Выбрать главу

— ¿Cómo va la revolución? — le preguntó el esclavo que tenía a su lado, inclinándose hacia él y haciendo de su voz un susurro.

— Pues ya lo ves, ¡formidablemente! ¡Ja, ja! — fue la respuesta divertida de Jason, al mismo tiempo que se aproximaba más a él para cerciorarse de su físico, cuyos ojos presentaban un caso extremado de estrabismo, mirando en distintas direcciones a la vez —. Tu cara me es familiar, ¿eres acaso uno de los nuevos esclavos? ¿No hablé contigo hoy mismo?

— Sí, señor, ese soy yo, Snarbi, un buen guerrero, lancero, experto en la maza y en la daga, siete asesinatos en mi haber y dos posibles en mi record actual. Puedes comprobarlo, si quieres, en la casa consistorial.

— Lo recuerdo todo muy bien, Snarbi, incluso el hecho de que conoces el camino de vuelta hacia Appsala.

— No creo que lo haya olvidado.

— Entonces, la revolución sigue en pie, en realidad se puede decir que comienza ahora mismo; pero quiero que vayamos poco a poco. En lugar de libertad a todos estos esclavos, ¿qué te parecería la idea de escapar nosotros dos solos?

— No he oído ninguna idea mejor desde que se inventó la tortura. No necesitamos para nada a estos tipos estúpidos, no harían más que causarnos problemas. Hay que hacer las cosas rápidamente y sin levantar ningún alboroto. Es siempre mi principio.

— Yo también parto siempre de ese mismo principio — asintió Jason, metiendo la mano en sus botas, con la punta de los dedos.

Se había metido allí la mejor lima en el mismo momento que Mikah le estaba traicionando en su habitación. El ataque de que hizo objeto a Narsisi no fue más que para disimular su acción anterior.

Jason había hecho aquella lima con el mayor de los cuidados para no ser descubierto, o al menos éstas eran sus intenciones, pero al fin lo consiguió. Cortó las argollas que se ceñían sobre sus piernas y en menos de tres minutos yacían los dos en el suelo.

— ¿Eres un mago? — susurró Snarbi.

— Mecánico. Lo que ocurre es que en este planeta las dos cosas tienen el mismo significado. — Miraron a su alrededor, pero los esclavos, exhaustos, dormían profundamente y no habían oído nada. Se puso rápidamente a limar la argolla de la cadena que aseguraba los grilletes de las muñecas —. Snarbi — dijo rápidamente —, ¿estamos unidos en la misma cadena?

— Sí, la cadena va a lo largo de los grilletes y sujeta a todo el tronco de esclavos. El otro extremo atraviesa un agujero que hay en la pared.

— No podía ser mejor. Estoy limando una de estas anillas y cuando ceda estamos libres. Mira a ver si puedes sacar la cadena de entre los agujeros de tus grilletes, y déjala descansar en el suelo, sin que se dé cuenta de lo que ocurre el esclavo que hay a tu lado. De momento nos iremos con los grilletes. No tenemos tiempo de entretenernos con ellos, y tampoco nos serán muy molestos. ¿Vienen los guardias aquí alguna vez durante la noche para echar un vistazo a los esclavos?

— Desde que estoy aquí no han venido nunca. Lo que hacen es despertarnos por la mañana, empujando la cadena de un lado a otro.

— Entonces esperemos que esta noche ocurra lo mismo, porque la verdad es que vamos a necesitar mucho tiempo. ¡Ya está! La lima había atravesado la anilla de parte a parte. — Ahora mira a ver si puedes sujetar desde este extremo toda la cadena, mientras yo intento entrelazar de nuevo estas anillas y curvar un poco la que haga de unión.

Cuando lo hubieron conseguido, se tumbaron en el suelo con el mayor sigilo y se fueron sin hacer el menor ruido hacia la puerta.

— ¿Hay algún guardia fuera? — preguntó Jason.

— Que yo sepa, no. No creo que tengan bastantes hombres aquí como para poder guardar a los esclavos.

Cuando llegaron a la puerta, Jason plegó los labios de contento.

— Estos idiotas se han dejado la llave en la cerradura.

Cogió el trozo mas suave de cuero de los que llevaba, y después de extenderlo sobre el suelo cuidadosamente, lo empujó por debajo de la puerta, dejando un pico a su alcance, para en el momento oportuno poder tirar hacia sí.

Entonces, a través del agujero de la cerradura, empujó la llave suavemente y oyó un ruido seco al otro lado de la puerta sobre el suelo. Cuando retiró el cuero, la llave se hallaba en el mismo centro. Una vez abierta la puerta con el mayor de los cuidados, en pocos segundos estuvieron en el exterior, penetrándolo con la mirada, sumido en la oscuridad.

— ¡Vamos, de prisa! ¡Corre, salgamos de aquí! — dijo Snarbi. Pero Jason le sujetó por el cuello y le retuvo.

— ¿Es que no hay ni un átomo de inteligencia en este planeta? ¿Cómo vas a ir hasta Appsala sin comida ni agua? ¿Y si la encuentras, cómo vas a llevar la suficiente? Si quieres continuar con vida, sigue las instrucciones. Primero voy a cerrar esta puerta, para que nadie piense que escapamos por casualidad. Después, nos procuraremos algún medio de transporte y saldremos de aquí, bajo el más puro de los estilos. ¿De acuerdo?

La respuesta no fue más que un ronquido, hasta que Jason abrió un tanto los dedos y dejó que el aire penetrara de nuevo en los pulmones del individuo y compañero de huida. No obstante, aquel ronquido debió significar asentimiento, puesto que Snarbi anduvo sin ningún género de oposición detrás de Jason, mientras éste avanzaba a lo largo de las oscuras avenidas, entre los edificios.

Llegar hasta la refinería no fue ningún problema, puesto que los pocos centinelas que había, atendían más a un posible peligro exterior, que al interior que les acechaba.

— Siéntate aquí y no toques nada; de lo contrario, serás maldito para toda la vida — ordenó el tembloroso Snarbi; se fue hacia la parte central con el martillo asido con fuerza entre sus dedos. Se alegró de ver a uno de los hijos de Edipon en el turno de guardia, recostado contra un tronco, dormitando. Jason le levantó con toda suavidad el casco de cuero con la mano libre, y descargó una vez el martillo sobre él, el guardián durmió más profundamente —. Ahora podemos ponernos a trabajar — dijo Jason cuando volvió al interior —. Encendió una pequeña lámpara.

— ¿Pero qué estás haciendo? — preguntó Snarbi aterrorizado —. Nos verán, nos atraparán… los esclavos que huyen… nos matarán…

— No te muevas de mi lado, Snarbi, y no tienes por que preocuparse de nada. Estas luces no pueden ser vistas por los centinelas. Ya tuve antes buen cuidado de observar este detalle. Por otra parte, tenemos bastante trabajo que hacer antes de marcharnos… Tenemos que preparar un caroj.

No es que en realidad hubiese que prepararlo, que construirlo desde su más primitiva estructura. La operación consistía más bien en acoplar el motor al cuerpo del artefacto. Había que colocar tres ruedas del caroj, y dos de ellas tenían que sujetarse todavía con tuercas y tornillos. Jason puso las ruedas en su sitio e hizo uso de Snarbi para que apretara los tornillos. Cuando la tercera rueda estuvo colocada, todo el aparato recordaba la plataforma de una máquina de vapor, montada sobre inseguros caballetes. Y eso era en realidad lo que Jason se había propuesto que fuera desde un principio, y los caballetes sostenedores salieron de sus puestos con la misma facilidad que se habían acoplado los otros sostenes.

La posibilidad de una huida eventual, había siempre ocupado el primer plano de sus pensamientos y reflexiones.

Snarbi estaba sumido en los últimos retoques de aceite, agua y fuel, mientras que Jason llenaba los tanques. Encendió el fuego bajo el quemador y cargó en el artefacto una buena partida de herramientas y un pequeño aprovisionamiento de krenoj, que se había ingeniado para ahorrar de lo correspondiente a sus propias raciones. Todos estos preparativos requirieron algún tiempo. Pronto amanecería, y por tanto, tenían que salir de allí cuanto antes de manera que tenía que tomar una decisión con extrema urgencia.