal del suelo, y comenzó a alejarse.
Cuando Jason recogió la flecha, ésta se curvó, y vio que estaba casi partida en dos, y que el lugar por donde se había partido, había sido cubierto con barro.
— ¡Me parece bien! — le gritó al dueño de los esclavos en retirada —. ¡Pero ahora espera a que tu amigo se coma el krenoj!
Continuaron la marcha, primero hacia la raya divisoria, con el suspicaz Fasimba vigilando sus pasos desde lejos. Solamente cuando Jason y su banda hubieron atravesado la raya divisoria, los otros volvieron a su normal nomadismo.
Entonces comenzó la larga marcha, hacia los límites de la tierra desierta. Puesto que tenían que buscar krenoj mientras caminaban, les costó tres días alcanzar su destino. Jason comenzó avanzando en dirección fija y correcta, pero tan pronto como perdieron de vista el mar, perdió con él la idea concreta del camino a seguir. Sin embargo, no hizo confidencia de su ignorancia a los esclavos, y ellos continuaron caminando con rumbo fijo por lo que era para ellos una ruta bien conocida.
A lo largo del camino, recogieron y consumieron un buen número de krenoj, y encontraron dos sitios tan ricos en aquel vegetal, que les permitió volver a llenar sus sacos de pieles, y hasta le señalaron un animal confuso, asustado, sentado en un agujero, que Jason, sin que ninguno de ellos se atreviera a exteriorizar su disgusto, falló de buen trecho con el arco. A la mañana del tercer día, Jason vio una línea de demarcación en el lejano horizonte, y antes de la comida del mediodía, llegaron a una mar de ondulante y azul grisácea arena.