Jason fue arrastrado, chillando de rabia, en la misma dirección.
Había una abertura amplia en el muro, que permitía ver una gran parte del desierto; y en cuanto Jason la hubo traspuesto, su rabia desapareció instantáneamente. Éste era uno de los caroj de que le había hablado Ijale; no cabía la menor duda. Ahora comprendía porque, a los ojos ineducados de la muchacha, había duda en si aquella cosa era un animal o no. El vehículo era de unos diez metros de largo, y su forma recordaba a la de un barco. Llevaba en uno de los extremos una cabeza grande, y evidentemente falsa, cubierta con pieles, y en la que los dientes tallados y pintados, y unos resplandecientes ojos de cristal. Estaba cubierto con las más variadas cosas, y de él pendían unas patas que de ningún modo daban la sensación de realidad. Todo aquel camuflaje y revestimiento, no hubiera conseguido engañar a un niño de seis años civilizado. Aquella especie de disfraz podía ser suficiente para engañar a los ignorantes esclavos, pero aquel mismo niño civilizado se hubiera dado cuenta inmediatamente de que era un vehículo, y sobre todo en cuanto hubiera visto las seis ruedas grandes que ocupaban la parte inferior. Estaban mal terminadas, y habían sido hechas con una sustancia de aspecto elástico. Todavía no sabía el tipo de tracción que emplearían, pero Jason quedó verdaderamente sorprendido al llegar hasta él el olor de fuel quemado. Este mecanismo de raro aspecto tenía alguna fuente de poder artificial, que podría ser el producto de una revolucionaria industrial local, o bien proporcionado por negociantes de otros mundos. Cualquiera de las posibilidades le ofrecía la probabilidad eventual de escapar de aquel planeta sin nombre.
Los esclavos, algunos de los cuales temblaban de temor ante lo desconocido, fueron metidos a empujones y con destemplanza en el caroj. Cuatro de los sabuesos que habían rendido a sumisión y amarrado a Jason, le arrastraron nuevamente y le metieron en la plataforma, donde permaneció tranquilamente examinando con detenimiento cuanto se podía ver en aquel vehículo mecánico del desierto. Un poste se proyectaba en la parte delantera de la plataforma, y uno de los hombres no se separaba de lo que sin duda era la palanca de gobierno, el timón. Si este monolítico aparato se maniobraba con las ruedas delanteras, tenía que tener la tracción en las de atrás, y Jason se fue arrastrando hacia aquel lugar. Una cabina, de la anchura de la plataforma, sin ventanas y con una sola puerta en la que se podía apreciar toda clase de cerraduras y candados. Sin lugar a dudas era la habitación donde se hallaba el motor, cuyos humos tiznaban de negro el metal que se alzaba sobre el techo de la cabina.
— Nos vamos — anunció Edipon, haciendo desmesurados gestos con los brazos en el aire —. Alzad el puente de entrada. Narsisi, estate atento para indicar la ruta al caroj. Y ahora…, rezad todos mientras yo voy al altar para inducir a los sagrados poderes a que nos lleven hacia Puti’ko. — Se fue hacia la cabina, y se detuvo para preguntar a uno de los hombres armados —: Erebo, perezoso hijo de perra, ¿te acordaste de llenar esta vez las calderas de los dioses para cuando tengan sed?
— Sí, las llené, las llené — masculló Erebo, mientras masticaba un krenoj.
Una vez efectuadas las preparaciones, Edipon entró en la habitación. Se produjeron abundantes ruidos antes de que lo hiciera, a causa de los cerrojos, pestillos y candados que hubo que abrir. Al cabo de unos minutos una nube negra, de humo grasiento fue arrastrada por el viento. Casi transcurrió una hora antes de que los sagrados poderes se decidieran a ponerse en movimiento, y anunciaron su decisión lanzando al aire chillidos y resoplidos. Cuatro de los esclavos lanzaron un grito lleno de angustia y se desvanecieron, mientras que los demás resistían aquellas escenas con rostro que hubieran mostrado mayor felicidad estando muertos.
Para Jason que ya había vivido alguna experiencia con las máquinas primitivas, la válvula de seguridad de la caldera de vapor, con sus chillidos y estridencias no constituyó ninguna sorpresa. Incluso estaba preparado, cuando el vehículo, dando una sacudida terrible, se puso en movimiento a través del desierto. A juzgar por la cantidad tan enorme de humo y de vapor que salía de aquella habitación, llegó a la conclusión de que el motor no era muy eficiente, aunque por primitivo que fuera, la verdad es que hacía avanzar el caroj a través de la arena del desierto con paso lento y seguro.
Una nueva oleada de chillidos se elevó de entre los esclavos, e incluso algunos llegaron a querer saltar de un lado a otro buscando una solución, incluso la muerte, para el nuevo tormento, por lo desconocido, que les acechaba. Los más rebeldes, fueron dejados fuera de combate, a fuerza de maza. Un d’zertanoj envuelto en ropas, se abría paso a través de las filas de cautivos, obligándoles a tragar una pequeña cantidad de líquido oscuro. Algunos de ellos perdieron el conocimiento, o quizás estaban muertos, aunque las posibilidades eran mayores de que simplemente estuvieran inconscientes, puesto que no había razón para que sus cautivadores les mataran, después de haberse visto en tales penalidades y trabajos para meterlos allí. Éste era el parecer de Jason, pero los aterrados esclavos no poseían el solaz de su filosofía, de modo que se debatían, creyendo que estaban luchando en defensa de sus propias vidas.
Cuando le llegó el turno a Jason, no se sometió tan fácilmente aún a pesar de sus creencias, y todavía consiguió morder con rabia furibunda algunos dedos, y propinarle a un hombre una patada en el estómago antes de que se sentaran sobre él, le sujetaran todo el cuerpo, taparan las narices, y le obligaran con ello a tragar una buena ración del líquido ardiente. Le dio la impresión que le quemaba las entrañas, y todavía se debatió por ponerse en pie, pero esto fue lo último que pudo recordar.
Capítulo VII
— Bebe un poco más de esto — le decía una voz, mientras el agua fría resbalaba por entre la comisura de sus labios, y una pequeña cantidad llegaba a atravesar la garganta haciéndole toser. Algo le estaba oprimiendo la espalda, y las muñecas le dolían terriblemente. La memoria de los hechos volvió hasta él pausadamente… la lucha, la captura, y la pócima que le habían obligado a beber. Cuando abrió los ojos, vio una luz amarillenta, titubeante, frente a él, colgada de una cadena, que momentáneamente le hirió los ojos. Intentó reunir las energías suficientes para sentarse. Había, frente a la luz, un rostro que le era familiar, y Jason parpadeó unos instantes, antes de susurrar entrecortadamente.
— ¿Eres tú, Mikah? ¿o formas parte de una pesadilla?
— No es posible escapar a la justicia, Jason. Sí, soy yo, y tengo que formularte algunas preguntas muy graves.
Jason volvió a susurrar.
— Sí, no me cabe la menor duda de que eres real. Ni aun en una pesadilla se me hubiera ocurrido que contestaras en estos términos. Pero antes de que me hagas tales preguntas, ¿querrías explicarme una o dos cosas del lugar donde nos encontramos? Tendrías que saber algo, puesto que has sido esclavo de los d’zertanoj durante más tiempo que yo.
Mientras hablaba Jason se dio cuenta de que el dolor de las muñecas se lo proporcionaban unas argollas de hierro que las tenían apresadas. Las argollas a su vez estaban unidas a fuertes cadenas, y éstas al poste de madera sobre el que estaba descansando la cabeza.
— ¿Por qué estas cadenas? ¿qué tal es la hospitalidad de estas gentes?
Mikah se resistió a la invitación que le hacían de compartir ciertas informaciones que en aquel momento podían ser vitales, y por el contrario volvió a su irresistible tópico.
— Cuando te vi la última vez eras un esclavo de Ch’aka, y esta noche te trajeron con los otros esclavos de Ch’aka, y encadenado a un poste, mientras estabas inconsciente. Había un lugar vacío junto al mío, y les dije que yo me cuidaría de ti, si te dejaban a mi lado, y ellos accedieron, pero ahora hay algo que quiero saber. Antes de que te desnudaran vi que llevabas la armadura y el caparazón de Ch’aka. ¿Donde está él? ¿qué le ocurrió?