— Yo soy Ch’aka — murmuró Jason, al tiempo que la sequedad que tenía en la garganta le hizo toser. Bebió un trago abundante de agua de la vasija —. Pareces muy vindicativo, Mikah, viejo hipócrita. ¿Ya has olvidado aquello de poner la otra mejilla? No me digas que llegaste a odiar a aquel hombre porque te golpeó la cabeza, te fracturó el cráneo y te vendió como a un esclavo infecto. En el caso de que hayas sentido resquemor por aquella injusticia, te aseguro que ya puedes alegrarte, porque el demonio de Ch’aka ya no existe. Está enterrado en la inmensidad del desierto, y después de despojarle de todos sus atavíos, ocupé su puesto.
— ¿Le mataste?
— Pues…, en una palabra: sí. Y no creas que fue muy fácil, pues él tenía todas las ventajas de su parte, y yo no poseía más que mi nativa ingenuidad, que afortunadamente fue suficiente. Me costó bastante trabajo, porque cuando intenté asesinarle mientras dormía…
— Intentaste…, ¿qué?
— Acercarme a él por la noche. No creerás que nadie que estuviera en su sano juicio, se atrevería a enfrentarse a un monstruo semejante cara a cara, ¿no? Aunque al fin y al cabo así fue, puesto que estaba rodeado de trampas y trucos que le permitían cerciorarse de si alguien se acercaba por la noche. En resumidas cuentas luchamos, gané, me convertí en Ch’aka, aunque mi reinado no fue ni muy largo ni muy noble. Anduve buscándote por todo el desierto, hasta que caí entre las garras de ese viejo pajarraco que se llama Edipon. Y ésa ha sido mi vida desde que nos separamos. Ahora cuéntame la tuya… dónde estamos… cómo van las cosas por aquí…
— ¡Asesino! ¡Esclavizador! — Mikah retrocedió cuanto le permitía la longitud de la cadena, y señaló con un dedo acusador a Jason —. ¡Dos cargos más a añadir a tu innumerable lista de infamias! Me repugna pensar que llegué a sentir simpatía por ti, y que me hubiera gustado ayudarte. Seguiré ayudándote, pero con el fin exclusivo de mantenerte en vida, para poder llevarte a Cassylia y ser sometido a juicio y penalización.
— Me gusta este ejemplo de nobleza e imparcialidad… juicio y penalización. — Jason volvió a toser y vació el contenido de la vasija —. ¿No oíste decir nunca que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestra su culpabilidad? Es uno de los sillares sobre el que se asienta toda la jurisprudencia. ¿Y cómo podrías justificar el llevarme a Cassylia por actos que ocurrieron en este planeta, actos que aquí no son crímenes? Eso es como sacar a un caníbal de su tribu, y ejecutarle por antropofagia.
— ¿Qué habría de malo en ello? El comer carne humana es un crimen tan horrendo que no me atrevo ni a imaginarlo. Desde luego un hombre que corneta tales acciones debe ser ejecutado.
— Estoy de acuerdo en que si se esconde detrás de la puerta de tu casa y se come a uno de tus familiares o amigos, debes recurrir contra él, pero si se come un buen aliado de enemigo, reunido con sus compañeros de tribu, dentro de su ambiente, en su tribu, entonces no. ¿No comprendes que la conducta humana no puede ser juzgada más que en relación al medio que le rodea? La conducta es relativa. Los caníbales dentro de su sociedad son tan morales como un predicador en la tuya.
— ¡Blasfemo! ¡Un crimen es un crimen! ¡Las leyes morales que están muy por encima de cualquier sociedad humana!
— ¡Oh, no! No las hay. Ese es el punto justo donde tu moralidad medieval se viene abajo: Todas las leyes e ideas son históricas y relativas, pero no absolutas. Caminan perfectamente ligadas al tiempo y al lugar: separadas de su contexto pierden toda su importancia. Dentro del contexto de esta asquerosa sociedad, actué de la forma más discreta y más honesta. Procuré asesinar a mi amo, hecho ambicioso que es el único medio por el que un mucha puede tirar adelante en este perro mundo, y que sin lugar a dudas fue el medio que empleó Ch’aka para llegar al puesto que ocupaba. El asesinato no servía de nada, pero el combate sí, y los resultados fueron los mismos. Una vez en el poder, procuré atender lo mejor que pude a mis esclavos, aunque naturalmente no me lo apreciaron, puesto que no quieren ningún cuidado. Sólo querían mi puesto, porque resulta ser la ley de la tierra. Lo único que hice mal fue el no limitarme a mis obligaciones como dueño y señor de esclavos y no haberlos tenido andando arriba y abajo por las playas, durante toda su vida. En lugar de eso, vine hasta aquí para buscarte, y caí en la trampa y fui reducido a la esclavitud, de la que no sé si saldré por haber sido tan estúpido.
La puerta se abrió de pronto, y una luz tenue entró en el edificio sin ventanas.
— ¡De pie, esclavos! — gritó un d’zertanoj bajo el umbral de la puerta.
Se elevó un coro de murmullos y susurros en el momento en que los hombres se ponían en pie. Jason pudo comprobar que él no era más que uno de los veinte esclavos, que estaban maniatados al tronco de lo que seguramente había sido un árbol de respetables dimensiones. El hombre encadenado en el extremo totalmente opuesto, parecía ser el jefe del grupo, puesto que insultaba y gritaba conminando a los otros a ponerse en pie. Cuando por fin, todos se habían reincorporado, comenzó a gritar dando órdenes en un tono hectoriano.
— Vamos, vamos. Cuanto antes vayamos, mejor comida tendremos. Y no olvidéis las escudillas. Y a ver si hoy conseguirnos trabajar todos a una, cada uno cargando con el peso que le corresponda, de otro modo estamos perdidos. No olvidéis las escudillas, y que no se os caigan. Recordad que no comeréis ni beberéis nada sí no las lleváis con vosotros. Vamos, que cada cual cargue con el peso que le corresponda. Lo digo para todos, y en especial para los nuevos. Vamos a darles un día de trabajo y nos darán un día de comida…
— ¡Bueno, ya basta, cierra el pico! — gritó alguien.
— …y no os podréis quejar — continuaba el hombre imperturbable —. Venga, todos a la vez… uno… inclinaros y coger el tronco con todas vuestras fuerzas…, dos…, levantarlo del suelo, así, y… tres…, de pie, y en marcha.
Avanzaron hacia la luz del exterior, y el viento frío del amanecer atravesó las vestiduras pyrranas y los otros harapos de cuero de Ch’aka que le habían permitido conservar a Jason. Sus captores le habían quitado los colmillos y otros objetos que podían ser utilizados como armas, pero no se habían preocupado por la vestimenta, de manera que no llegaron a ver sus botas.
A Jason le hubiera gustado poder mostrarse agradecido a los dioses por aquellas prerrogativas, pero no hacía más que temblar. Tarde o temprano la situación tendría que cambiar, pues consideraba que ya había desempeñado durante bastante tiempo el papel de esclavo en aquel planeta retrógrado, y su misión era de mayores empresas.
Guardando un orden perfecto, los esclavos dejaron caer el tronco al lado de un muro, y se sentaron sobre él. Extendiendo la mano que sujetaba las escudillas, como desgraciados penitentes aceptaron unos cazos de sopa que les suministraban otro esclavo que arrastraba una enorme marmita con ruedas: él también estaba encadenado a la marmita. El apetito de Jason desapareció cuando probó aquel mejunje. Era sopa de krenoj, y aquel tubérculo del desierto aún le sabía peor — si era posible — servido y condimentado de aquella manera. Pero sobrevivir era aun más importante que tener que fastidiarse de aquella manera, de modo que decidió engullir su ración.
Cuando terminaron el desayuno, se pusieron nuevamente en marcha, hasta llegar a un lugar donde Jason se sintió realmente perplejo. En el centro de un cercado había un enorme cabestrante, en el que un grupo de esclavos estaba poniendo un extremo del tronco al que se hallaban atados. El grupo de Jason, y otros dos, ocuparon sus puestos, formando una rueda de cuatro puntas sobre el cabestrante. Un vigilante gritaba a los esclavos mientras éstos dejaban caer su peso sobre los troncos, hasta que consiguieron poner el tronco en movimiento y comenzaron a dar vueltas; el movimiento era muy lento, pero la rueda no cesaba de avanzar.