— ¿Qué harás ahora?
— Secaré las tuercas y cuando lo haga, es muy posible que la zona que contiene el veneno se ponga en contacto con el aire.
— Pero eso es muy peligroso para ti. Los demonios deben tener otras trampas a punto para cuando cedan y den vuelta las tuercas. Voy a mandar a un esclavo fuerte, para que sea él quien les dé vueltas y nosotros lo observaremos distanciados. Su muerte no tendrá ninguna importancia.
— Me siento profundamente conmovido por el interés que te tomas por mi salud, y aunque me gustaría poderme acoger a la oportunidad que me brindas, no puedo. Yo también había estado pensando en algo parecido, pero al fin he llegado a la conclusión de que es un trabajo que no puede hacer nadie más que yo. El sacar esas tuercas de ahí, parece muy fácil, y eso es precisamente lo que me tiene más en recelo. Voy a hacerlo, estando a la expectativa al mismo tiempo de cualquier otro truco que pudiera sobrevenir, y eso…, eso es algo que yo sólo puedo hacer. Y ahora sugiero que te retires con todas las tropas hacia un lugar fuera de todo riesgo.
No se produjo la menor duda en abandonar el campo.
El ruido de las pisadas se oía repiquetear a toda velocidad sobre la arena, y Jason se quedó solo. Las cortinas de pieles se sacudían de vez en cuado por la fuerza del viento, y el ruido que producía era el único que imperaba en los alrededores. Jason escupió en la palma de sus manos, contuvo un ligero temblor, y se metió en el hoyo. La llave se acoplaba perfectamente con la tuerca, apretó las dos manos con sumo cuidado y mayor fuerza alrededor del mango, apoyó la pierna contra la pared del muro y empezó a empujar.
Se detuvo. Tres vueltas de paso de rosca hicieron caer la tuerca. Había algo en todo aquello que no le gustaba nada, aunque no sabía él lo que era. Pero la sospecha era suficiente.
— Mikah — gritó. Pero tuvo que llamar con todas sus fuerzas dos veces más para que su asistente asomara la cabeza entre las pieles —. Acércate adonde trabajan el petróleo, y tráeme uno de sus tornillos con una tuerca… de cualquier talla; no importa.
Jason se estuvo calentando las manos en la estufa hasta que volvió Mikah con el tornillo grasiento, para desaparecer inmediatamente con intención de ir a reunirse con los otros. Cuando volvió al hoyo, lo acercó a la sección que sobresalía del tornillo de los appsalaj y casi gritó de alegría. Las dificultades que había previsto en un principio se acababan de desvanecer. El paso de rosca del tornillo del motor había sido hecho en sentido inverso al normal si el uno iba hacia arriba, los dientes del otro iban hacia abajo.
Dejando la tuerca y el tornillo, colocó la llave inglesa sobre la pieza del motor, y empezó a hacer fuerza muy despacio en la dirección que en un principio le hubiera parecido totalmente errónea: como si estuviera apretando, cuando en realidad lo que hacía era aflojar. Lo hizo despacio, muy despacio, primero un cuarto de vuelta, después media vuelta. Poco a poco los pasos de rosca iban desapareciendo, hasta que quedaron al mismo nivel que la superficie de la tuerca. Se movía con facilidad, y antes de un minuto estuvo en el suelo. Dejó caer la llave inglesa tras el tornillo y saber de allí a toda prisa. Se puso en pie, al lado del armatoste, y con el máximo cuidado olfateó el aire, presto para echar a correr al menor síntoma de un escape de gas. Pero no notó nada.
El segundo tornillo salió con tanta facilidad como el primero, y sin producir tampoco ningún efecto maligno.
Desde la entrada del cerco de pieles, gritó al grupo que se mantenía en la distancia.
— ¡Volved, el trabajo está casi terminado!
Uno por uno se fueron relevando en el hoyo, para contemplar los tornillos y el interior del motor que nunca hubieran imaginado cómo era.
— Ya queda muy poco — les dijo — y estoy seguro de que para sacar todo eso, no es el mejor procedimiento el andar hurgando y rascando, como en principio era mi primera intención. Pero los que llevaron a cabo el montaje de este aparato, ya debieron calcular los inconvenientes que se presentarían a los que, queriendo aflojar los tornillos, no se dieran cuenta de que en vez de eso los estarían apretando. De todos modos, hasta que llevemos a buen término la operación todavía tenemos que hilar muy fino. Por cierto, ¿hay medio de conseguir trozos grandes de hielo, Edipon? ¿Ahora es invierno, no?
— ¿Hielo? ¿Invierno? — murmuró Edipon cogiéndole por sorpresa el cambio de conversación. Se rascó la punta de su prominente nariz —. Pues claro que es invierno. Hielo… debe haberlo en los grandes lagos, en las montañas; están siempre helados los lagos en este período del año. ¿Pero para qué quieres el hielo?
— Házmelo traer y ya lo verás. Que sean trozos de superficies lisas que yo pueda amontonar. No voy a levantar la campana que recubre el motor, sino que voy a dejarlo caer desde abajo.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando los esclavos llegaron desde los lagos distantes con el hielo, y entre tanto Jason había montado una firme estructura lisa de madera, alrededor del motor, poniendo algunas cuñas metálicas bajo la campana; después aseguró las cuñas a la estructura. De esta forma, si se bajaba el motor hasta el fondo del hoyo, la campana quedaría arriba suspendida, aguantada por las cuñas. El hielo haría lo demás. Jason construyó unos fundamentos de hielo bajo el motor, y luego quitó los troncos que servían de soporte, de manera que mientras el hielo se fundía lentamente, el motor bajaría al mismo ritmo hasta el fondo del hoyo.
El tiempo continuaba siendo muy frío, y el hielo no llegaba a fundirse, hasta que por fin, Jason decidió que el mejor medio de abreviar la operación sería aproximar la estufa al montón de hielo. El agua comenzó a correr hasta el fondo del hoyo, y Mikah se las vio y para ir sacándola, mientras que la holgura entre la campana y la base del motor se iba ampliando. La fusión del hielo, continuó durante el resto del día, y durante casi toda la noche. Con los ojos enrojecidos y exhausto, Jason y Mikah estuvieron supervisando constantemente el lento hundimiento, y cuando los d’zertanoj volvieron al amanecer, el motor descansaba a salvo, en una charca de barro, en el fondo del hoyo; la campana había salido.
— Se las saben todas esos demonios de Appsala, pero Jason Dinalt, no nació precisamente ayer — bromeó —. ¿Veis esa especie de escudilla boca abajo que hay en la parte superior del motor? — Señalaba a un recipiente del tamaño de un barril pequeño, lleno de un líquido aceitoso verdoso —. Ese es el engañabobos, ahí está la trampa. Las tuercas que saqué iban cogidas a la campana, pero en lugar de estar atornilladas directamente a ellas, estaban conectadas por medio de un eje cruzado que descansaba sobre la parte superior de ese bote. Si una de las tuercas se hubiera apretado en lugar de aflojarla, habría roto el vidrio. Y ahora les diré lo que hubiera ocurrido de haber sucedido eso.
— ¡El líquido venenoso!
— Ni más ni menos. Y el doble muro de campana también está lleno de eso. Sugiero que tan pronto como hayamos cavado un agujero bien grande en el desierto, tanto la campana como el recipiente sean enterrados y olvidados para siempre. Dudo si el motor nos reservará otras sorpresas, pero tendré el máximo cuidado a medida que vaya trabajando.
— ¿Y crees que podrás arreglar el motor? ¿Ya sabes qué es lo que no funciona? — Edipon temblaba de alegría y esperanza.
— Todavía no. Apenas he podido echar un vistazo. En realidad una ojeada fue suficiente como para convencerme de que el trabajo sería tan fácil como robarle krenoj a un ciego. El motor es tan deficiente en construcción como la destilación de vuestro petróleo. Si tu gente pone un décimo de la energía que tú pones en ocultar el proceso de destilación en la investigación y mejoramiento de vuestro producto, te aseguro que llegaréis a volar en aviones a reacción.