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Cuando toda la cadena de trabajo estuvo en movimiento, Jason fijó su atención en el mecanismo que estaban impulsando. Una columna vertical que sobresalía del cabestrante, ponía en movimiento una rueda, de la que salían toda una serie de correas de cuero, que se movían sin cesar. Algunas de ellas desaparecían entre agujeros de las enormes piedras, mientras que el conjunto de todos ellos hacía voltear un brazo de piedra, que no podía ser más que el contrapeso de una bomba. Todo aquello no daba la impresión más que de ser un medio ineficaz de bombear agua, puesto que sin duda habría algunos lagos subterráneos en los alrededores. Pero el olor que inundaba aquellas proximidades, le era familiar en extremo, y Jason había llegado a la conclusión de que no podía ser el agua el objeto de sus trabajos, cuando un gorgoteo salió de la bomba, que al cabo de unos momentos escupía una corriente espesa y negra.

— ¡Petróleo! ¡Naturalmente! — gritó incontenible Jason —. Cuando el vigilante le lanzó una mirada amenazadora, e hizo restallar el látigo, volvió a concentrar su atención en el esfuerzo que debla aprontar a la rueda.

Este era el secreto de los d’zertanoj y la fuente de su poderío. Se podían ver colinas amuralladas en los alrededores, y montañas, pero los esclavos capturados, no llegarían nunca, o en contadas ocasiones a saber la dirección por la que habían venido a este lugar escondido, o cuánto tiempo había durado el viaje. En este valle bien protegido, los esclavos trabajaban para obtener el refinado líquido que sus amos emplearían para como fuerza de empuje de sus carromatos del desierto. ¿Pero utilizaban el petróleo sin refinar para esto? El petróleo borboteaba de una forma constante, y a través de pequeñas canalizaciones. ¿Qué procedimientos, y hasta qué grado de adelanto habría en todo aquello? Una recia chimenea coronaba el edificio escupiendo nubes de humo negro, mientras que a través de algunos agujeros del muro, salían ruidos tremendos, intensísimos, que amenazaban con levantarle la tapa de los sesos.

En el mismo instante en que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo en el interior del edificio, se abrió una puerta y apareció Edipon, sonándose la monstruosa nariz en un trozo de tela. La rueda continuaba dando vueltas, y cuando la rotación le aproximó a Jason, éste le llamó.

— ¡Eh! Edipon, acércate. Quiero hablar contigo. Soy Ch’aka, si es que no me reconoces sin el uniforme.

Edipon le miró inexpresivamente, y dio media vuelta rascándose la nariz. El vigilante de los esclavos se acercó a toda prisa con el látigo levantado, mientras que la lenta rotación de la rueda, iba alejando a Jason. Volvió la cabeza por encima del hombro para gritar:

— ¡Escúchame! Yo sé muchas cosas y te puedo ayudar.

Como única respuesta obtuvo una mirada, y el látigo estaba a punto de entrar en funciones.

Pero había llegado el momento de arriesgarse.

— Harías mejor en escucharme…, pues yo sé que cuando menos se tarda en conseguir una cosa, me… ¡Eh…!

El último grito fue involuntario y el látigo descargó su furia.

Las palabras de Jason no tenían significado alguno para los demás esclavos, ni para el vigilante, que de nuevo levantaba el látigo dispuesto a dejarlo sentir otra vez, pero sin embargo, en Edipon produjeron un impacto tan dramático como si hubiese caminado descalzo sobre carbón incandescente. Se detuvo, giró sobre sí, y aún a pesar de la distancia que les separaba, Jason, pudo apreciar el cambio de color que se había producido en su rostro instantáneamente.

— ¡Parad la rueda! — gritó Edipon.

Esta orden inesperada, llamó la atención de todos. El vigilante contuvo el impulso de su látigo, mientras los esclavos se iban deteniendo unos tras otros, y la rueda lanzaba los últimos chirridos antes de detenerse. Sobre el repentino silencio que se hizo, sonaban los pasos firmes de Edipon que se acercaba a Jason, hasta quedar a un paso de distancia, con la boca entreabierta y los dientes oprimidos unos contra otros como si se dispusiera a morder.

— ¿Qué es lo que has dicho? — arrastró las palabras entre dientes mientras en su mano aparecía un cuchillo.

Jason sonrió, mostrando y actuando con más calma de la que sentía en realidad. De todos modos, sabía que tenía que tener mucho tacto si no quería que el cuchillo de Edipon quedara hundido en su estómago.

— Ya lo oíste, y no creo que quieras que lo repita ante tantos extraños. Sé lo que está ocurriendo aquí, porque procedo de un lugar muy lejano donde hacemos toda esta clase de cosas de un modo constante. Te puedo ayudar. Te puedo enseñar el medio de obtener mejores rendimientos, y cómo hacer que tus caroj funcionen mejor. Ponme a prueba. Basta con que me quites estas cadenas y vayamos a un lugar privado donde podamos charlar durante un rato.

Lo que Edipon estaba pensando era evidente. Se mordió los labios y miró a Jason fijamente. Jason correspondió a aquella mirada con una sonrisa llena de inocencia, y tamborileó con los dedos sobre el tronco, marcando el tiempo de espera y decisión de su aprehensor.

Pero a pesar del enorme frío reinante, tuvo la sensación de que el sudor corría por su espalda. En aquellos momentos se estaba jugando una carta muy importante que sólo el grado de inteligencia de Edipon podía decidir. No obstante la idea de Jason era que Edipon contaba con la ventaja de poder hacer callar para siempre a cualquier esclavo, que aparentara conocer demasiadas cosas de su secreto, pero que por esa misma razón, no le importaría hacerle antes de nada unas cuantas preguntas.

Como esperaba, ganó la curiosidad, y el cuchillo volvió a su funda, mientras Jason lanzaba un irreprimible suspiro de alivio. Habían sido unos momentos de una excitación insospechada aun para un jugador profesional.

— Soltadle y traédmelo — ordenó Edipon, dando media vuelta y alejándose presa de agitación. Los otros esclavos contemplaban la escena con los ojos de par en par, y su admiración creció cuando vieron que Jason era liberado de sus cadenas.

— ¿Pero qué estás haciendo? — preguntó Mikah.

Uno de los guardianes le dio con la mano de revés, y lo tiró al suelo. Jason se limitó a sonreír, y llevarse una de las manos libres a la boca en señal de silencio, antes de que le obligaran a salir de allí. Estaba libre de cadenas, y continuaría estándolo, si conseguía convencer a Edipon de que podría serle mucho más útil en otros trabajos que requirieran mayor y mejor capacidad.

La habitación a donde le condujeron, estaba provista de las primeras muestras de decoración que había visto en aquel planeta, aunque rudas. El mobiliario había sido construido con cierto esmero, y había una cubierta de tejido sobre la cama. Edipon estaba de pie, al otro lado de la mesa, golpeando ligeramente los nudillos sobre la oscura superficie pulida, dando con ello muestra de su incontenible nerviosismo.

— ¡Atadle! — ordenó a los guardias. Y Jason fue nuevamente amarrado a unas anillas que se proyectaban del muro. Tan pronto como los guardias salieron, Edipon se puso frente a Jason y volvió a sacar el cuchillo —. ¡Dime todo cuanto sabes o te mataré en el acto!

— Mi pasado es un libro abierto para ti, Edipon. Procedo de un lugar donde conocemos todos los secretos de la naturaleza.

— ¿Cuál es el nombre de esa tierra? ¿Eres un espía de Appsala?

— No es muy fácil que lo sea, puesto que nunca había oído pronunciar ese nombre. — Jason se mordió el labio inferior, juzgando el grado de inteligencia de Edipon, y lo sincero que podía ser con él. No era el momento oportuno para enredarse en mentiras sobre la geografía planetaria: quizá diera mejores resultados tratar de convencerle por medio de una pequeña dosis de verdad.