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— De acuerdo. Ya puedes empezar.

— Un momento, jefe. Aún tiene que aprender unas cuantas cosas acerca de la mano de obra alquilada. Siempre hay ciertas condiciones de trabajos y acuerdos estipulados entre ambas partes, los cuales me gustaría enumerarle ahora mismo.

Capítulo VIII

— Lo que no comprendo es para qué quieres al otro esclavo — dijo Narsisi —. Que quieras tener a la mujer, me parece natural, así como que tengas tu propia habitación. Mi padre ha dado su consentimiento. Pero también dijo que yo y mis hermanos estamos para ayudarte, y que los secretos de los motores no tienen que ser revelados a nadie más.

— Pues entonces ve corriendo al lado de tu padre y obtén el permiso para que el esclavo Mikah se una a mi en el trabajo. Le puedes decir que procede del mismo mundo que yo, y que vuestros secretos no son más que un juego de niños para él. Y si tu padre aún quiere más explicaciones, dile que lo que necesito es una ayuda eficaz e inteligente y avezada, alguien que sepa manejar las herramientas de trabajo y en quien se pueda confiar para seguir con entera exactitud las directrices de trabajo fijadas. Tú y tus hermanos tenéis unas ideas muy personales respecto al modo de hacer las cosas, y una tendencia muy arraigada a abandonar los detalles a la voluntad de los dioses, al mismo tiempo que no dudáis en emplear la maza sobre las cosas que no funcionan como querríais.

Narsisi se retiró hablando y murmurando para sí mismo, mientras Jason se inclinaba ante la caldera de aceite, planificando el próximo paso.

Se había pasado la mayor parte del día derribando y preparando troncos sobre los que debería rodar la máquina hasta llevarla al valle arenoso lejos del centro de la población; se necesitaba un espacio abierto para realizar los experimentos en los que el mínimo error podía ser suficiente para desatar una nube de gas mortal.

El mismo Edipon había comprendido, por fin, la necesidad y el buen sentido de estas prevenciones, aunque todo su empeño había sido siempre llevar a efecto todas las pruebas y experimentos en el mayor de los secretos, a puerta cerrada. Otorgó al fin su asentimiento y permiso con la condición de que tal como se le había propuesto se alzaran unos muros de pieles alrededor del aparato, formando un cercado que podía muy bien ser vigilado y custodiado. Al mismo tiempo, y como valor incidental, el cercado de pieles actuaría de protección, muy apreciada, contra el viento.

No antes de una buena cantidad de discusiones las rutilantes cadenas y grilletes que rodeaban los brazos de Jason desaparecieron, siendo sustituida toda la impedimenta por ligeras argollas de hierro sobradamente bien sujetas a las piernas. Se veía obligado a arrastrar los pies cuando caminaba, pero tenía los brazos completamente libres, y esto significaba una ventaja muy notable, aun teniendo en cuenta que siempre había uno de los hermanos que, arco en ristre, le vigilaba constantemente por si se le ocurría cometer la osadía de inclinarse para tratar de desembarazarse de aquellos lazos que, al fin y al cabo, eran los que le unían al pueblo que le tenía apresado.

Pero antes de poner manos a la obra tenía que procurarse algunas herramientas y cerciorarse de los conocimientos técnicos de aquellas gentes, lo cual siempre sería tener que entablar una batalla más contra su tradicional mutismo respecto a sus preciosos secretos.

— Vamos — le dijo a uno de los guardias —, tenemos que encontrar a Edipon para proporcionarle a la úlcera que ha hecho de sus secretos un nuevo tormento.

Una vez tranquilizados y serenos los primeros síntomas de entusiasmo, el líder de los d’zertanoj empezaba a sentir escaso placer en la realización de su nuevo proyecto.

— Tienes tu habitación propia — le decía a Jason, malhumorado —, una mujer esclava que te hace la comida, y acabo de dar las órdenes y el permiso necesario para que vaya otro esclavo a ayudarte. Ahora ya me estás pidiendo otra cosa… ¿Es que me quieres sacar hasta la última gota de sangre de mi cuerpo?

— ¡No dramaticemos tanto! Yo quiero pura y exclusivamente las herramientas que me permitan una continuidad en el trabajo y echar una ojeada a los talleres mecánicos. Bien tengo que tener una idea del modo que tu pueblo resuelve los problemas mecánicos antes de que me ponga la trabajar sobre esa caja de trucos y trampas en el desierto.

— La entrada está prohibida.

— Creo que en todas las cosas debe guiarnos la razón y el buen sentido, y creo que sería muy conveniente que no nos dejáramos llevar por tradicionalismos, sino por la forma de obtener los mejores resultados. Por otra parte, me parece que con esto que pido, que considero esencial, tengo todos los medios para llegar a resultados positivos. ¿Quieres ir delante, por favor?

Los guardias mostraron, o no pudieron impedir el mostrar cierto recelo, al abrir las puertas del edificio de la refinería a Jason, y hubo intercambios de miradas preocupadas entre un tintineo de llaves. Un grupo de viejos d’zertanoj apestando a humos de aceite, salió del interior para reunirse con los recién llegados, empezando a discutir acaloradamente con Edipon. cuya opinión prevaleció al fin. Nuevamente encadenado, y escoltado como un criminal, Jason fue, aunque a regañadientes, dejado entrar en el oscuro interior, que presentaba un aspecto deprimente e insano.

«No podía ser más primitivo», dijo para sí Jason. El trabajo era duro, y los productos obtenidos, las herramientas, como si procediesen de una especie de máquina neolítica. En cuanto a los útiles de trabajo que constituían la preparación del fuel, estaban formados por retortas de destilación, que habían sido laboriosamente formadas por hojas de cobre, y rudamente ribeteadas unas con las otras. El líquido se salía por todas las juntas, al igual que los codos de las cañerías. La mayoría de las herramientas eran tenazas y martillos de herrero, que tenían que dar forma a las chapas sobre un yunque. Lo que sobresaltó el corazón de Jason fue la presa y el torno de donde salían las cadenas y cinturones para los esclavos. Tampoco consideró detestable el procedimiento de fabricación de tuercas y tornillos cuya misión era asegurar las ruedas de los caroj a sus ejes.

Podía haber sido peor. Jason escogió unas cuantas herramientas y las puso a un lado, destinándolas a su uso particular a partir de la mañana siguiente. La luz empezaba a dejar paso a las tinieblas de la noche, por lo cual el trabajo había terminado por aquel día.

Salieron de aquel lugar, constituyendo una procesión armada, igual que habían venido, y dos guardias le mostraron una especie de perrera, que a partir de aquel momento sería su habitación privada y particular. Una cerradura pesada cayó tras él al cerrarse la puerta, y se vio obligado a parpadear y fruncir los párpados repetidas veces a causa del humo denso que producía el keroseno, y a través del cual, la luz de la única lámpara que había en la habitación apenas penetraba.

Ijale estaba arrodillada ante una pequeña estufa de aceite cociendo algo en una vasija. Alzó el rostro, sonrió indecisa a Jason, y después volvió el rostro rápidamente hacia la estufa. Jason se acercó lentamente, husmeó repetidas veces, y se estremeció.

— ¡Vaya un festín! Sopa de krenoj, y para después, estoy seguro de que habrá krenoj fresco y ensalada de krenoj. Para mañana veremos a ver si podemos introducir alguna pequeña modificación en la dieta.

— Ch’aka es grande — murmuró ella sin mirarle al rostro —. Ch’aka es poderoso…

— Mi nombre es Jason. Perdí el empleo de Ch’aka cuando me quitaron el uniforme.