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— Prefiero olvidar tu insulto en compensación al favor que nos ¡has hecho. Ahora arreglarás este motor y los demás. ¡Un nuevo día amaneciendo para nosotros!

Jason bostezó.

— En este momento lo único que llega es la noche para mí. Necesito echar un buen sueño. Mira a ver si puedes hablar con tu hijo para que haga sacar el agua del motor y el hoyo antes de que se estropee, y cuando vuelva veremos a ver si lo podemos poner en marcha.

Capítulo IX

El buen humor de Edipon era patente, y Jason aprovechó para obtener el mayor número de concesiones posibles. Aparentando que se podrían presentar otras trampas y trucos en los motores, llegó a obtener el permiso necesario para poder hacer todo el trabajo en el sitio que desde un principio había ocupado en el exterior, en lugar de tener que quedar recluido en los edificios. Se mejoró el acondicionamiento de protección contra el tiempo reinante, y se construyó un aparato de sujeción para los motores especialmente concebido para cuando Jason estuviera trabajando en ellos. Se había construido con las especificaciones exactas designadas por Jason.

El arreglo del primer motor, presentó algunos inconvenientes, pero Jason, a base de fundiciones, de tornillos y recomposición de cilindros, dobló la compresión y el poder de aceleración. Cuando Edipon vio el cambio de velocidad que el motor reconstruido proporcionaba a su caroj estrechó a Jason contra su pecho y le prometió la mayor de las recompensas. Tal recompensa resultó ser un trozo de carne pequeño diario, para paliar la monotonía de las comidas de krenoj y una doble guardia en la puerta de su habitación que le asegurara la imposibilidad de desaparición de su valiosa propiedad. Su alimentación hasta aquel momento, había consistido única y exclusivamente en krenoj, y Jason se erizó al admitir de pronto que ya se había acostumbrado a él.

Jason tenía sus propios planes y estaba muy ocupado, siempre que le era factible, manufacturando un buen número de piezas de equipo que no tenían nada que ver con sus trabajos de recomponedor de artefactos. Mientras limpiaba una parte del motor, llamó a uno de los esclavos en ayuda.

— ¿Tú qué harías si te diera un arma, una maza, por ejemplo? — le preguntó cuando estuvo a su lado. Narsisi y uno de sus hermanos se hallaban totalmente fuera del alcance de la conversación, aburridos por la rutina del deber custodio.

— ¿Qué haría yo con maza? — farfulló el esclavo, arrugando el entrecejo y pensativo por el esfuerzo que tenía que desarrollar en su meditación.

— Eso es lo que, te he preguntado. Y sigue limpiando mientras piensas, no quiero que los guardias se den cuenta de nada.

— Si tuviera maza… ¡mataría! — decidió el esclavo, estrujando literal e inconscientemente entre sus manos el harapo que estaba utilizando.

— ¿Me matarías a mí?

— Si tuviese maza, te mataría, ¡tú no tan grande!

— Pero si te diera la maza, ¿no podría yo ser tu amigo? Y siendo tu amigo, ¿no querrías matar a ningún otro?

La novedad que tales proposiciones provocaron en el individuo le dejaron momentáneamente perplejo, lo cual motivó que moviera la cabeza y quedara pensativo. Pero advertida tal actitud por Narsisi, le conminó rápidamente a que siguiera trabajando. Jason suspiró y decidió ir en busca de otro esclavo a quien comunicar las proposiciones de su programa.

Le costó bastante, pero la idea empezaba a surtir sus efectos entre los esclavos. Todo cuanto tenían que esperar de los d’zertanoj era una cantidad de trabajo insoportable, horrible y sin conmiseración, y una muerte temprana. Jason les ofrecía, por el contrario, algo muy distinto: armas, la oportunidad de matar a sus dueños, e incluso, si aún tenían más sed de sangre, podrían saciarla en su marcha hacia Appsala. Era muy difícil hacerles comprender que tenían que trabajar juntos, si querían llegar a buenos resultado, y no matar a Jason ni matarse entre sí en cuanto tuvieran armas. Era un plan inmejorable, y probablemente se llevaría a efecto antes de que se hiciera ninguna visita a la ciudad. La revuelta, al menos, tenía que ser suficiente para liberarlos, aunque después los esclavos desaparecieran. Había menos de cincuenta d’zertanoj en aquel destacamento, todos hombres, con sus mujeres y hijos bastante alejados de allí, en las colinas. No sería muy difícil, por tanto, matarles o hacerles huir, y antes de que pudieran traer refuerzos, Jason y sus esclavos liberados se habrían ido. Solamente faltaba una cosa para terminar de redondear sus planes, y una nueva remesa de esclavos le resolvió el problema.

«Días felices», rió para sí, abriendo la puerta de su habitación y frotándose las manos de alegría. El guardia introdujo a Mikah tras él, y cerró la puerta. Jason se aseguró de que nadie podría abrirla con el pestillo interior que él había montado, y entonces hizo señas a los otros dos para que se acercaran al lugar más alejado de la puerta, en un rincón de la habitación.

— Hoy han venido nuevos esclavos — les dijo —, y uno de ellos es de Appsala, un mercenario o un soldado que capturaron en una escaramuza. Sabe que no le dejarán vivir el tiempo suficiente para poder salir de aquí, de modo que me agradeció cuantas sugerencias le hice.

— Esta es conversación de hombres que yo no entiendo — dijo Ijale, dando media vuelta y yendo hacia el fuego donde preparaba algo de comida.

— Esto lo comprenderás — dijo Jason yendo hacia ella, cogiéndola por un hombro y obligándola a volver —. El soldado ése sabe dónde está Appsala, y puede llevarnos hasta allí. Ha llegado el momento de pensar en marcharnos de aquí.

Tenía toda la atención de Ijale y la de Mikah puesta en sus palabras.

— ¿Y cómo lo haremos — susurró ella.

— Tengo mis planes concebidos ya. Tengo limas y ganzúas suficientes como para poder entrar en todas las habitaciones, un buen número de armas, la llave para los armarios y todos los esclavos de mi parte.

— ¿Qué pretendes hacer? — preguntó Mikah.

— Levantar una revuelta de esclavos en el mejor de los estilos. Los esclavos lucharán contra los d’zertanoj y nosotros escaparemos, y hasta podría ser que con una armada de hombres protegiéndonos, pero, de cualquier modo, escaparemos.

— ¡Estás hablando de una revolución! — gritó Mikah, por lo cual Jason saltó sobre él y lo tiró al suelo. Ijale le sujetaba las piernas, mientras Jason le atenazaba por el pecho y le tapaba la boca.

— ¿Pero qué es lo que pasa? ¿Quieres pasarte la vida arreglando motores? Estamos demasiado bien custodiados como para poder arriesgarnos a salir de aquí por nuestros propios medios, de manera que necesitamos aliados. Los tenemos a nuestra disposición… ¡a todos los esclavos!

— Rev… o… luc… ión — murmuró Mikah, a través de los dedos que le oprimían.

— Pues claro que es una revolución. Y también es el único medio de sobrevivir que podrán tener en su vida esos pobres diablos. Ahora no son más que un rebaño humano, maltratados y muertos al antojo de esos usurpadores. No creo que tengas que sentir compasión por ninguno de los d’zertanoj, todos y cada uno de ellos han cometido más de diez asesinatos. Tú mismo has visto cómo han estado golpeando a la gente hasta dejarlos muertos. ¿Crees que son demasiado buenos como para tener que sufrir una revolución?

Mikah se relajó y Jason levantó la mano ligeramente, presto a dejarla caer de nuevo en el caso de que Mikah levantara la voz por encima de un susurro.

— Pues claro que no son buenos — acepto Mikah — son bestias con apariencia humana. No siento ninguna piedad por ellos y deberían ser barridos y hechos desaparecer de la faz de la tierra como lo fueron Sodoma y Gomorra. Pero no debe conseguirse por medio de una revolución, una revolución es perversa, inherentemente perversa.