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— Jason es poderoso para conseguir atraer a los d’zertanoj y hacerles hacer su voluntad. Su esclava se lo agradece.

Él puso la mano bajo la barbilla de Ijale, le miró el rostro y la ciega obediencia que se leía en sus ojos, le dejó pensativo.

— ¿Es que no podemos olvidarnos ni un momento de la esclavitud? Vivimos juntos en este asunto y saldremos juntos de él.

— Escaparemos. Ya lo sé. Mataré a todos los d’zertanoj, libertarás a todos los esclavos, y nos llevarás otra vez al lugar a donde pertenecemos, donde podemos andar de un lado a otro en busca de krenoj, y alejados de este horrible lugar.

— Ya veo que aún quedan chicas fáciles de contentar. Pues, sí, eso es poco más o menos lo que me propongo, exceptuando que cuando salgamos de aquí, nos vamos a ir en una dirección muy distinta, y lo más lejos posible del krenoj.

Ijale le escuchaba con todo interés, revolviendo al mismo tiempo la sopa con una mano, mientras que con la otra se rascaba el cuerpo metiendo la mano en el interior de sus ropajes. Jason al mirarlo, se dio cuenta de que él también se estaba rascando, y que a causa de ello llevaba la piel terriblemente llagada y enrojecida, lo cual no había podido evitar desde el primer momento que puso el pie sobre este inhospitalario planeta.

— ¡Ya estoy harto! — gritó súbitamente, acercándose a la puerta y aporreándola estrepitosamente —. Este lugar es el más incivilizado que he visto en mi vida, pero eso no es razón para que no vivamos lo más cómodamente posible —. Se oyeron algunos ruidos de cadenas y pestillos al otro lado de la habitación, hasta que al fin Narsisi asomó la cabeza.

— ¿Por qué gritas de ese modo? ¿Qué te ocurre?

— ¡Necesito agua, mucha agua!

— Pero si ya tienes agua — respondió Narsisi sorprendido y señalando un recipiente de piedra en uno de los rincones —. Ahí tienes agua suficiente para unos cuantos días.

— Para vuestras necesidades, sí muchacho, pero no para las mías. Necesito al menos diez veces más agua de la que hay ahí, y la quiero ahora. Y jabón, si es que se conoce tal cosa en este rincón de bárbaros.

Las exigencias de Jason promovieron un buen número de discusiones, pero al fin éste se salió con la suya, explicando que necesitaba el agua para realizar algunos ritos religiosos que le asegurarían el éxito en el siguiente día de trabajo. La reacción que tal argumentación produjo, no pudo ser más inmediata. Al cabo de unos minutos llegaron hasta la habitación toda una variada colección de vasijas y recipientes, y un tarro enorme lleno de jabón líquido.

— Menos mal que lo hemos conseguido — suspiró Jason —. Mira, Ijale, tengo una sorpresa para ti.

— Sí, Jason — se acercó corriendo a él, sonriéndole felizmente, y ofreciéndole los labios.

— ¡No! ¡Parece que siempre estés pensando en lo mismo! Si te llamo es para que tomes un baño. ¿Sabes lo que es un baño?

— No — repuso ella con indiferencia.

— Pues, ven aquí. Eso es, aquí — Jason le mostraba el lugar señalando con la mano un agujero que había en el suelo —. Esto nos servirá de bañera, a menos que el agua se filtre cuando la metamos ahí dentro.

Calentaron el agua en la estufa, pero Ijale aún se estremecía cuando Jason le iba echando el agua encima. Dio algunos chillidos cuando él frotaba el resbaladizo jabón sobre su pelo; pero a pesar de ello, él continuó, cerrándole la boca con una mano, para que los gritos no atrajeran la atención de los guardias; también se lavó la cabeza él mismo, y el cuero cabelludo experimentó una sensación deliciosa a causa del refrescante tratamiento. Parte del jabón le fue a los oídos, cerrando en parte los conductos auditivos, de tal manera que la primera sensación que tuvo de que la puerta estaba abierta, fue al oír los gritos con la voz de Mikah. Volvió el rostro y le vio de pie, en el umbral de la puerta, con el brazo extendido señalando en tono amenazador y mostrando en su expresión una ira incontenible. Narsisi tras él contemplaba la escena, abriendo desmesuradamente los ojos, al quedar fascinado ante aquel sobrenatural y fantástico rito religioso.

— ¡Degradación! — atronó Mikah —. Obligas a esa pobre criatura a que se incline ante tu voluntad, humillándola, haciéndola que se bañe delante de ti. — Eres un demonio, Jason, un demonio perverso, y tienes que ser arrastrado ante la justi…

— ¡Fuera! — vociferó Jason, al mismo tiempo que se acercaba a Mikah, para en cuanto le tuvo en sus manos sacarle a empujones y patadas que le recordaron sus recientes tiempos de Ch’aka —. ¡Aquí, lo único que hay perverso es tu mente, tu espíritu, especie de burro rabicorto! Le estoy dando a la muchacha la primera lavada de toda su vida, y por tanto, me tendrías que dar o premiar con una medalla por traer la sanidad a los nativos, y mira por donde, en lugar de eso te pones a chillarme de ese modo!

Dejó de empujarlos a los dos, y gritó dirigiéndose a Narsisi:

— ¡Quería a ese esclavo, pero no ahora! Tenle atado hasta mañana por la mañana y entonces me lo traes! — Cerró la puerta de golpe, y se dijo a sí mismo que debería acordarse de procurar un pestillo para colocarlo en el lado interior de la puerta.

Lavó sus ropas, cenaron y se acostaron.

Para desayunar, había otra vez krenoj, pero Jason se encontraba tan bien físicamente, que no le importó lo más mínimo. Se sentía a sí mismo limpio, y la comezón había desaparecido. Al mirar a Ijale, se dio cuenta de que la muchacha, limpia, era totalmente distinta, guapa, joven y fuerte, y de contornos maravillosos.

La ropa especial de su indumentaria Pyrrana, se había secado casi inmediatamente después de haberla lavado, lo que le permitía llevar ropa limpia. Ijale, por su parte, todavía se estaba recobrando de los efectos traumáticos del baño, pero parecía muchísimo más atractiva con la cara y manos limpias y el pelo peinado. Pensó en que tendría que encontrar algunas ropas para ella, pues sería una vergüenza arruinar el buen trabajo que había hecho dejándola que volviera a meterse entre aquellas horribles pieles mal curadas, y de las que nunca se desprendía.

Con una inmejorable sensación de bienestar, se acerco a la puerta, la abrió e irrumpió en el frío de la mañana, para dirigirse a su trabajo. Mikah ya estaba allí, esperándole con aire malhumorado, y haciendo de tanto en tanto sonar las cadenas que pendían de sus brazos. Al llegar junto a él, Jason le dedicó la más amistosa de las sonrisas, con lo que no hizo más que echar sal sobre las heridas morales del otro.

— Grilletes de hierro en las piernas para él también — ordenó Jason —. Y de prisa, hoy tenemos mucho trabajo. — Se volvió de espaldas y se frotó las manos contemplando el motor cuidadosamente cerrado que tenía que reparar.

La campana, toda la masa exterior, estaba hecha de un metal que no podía, por su condición, esconder muchos secretos. Con el mayor de los cuidados levantó parte de la pintura, hasta que encontró la junta de unión entre los extremos de la plancha metálica, pero ya no pudo encontrar ninguna marca que le revelara lo más mínimo. Después de recorrer parte de la superficie, palmo a palmo, dando pequeños golpes y con la oreja pegada al metal, Jason llegó a la conclusión de que sus suposiciones, formuladas la primera vez que examinó el artefacto, eran ciertas: una doble pared metálica rellena de un líquido venenoso que en contacto con el aire se gasifica. El más mínimo poro, significaría la muerte. Y aquel líquido no estaba allí, más que para ocultar los secretos del motor; no tenía ninguna otra función. La construcción del artefacto era cúbica, y la campana que lo cubría lo hacía solamente por cinco lados. ¿Y el sexto que era la base?

«¡Ahora sí que estás pensando, Jason!», se dijo a sí mismo para darse ánimo, arrodillándose para examinarla. Sin duda alguna, la respuesta tenía que estar en el sexto lado.

— ¡Aquí, Mikah! — llamó. Y el hombre se separó con desgana del calor de la estufa que tenían encendida, para acercarse a él —. Ponte todo lo próximo que puedas a mí, y mira, esta máquina que me recuerda a los tiempos medievales mientras hablamos. Tenemos que fingir que estamos discutiendo de trabajo. ¿Vas a cooperar conmigo?