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La realidad, comparada con lo que él se había acostumbrado a pensar que era un desierto, fue sobrecogedora. Bajo sus pies, arena y arenisca, mientras que algunos matojos salpicados aquí y allá, daban idea de una repulsiva existencia, igual que algunas otras hierbas y el mismo krenoj, aun a pesar de ser el sostenedor de vida. Hombres y animales vivían aquí, y aunque fuera de la forma más rudimentaria, al menos se mantenían en vida. En toda la vasta extensión que se abría ante ellos, no se vislumbraba la vida, ni la posibilidad de que la hubiera, aunque al parecer no existía la menor duda de que los d’zertanoj vivían aquí. Esto significaba, que aunque aparentemente aquel territorio era ilimitado, cual era la creencia de Ijale, había probablemente tierras cultivables al otro lado. Y también había montañas, si no es que eran nubes, las líneas de picos grises que se divisaban en el lejano horizonte.

— ¿Dónde encontraremos a los d’zertanoj? — preguntó Jason al esclavo más próximo a él, que se limitó a encogerse y mirar hacia otro lado. Jason tenía un problema de disciplina. Los esclavos no hacían nada que él les pidiera, si no les trataba a patadas. La situación de aquellos hombres era tal, que una orden que no fuera acompañada de una patada, no era una orden, y sin embargo, la continuada aversión de Jason a imponer la violencia física sobre una orden hablada, era tomada como un signo de debilidad. Sus esfuerzos por mejorar la vida de los esclavos se veían bloqueados totalmente por los mismos esclavos. Lanzando una maldición entre dientes, por la obstinada testarudez de aquellas criaturas, Jason le dio una patada al hombre con la punta del pie.

— Les encontraremos al lado de la gran roca — fue la inmediata respuesta.

Siguiendo con la vista la dirección indicada, se apreciaba en la distancia un punto oscuro, y cuando se acercaron, Jason vio que era un afloramiento de roca, construido de un modo uniforme. Tras aquellos muros se podían esconder gran número de hombres, y por tanto no estaba dispuesto a arriesgar a sus preciados esclavos, o lo que era más, exponer su propio pellejo. Dio una orden en voz alta, y la columna se detuvo, sentándose en la arena. Él avanzó unos metros con la maza en una mano y examinando con suspicacia la estructura.

El hecho de que había vigilantes ocultos, quedó demostrado, cuando apareció un hombre de detrás de una esquina, y fue caminando con lentitud hacia él. Llevaba ropas muy holgadas y un cesto bajo un brazo, y cuando llegó a un punto, que aproximadamente era la mitad de camino entre Jason, y el edificio que acababa de abandonar, se detuvo, y se sentó con las piernas cruzadas sobre la arena, dejando el cesto a un lado. Jason observó detenidamente en todas direcciones, hasta que llegó a la conclusión de que la situación no ofrecía ningún peligro. No había ningún lugar donde pudieran esconderse hombres armados, y en lo que se refería a un hombre solo, nunca le había tenido miedo. Con la maza a punto, avanzó hasta quedar situado a tres pasos del otro.

— Bienvenido, Ch’aka — saludó el hombre —. Temía que no volveríamos a vernos, después de aquella pequeña… diferencia que tuvimos.

Continuó sentado mientras hablaba, al mismo tiempo que pasaba displicentemente la mano, por las hebras de su barba hirsuta. Tenía la cabeza totalmente rapada, y estaba tan reseca por el sol y tan quemada, como el resto del rostro, cuyo rasgo más prominente era la proa de su nariz que terminaba en ventanas acampanadas y que constituía un sólido soporte para un par de gafas de sol hechas a mano. Daba la impresión de haber sido talladas en hueso, y se acomodaban perfectamente a su rostro, Aquel tipo de protección para los ojos demostraba en principio, que el que las empleaba tenía cierta debilidad en la vista, que unido a las arrugas de su aspecto exterior, sugerían que aquel hombre era bastante mayor, y por tanto, muy difícil que pudiera suponer ningún pero para Jason.

— Quiero una cosa — dijo Jason yendo directamente al grano del asunto, a la manera Ch’aka.

— Una voz nueva y un nuevo Ch’aka… Te doy la bienvenida. El otro era un perro y me serviría de gran regocijo saber que murió entre grandes sufrimientos cuando le mataste. Y ahora, siéntate amigo Ch’aka, y bebe conmigo.

Con el mayor de los cuidados, destapó el cesto, y sacó una jarra de piedra, y dos vasijas pequeñas.

— ¿De dónde sacas la bebida venenosa? — preguntó Jason, recordando las maneras y procedimientos locales. Este d’zertanoj era un tipo curioso; había sabido comprender instantáneamente, por la voz de Jason, que había habido un cambio de identidad —. ¿Y cuál es tu nombre?

— Edipon — dijo el anciano, mientras que, sin sentirse ofendido, metía de nuevo las vasijas en el cesto —. ¿Qué es lo que quieres? Si te pones en razón, llegaremos a un acuerdo. Siempre necesitamos esclavos, y por tanto, siempre estamos deseosos de negociar.

— Quiero a uno de tus esclavos, y lo cambio por dos de los míos.

El hombre, que continuaba sentado, sonrió fríamente tras el refugio de su nariz.

— No hace falta que hables con tan poca naturalidad, y tanta parquedad, como los bárbaros de las costa, puesto que adivino por tu acento, que eres un hombre de educación. ¿Qué esclavo es el que quieres?

— El que te entregó Fasimba. Me pertenece. — Jason abandonó sus modales e inflexiones lingüísticas, y se puso más en guardia, mirando de nuevo en derredor de las solitarias arenas. Este viejo pájaro reseco, era más inteligente de lo que parecía, y Jason tenía que mantenerse totalmente a la expectativa.

— ¿Eso es cuanto necesitas? — inquirió Edipon.

— En este momento, no se me ocurre otra cosa. Si llegamos a un acuerdo en esto, quizá después podamos hablar de otros asuntos.

La risa de Edipon tuvo algo muy desagradable para Jason, y se echó hacia atrás rápidamente, cuando el viejo se puso dos dedos en la boca, y lanzó un silbido estridente. Oyó unos ruidos extraños, y Jason aun se giró a tiempo para ver a unos hombres que aparentemente brotaban del vacío desierto, pero que en realidad, salían de debajo de pequeñas guaridas de madera, cubiertas con arena para disimular el escondrijo. Había hombres con escudos, broqueles y mazas, y Jason maldijo su estupidez al haberse reunido con Edipon en el lugar escogido por el otro. Alzó la maza, y se volvió de nuevo hacia el viejo, pero éste ya se había alejado, buscando el refugio de la roca. Jason gritó lleno de rabia, y corrió hacia el hombre más próximo, que estaba todavía a mitad de camino entre él y el lugar que aquél había ocupado como escondite. El hombre no pudo impedir que el golpe de Jason cayera sobre la parte superior del escudo, y le tirase al suelo. Jason continuó corriendo, pero otro se cruzó en su camino. No veía el modo de burlarle, y por tanto decidió lanzarse contra aquel a toda velocidad, produciendo un tintineo constante, los colmillos y cuernos pendientes de sus vestimentas. El hombre se derrumbó ante el ataque de Jason, que al mismo tiempo le partió el escudo con la maza, y aún le hubiera ocasionado mayores daños, si no hubieran llegado los otros hombres y se hubiera tenido que enfrentar a ellos.

La batalla fue breve y endiablada, con Jason dando un poco más de lo que recibió. Dos de los atacantes, estaban fuera de combate, y un tercero no se quitaba las manos de su cabeza abierta cuando la razón del número, dio con Jason en el suelo. Llamó desesperadamente a sus esclavos, solicitando ayuda, y les maldijo con todas sus fuerzas. al ver que ni se inmutaban y continuaban sentados, mientras le ataban las manos con cuerdas, y le despojaron de todas sus armas. Uno de los vencedores, hizo señas con las manos a los esclavos, quienes dócilmente se internaron en el desierto.