— Si te dijera que procedo de otro planeta, de otro mundo colgado del cielo, entre otras estrellas, ¿me creerías?
— Tal vez. Hay muchas leyendas antiguas, que dicen que nuestros antepasados, vinieron de un mundo escondido en el cielo, pero yo siempre lo interpreté como una cháchara religiosa, propia tan sólo para mujeres.
— Pues en este caso son las chicas las que tienen razón. A vuestro planeta llegaron hombres, cuyas naves cruzaron el vacío del espacio, del mismo modo que vuestros caroj cruzan el desierto. Vuestro pueblo ha olvidado todo eso, y han perdido la ciencia y los conocimientos que tuvieron en otros tiempos, pero en otros mundos, los adelantos y el saber continúan.
— ¡Tonterías!
— ¡Qué va! ¡No son tonterías! Es la ciencia, aunque en muchas ocasiones se haya confundido una cosa con otra. Pero te lo demostraré. Sabes que nunca hubiera podido entrar en tu misterioso edificio, y me imagino que no dudarás de que nadie me ha podido contar sus secretos. Y sin embargo, me apuesto lo que quieras a que te puedo describir con todo detalle lo que ocurre allí adentro, pero… no viendo la maquinaria, no, sino sabiendo lo que hay que hacer con el petróleo bruto, para poder obtener los productos que necesitáis. ¿Quieres oírme?
— Adelante — dijo Edipon, sentándose en un extremo de la mesa.
— Yo no sé cómo le llamaréis aquí al objeto ése, pero al fin y al cabo no es más que un aparato que se usa para llevar a cabo una destilación fraccionada. Vuestro petróleo crudo va a parar a una especie de tanque, y de allí lo conducís por medio de cañerías hasta una retorta, que es una vasija grande que cerráis herméticamente. Una vez cerrada, le aplicáis fuego por debajo, tratando de poner todo el petróleo a una misma temperatura. Se producen unos gases, y por medio de una nueva cañería los lleváis a un condensador, que probablemente no será más que otra cañería sobre la que cae un chorro de agua fría. Entonces colocáis un recipiente en el extremo opuesto de la cañería, donde cae el jugo que quemáis en vuestros caroj para hacerlos andar.
Los ojos de Edipon se habían ido abriendo de par en par a medida que Jason avanzaba en sus explicaciones, hasta que pareció que iban a salirle sus órbitas.
— ¡Demonios! — dio un respingo y se acercó con paso rápido a Jason, manteniendo en la mano el cuchillo —. ¡No es posible que lo hayas visto funcionar nunca! ¡Sólo mi familia lo ha visto, y nadie más! ¡Estoy seguro!
— Tranquilízate, Edipon. Ya te he dicho que en mi mundo hemos estado haciendo eso durante muchos años — apoyó todo el peso de su cuerpo sobre un pie, aprestándose a proporcionarle una patada al cuchillo en el caso de que Edipon no llegara a saber controlar sus nervios —. Como comprenderás, no he venido aquí para apoderarme de vuestros secretos, puesto que no lo son para nosotros. Aun sin verlo, estoy seguro de que podría llevar a cabo algunas mejoras importantes en el funcionamiento de vuestro artefacto. ¿Cómo controláis la temperatura de la caldera en ebullición? ¿Tenéis termómetros?
— ¿Qué son termómetros? — preguntó Edipon, olvidando el cuchillo por el momento y dejándose llevar por el disfrute de la discusión técnica.
— Esto ya me lo pensaba. Ya veo que vuestro estimado producto va a mejorar de un modo considerable en calidad si tenéis a alguien aquí que sepa hacer un tubo de vidrio. Aunque quizá fuera más fácil equipar una banda de doble metal. Estáis intentando evaporar y obtener fracciones, y hasta que no consigáis tener una temperatura constante y controlada, nunca obtendréis una separación correcta de productos. Lo que necesitáis para vuestros motores son las fracciones más volátiles, los líquidos que se evaporan primero, como la gasolina y el benceno. Después eleváis la temperatura y obtendréis el keroseno, que os servirá para la iluminación, y así sucesivamente en línea decreciente de calidades hasta que no quede más que una masa de alquitrán que os pueda ser útil para pavimentar las carreteras. ¿Qué te parece todo esto?
Edipon intentaba por todos los medios mantenerse en calma, aunque un músculo de la mejilla, tembloroso, le traicionaba.
— Todo cuanto has dicho es la verdad, aunque en pequeñas cosas no hayas sido muy preciso. Pero en realidad no me siento muy interesado por vuestro termómetro, ni en mejorar la calidad de nuestra agua de poder. Ha sido lo suficientemente buena para mi familia durante muchas generaciones, y lo es también para mí.
— ¿Y crees que eso es muy original por tu parte? ¿Crees que haces bien en mantenerte en una línea de conservadurismo, pudiendo mejorar la situación actual?
— Pero también hay algo que podrías hacer y que te proporcionaría buenas recompensas — continuó Edipon —. Sabemos ser generosos cuando es necesario. Tú has visto nuestro caroj, e incluso has viajado en uno de ellos, y también has visto cómo me he metido en el altar sagrado para interceder cerca de los sagrados poderes para que nos pusieran en movimiento. ¿Me podrías decir cuáles son los poderes que mueven al caroj?
— Espero que éste sea mi examen final, Edipon. Dejando de un lado lo que llamas los «altares» y los «sagrados poderes», creo que lo que vas a hacer dentro de la habitación tiene muy poco que ver con las plegarias. Debe haber varios métodos para poner en movimiento estos vehículos, pero… pensemos en el más simple. Lo que me preguntas es difícil, de modo que si fallo en algo no seré merecedor de castigo. Primero está la combustión interna. Dudo que poseáis técnica suficiente al respecto, pero el hecho de que tuvierais tanto trabajo con los tanques de agua, y que casi os costó una hora en poneros en movimiento, demuestra que en todo esto está implicado el vapor… ¡la válvula de seguridad! ¡Lo había olvidado! Eso es, el vapor. Entras, cierras la puerta, naturalmente, y luego abres un par de válvulas hasta que el fuel cae en la caldera de fuego y entonces tú la enciendes. Quizá tengas un medidor de presión, o quizás esperas hasta, que la válvula de seguridad te indique que has llegado al nivel preciso de vapor. Y eso puede ser muy peligroso, puesto que si la válvula se estropea va a estallar la caldera, y todo el artefacto va a subir por encima de las nubes. Una vez tienes el vapor, abres una válvula para dejar que aquél vaya a los cilindros, y entonces todo entra en movimiento. Después no hay más que disfrutar del viaje, estando seguro, naturalmente, de que el nivel del agua en la caldera es correcto, de que la presión está alta, de que el fuego es lo bastante fuerte y de que todos los ejes están bien lubrificados, en cuanto al resto…
Jason vio con sorpresa cómo Edipon se movía como fiera enjaulada alrededor de la habitación, alzando la ropa por encima de las huesudas rodillas. Llevado por el nerviosismo, dejó el cuchillo encima de la mesa, se acercó a grandes zancadas a Jason, lo cogió por los hombros y lo sacudió con violencia.
— ¿Sabes lo que has hecho? — le preguntó con gran, excitación —. ¿Sabes lo que has dicho?
— Desde luego. ¿Significa ello que he terminado el examen con éxito y que me vas a hacer caso? ¿Tenía razón?
— Yo no sé si tienes razón o no. Nunca he visto el interior de una de esas endiabladas cajas de Appsala. — Volvió a danzar alrededor de la habitación —. Sabes más de sus… cómo le llamaste? motores, que yo. Me he pasado la vida maldiciendo al pueblo de Appsala por no revelarnos su secreto. ¡Pero tú nos lo revelarás! Construiremos nuestros propios motores, y si quieren agua de poder, ¡la tendrán que pagar muy cara!
— ¿Le importaría explicarse un poco mejor? — intervino Jason —. En todo mi vida había oído nada tan confuso.
— Yo te enseñaré, hombre de un mundo lejano, y tú nos revelarás los secretos de Appsala. Estoy viendo llegar el amanecer de un nuevo día para Puti’ko.