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— No, no lo haré, Jason, tengo miedo que me manches al tocarme, como ya has hecho con otros.

— Pues tú, no vas muy limpio, que digamos.

— Sabes que no quiero decir físicamente.

— Pero yo sí. Creo que no te iría nada mal un buen baño con un buen champú. No me preocupa en absoluto el estado de tu alma; de eso ya te encargarás tú cuando te toque. Pero si trabajas conmigo yo encontraré el medio de que salgamos de aquí, y consigamos llegar a la ciudad que fabrica estos artefactos, porque si hay algún medio de poder salir de este planeta, lo encontraremos solamente en esta ciudad.

— Ya lo sé, pero tengo mis dudas.

— Pequeños sacrificios ahora, para conseguir grandes bienes más tarde. ¿El único y exclusivo propósito de este viaje, no era llevarme ante la justicia? Pues te aseguro que no lo podrás realizar si te empeñas en pudrir el resto de tu vida viviendo en plan de esclavo.

— Eres el mismísimo abogado del demonio, por la forma en que retuerces mi conciencia, pero lo que dices es verdad. Te ayudaré para que podamos escapar.

— Así me gusta. Pues ahora, al trabajo. Ve a ver a Narsisi y dile que haga traer tres como mínimo, tres troncos de buen tamaño del tipo de los que nos hacían empujar cuando estábamos encadenados.

Unos esclavos trajeron los troncos, pero los dejaron donde se alzaban los muros de pieles, puesto que Edipon no les permitía entrar, y entre Jason y Mikah tuvieron que pasar grandes penalidades para colocarlos en el lugar apetecido. Los d’zertanoj, que nunca hacían ningún trabajo físico, se divirtieron como cuando Jason les pidió que les ayudaran. En cuanto los troncos estuvieron en su sitio en punto estratégicos al lado del motor, Jason abrió unos canales en el suelo, y apuntaló el artefacto. Una vez bien seguros de que el peso no se vencería en ninguna dirección, se fueron relevando Mikah y Jason para sacar la arena de debajo, hasta que el motor quedó suspendido en el aire, sujeto solamente por los troncos. Jason se metió debajo y examinó el fondo de la máquina. Era totalmente lisa.

Una vez más, levantó la capa de pintura con el mayor de los cuidados, hasta que quedaron al descubierto los bordes. De pronto el metal sólido dejó paso a una soldadura, y la estuvo picando hasta que descubrió que aquella pieza laminada de metal había sido amarrada a los extremos.

«Vaya camanduleros estos appsalanoj», se dijo a sí mismo, poniéndose a raspar la soldadura con la hoja del cuchillo. Sacó la chapa de metal con facilidad y la tiró al suelo produciendo un ruido metálico. La superficie era suave y de un metal muy duro.

— Basta por hoy — decidió Jason saliendo del hoyo, y sacudiendo las manos una contra la otra. Casi era de noche —. Por hoy ya hemos hecho bastante, y quiero pensar un poco antes de seguir adelante. Hasta aquí, la suerte no ha dejado de estar de nuestra parte, pero tampoco creí que todo resultara tan fácil. Espero que habrás traído la maleta y tus mejores ropas contigo, Mikah, porque te vas a venir a vivir conmigo.

— ¡Jamás! Un pozo de pecado, de depravación…

Jason le miró fríamente a los ojos, y a cada palabra que le decía le pegaba con la punta del dedo en el pecho. mientras con la otra mano le indicaba la dirección de la habitación.

— Vas a venir a vivir conmigo, porque es esencial para nuestros planes. Y si dejas de hablar de mi debilidad moral, yo te aseguro que nada diré de las tuyas. Y ahora, vamos.

La intención era de vivir con Mikah Samon, pero vivir, lo que se dice vivir, resultaba poco menos que imposible. Mikah obligó a Jason y a Ijale a que se fueran al otro lado de la habitación, a que se pusieran de espaldas, y que le prometieran no mirar mientras se bañaba tras un telón de pieles. Ellos accedieron, pero Jason llevó a efecto una pequeña venganza, explicándole a Ijale chistes en voz baja que los dos reían a grandes carcajadas, con lo que Mikah llegó al convencimiento de que se estaban riendo de él. El biombo de pieles permaneció en el mismo sitio después del baño, y aún fue reforzado, para que Mikah se retirara poco después detrás para descansar.

A la mañana siguiente, bajo la mirada asustadiza y llena de temor de los guardianes, Jason forcejeó en la capa inferior del motor. Había estado pensando en ello durante gran parte de la noche, y puso sus teorías en práctica al momento. Apretando con todas sus fuerzas con la punta del cuchillo, podía hacer una buena entalladura en el metal. No era tan blando como la soldadura, pero parecía ser de una aleación muy simple, conteniendo un buen porcentaje de plomo. ¿Qué habría tras todo aquello? Probando cuidadosamente con la punta del cuchillo, recorrió todo el fondo de un modo regular. La profundidad del metal era regular y uniforme excepto en dos puntos, donde encontró algunas irregularidades; estaban en la línea media de la base rectangular, y equidistantes de los extremos y, de los lados. Clavando y raspando siempre con la punta del cuchillo, puso al descubierto dos formas de aro y apariencia que se le hicieron familiares, cada una de ellas tan grande como su misma cabeza.

— Mikah, métete en el agujero, y mira esas cosas. Dime qué crees que son.

Mikah se rascó la barba y las tocó ligeramente con un dedo.

— Aún están cubiertas con el metal. No sabría a ciencia cierta…

— No te exijo que me lo digas a ciencia cierta. No te pido que estés seguro de nada. Dime tan sólo, qué son, a tu parecer.

— Bueno…, pues…, dos tuercas grandes, desde luego. Cogidas a los extremos de los tornillos. Pero son tan grandes…

— Es como tendrían que ser si su misión fuera sostener todo el metal de la caja. Creo que nos estamos acercando mucho y muy rápidamente al punto de desentrañar el misterio del medio de abrir el artefacto… y por consiguiente, ha llegado también el momento de andar con el máximo cuidado. Aún no puedo creerme que sea tan fácil como parece, el desvelar el secreto. Voy a cortar un trozo de hierro del calibre de la tuerca, y haremos una llave inglesa. Entre tanto te puedes quedar aquí y recoger los retales de metal.

El hacer la llave inglesa constituyó un pequeño revulsivo en la técnica local, y todos los viejos que disfrutaban del título de Maestros de la Forja se acercaron para consultar sobre la técnica y el procedimiento de construcción. Uno de ellos era un herrero, y tras un ritual sacrificio y una sarta de plegarias sacó una barra de hierro de entre un montón de brasas de carbón, y Jason atizó los fuelles hasta que se puso al rojo el hierro. A fuerza de buenos martilleos el trozo de hierro se convirtió en una llave con la cabeza apropiada para las tuercas que aparecían en el motor. Después de dar los últimos toques y meterlo en aceite para que sirviera de engrase, consiguió la herramienta que confiaba que le podría desempeñar un buen papel.

Edipon estuvo sin duda alguna, siguiendo de cerca el progreso de los trabajos, pues estaba esperando cerca del motor cuando llegó a Jason con la llave terminada.

— He estado ahí abajo — le anunció — y he visto las tuercas que esos cerdos appsalanoj han puesto dentro del sólido metal. ¡Quién lo hubiera sospechado! Aún me parece imposible que se pueda esconder un metal tras otro. ¿Cómo se puede hacer eso?

— Pues muy fácil. La base del conjunto del motor fue recubierto por un metal derretido que caía sobre ella. Debe tener un punto más bajo de fusión que el hierro del motor, de tal modo que no le dañaba en absoluto. Desde luego, en la ciudad tienen un conocimiento más profundo de la técnica del metal, y como lo saben, se aprovechan de vuestra ignorancia.

— ¡Ignorancia! Nos estás insultando…

— Retiro lo dicho. Quise decir que ellos estaban convencidos de que conseguirían burlaros, dándoselas de listos; y como no lo han conseguido, pues los idiotas son ellos. ¿Te satisface más as!?