Jason inclinó despectivamente la cabeza en señal de desacuerdo.
— Espero que estarás de acuerdo conmigo en que los dos tercios de los gobiernos que existen en la actualidad, la otra parte es de reciente formación, fueron fundados por medio de la revolución. Circunspectos, liberales, democráticos gobiernos que se iniciaron gracias a un puñado de muchachos con revólveres y con el inmenso deseo de hacer cambiar las cosas y ponerlas de manera que fuesen más beneficiosas para ellos. ¿De qué forma te vas a quitar la argolla que atenaza tu cuello si no hay otro medio de hacerles desaparecer de un modo legal? Si no puedes desembarazarte de ellos… dispara.
— ¡Una revolución sangrienta, no puede ser!
— De acuerdo, no habrá revolución — decidió Jason poniéndose en pie y frotándose las manos con evidente disgusto —. Lo que haremos será cambiarle el nombre. ¿Qué te parece si le llamáramos… un motín en la prisión? No, eso tampoco te gustaría. ¡Ya lo tengo!… ¡Liberación! Somos nosotros quienes vamos a romper las cadenas que les tienen amarrados y vamos a devolverlos, ¡pobre gente! a las tierras de donde fueron robados. El hecho, sin importancia, de que los esclavizadores los miren como una propiedad, sin pararse a pensar nunca en lo que ello representa, y que luego, cuando llega un caso así se sientan ultrajados, no debe importarte. De manera que… ¿te unes a mi movimiento de liberación?
— No deja de ser una revolución.
— Mira, es… ¡lo que a mí me dé la gana en llamarlo! — se exasperó Jason —. O te vienes conmigo de acuerdo con mis planes, o te dejaremos aquí cuando nos vayamos. Te doy mí palabra de que no me volveré atrás y haré lo que digo. — Avanzó unos pasos, se sirvió un poco de sopa y esperó a que la ira que le embargaba disminuyera un tanto.
— No puedo… no puedo hacerlo — suspiraba Mikah, sin levantar la vista del plato de sopa que tenía ante él y que miraba como si fuera un oráculo de cristal. Jason le volvió la espalda.
— No vayas a ser como él — advirtió a Ijale alzando el dorso de la cuchara hacia ella —. No tendrás mejor suerte de la que hayas tenido nunca, aun viniendo de una sociedad como la tuya, que tiene los pies puestos firmemente en el suelo, o en la tumba, para ser más exacto. Tu pueblo solo ve que los hechos concretos, y sólo, de entre éstos, los más evidentes, y una simple abstracción, como es un trust, va más allá de vuestras posibilidades de comprensión. Y entre tanto, este payaso de cara larga no puede pensar más que en la abstracción de las abstracciones, y cuanto más irreales, mejor. Estoy seguro de que se rompe la cabeza pensando muchas veces en cuántos ángeles pueden bailar en la punta de un alfiler.
— Eso no me preocupa — interrumpió Mikah, reaccionando a la insinuación —. Pero de vez en cuando sí que pienso en ello. Creo que es un problema digno de ser tenido en consideración.
— ¿Lo ves?
Ijale asintió.
— Si él está equivocado y yo también lo estoy, entonces tú eres el único que debe tener razón — hizo un gesto de complacencia por sus propias palabras.
— Muy bien dicho — sonrió Jason —. Y, además, es verdad. No es que crea que soy infalible, pero estoy más que seguro de que veo mejor la diferencia entre abstracciones y hechos, mucho mejor que cualquiera de vosotros dos, y, además, soy mucho más diestro en manejarlos.
— ¡Monstruo de la arrogancia! — exclamó Mikah.
— ¡Oh! ¡Calla ya…! ¡Tranquilo…!
— ¡El orgullo siempre va antes del fracaso! Eres un maldiciente y un idólatra antipietista…
— Muy bien…
— …y lo que me apesadumbra es el haber estado considerando, aunque sólo haya sido durante unos minutos, el ayudarte a ponerme de tu lado en el pecado, y temo con ello por la debilidad de mi alma, que no ha sido capaz de resistir como debiera. Lo siento, pero tengo que cumplir con mi deber. — Empezó a dar golpes en la puerta y gritó —: ¡Guardias! ¡Guardias!
A Jason se le escapó la escudilla de la mano e iba a lanzarse a sus pies, cuando resbaló en la sopa que acababa de caer. Mientras se ponía en pie de nuevo, se oyeron los cerrojos de la puerta y ésta se abrió. Si hubiera podido alcanzar a Mikah antes de que el idiota abriera la boca, se la hubiera cerrado para siempre, o al menos lo hubiera dejado fuera de combate antes de que fuera demasiado tarde.
Pero realmente, era demasiado tarde. Narsisi asomó la cabeza con aspecto somnoliento; Mikah adoptó la más dramática de las poses y señaló a Jason:
— ¡Atrapadle y arrestad a ese hombre! ¡Le acuso de intento de revolución y de planear un asesinato!
Jason se detuvo unos instantes y volviéndose hacia atrás, metió la mano en el saco de sus pertenencias personales que estaba apoyado en la pared. Continuaba buscando, vació todo su contenido y al fin se apoderó de un trozo de metal en forma de martillo, de aspecto muy pesado.
— ¡Tú sí que eres un traidor! — gritó Jason a Mikah, al mismo tiempo que avanzaba hacia Narsisi.
Aunque en apariencia daba la impresión de ser muy lento, no estaba nada mal en cuanto a reflejos, y el escudo detuvo el golpe de Jason, mientras que con la maza le dio tal golpe en el dorso de la mano que se la hizo abrir; los dedos, doloridos, se abrieron, y el martillo cayó al suelo.
— Creo que será mejor que vengáis los dos conmigo; mi padre sabrá y decidirá lo que hay que hacer — dijo Narsisi empujando a Jason y a Mikah delante de él. Cerró y llamó a uno de sus hermanos para que continuara la guardia, y después condujo a los cautivos. Hacían un ruido tremendo con sus grilletes en las piernas. Mikah caminaba con la nobleza de un mártir, y Jason rechinando los dientes.
Edipon no se mostró sorprendido cuando se habló de la rebelión de los esclavos, y se hizo cargo de la situación antes de que Narsisi terminara de hablar.
— Ya me esperaba esto, de manera que no me sorprende. Sabía que llegaría el momento en que intentarías derrotarme, y por eso fue por lo que permita que estuviera otro contigo para ayudarte y aprender de tus enseñanzas. Como sospechaba, te ha traicionado para ganarse tu puesto.
— ¿Traicionar? No pretendía obtener ningún beneficio personal — protestó Mikah.
— Ése era el único y más puro de los motivos — sonrió Jason fríamente —. No te creas ni una sola palabra de lo que te diga este piojoso, Edipon. No estoy planeando ninguna revolución, él mismo me dijo que quería mi trabajo.
— ¡Me estás calumniando, Jason! ¡Yo nunca miento! ¡Estabas planeando una revuelta! Me dijiste…
— ¡Callaros los dos! — ordenó Edipon —. Callaros o voy a hacer que os apaleen hasta dejaros muertos. Aquí el que tiene que juzgar soy yo. El esclavo Mikah ha traicionado al esclavo Jason, y si el esclavo Jason estaba planeando una revolución, no es una cosa que no tenga la menor importancia. Su ayudante no le hubiera denunciado si no hubiera estado seguro de que podía hacer el trabajo tan bien como él, y que en realidad es lo único que me importa verdaderamente. Tus ideas acerca de la clase trabajadora me han causado muchos problemas, Jason, y me gustaría matarlas, al mismo tiempo que a ti. Encadenadlo con los esclavos. Mikah, te recompenso con la habitación de Jason y su mujer, y mientras hagas el trabajo tan bien como él, no te mataré. De manera que trabaja durante mucho tiempo y vivirás mucho tiempo.
— Ése era el único y más puro de los motivos, ¿no es eso lo que dijiste, Mikah? — gritaba Jason mientras le sacaban a empujones de la habitación.
La caída desde el pináculo del poder fue rapidísima. En menos de media hora, había nuevos grilletes en las muñecas de Jason, que por el otro extremo estaban sujetos al muro. Su estancia la comparte con los otros esclavos. Los grilletes que llevaba en las piernas, ni por un momento se vio la menor duda en ellos de quitárselos, sino que, al contrario, los dejaron en su sitio, sin duda como recuerdo adicional de su nuevo estado. Tan pronto como la puerta se cerró, cogió las cadenas y las examinó a la pálida luz de una lámpara distante.