No podía dejar a Ijale allí, y siendo que iba a recogerla a ella, no podía negarse a llevar a Mikah igualmente consigo. Aquel hombre le había salvado la vida, y, por consiguiente, no debía tener en cuenta en aquellos momentos las tonterías que había hecho desde su llegada al planeta. Jason era de los que creía que siempre se debe algo a un hombre que ha contribuido al prolongamiento de nuestra existencia, pero, no obstante, se preguntaba a sí mismo hasta qué punto se debería considerar deudor. En el caso de Mikah llegó a la conclusión de que la balanza se inclinaba ligeramente por la deuda. Quizás en esta ocasión…
— Vigila la máquina… estaré de vuelta tan pronto como me sea posible — dijo saltando a tierra.
— ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Quedarme aquí con este diablo de máquina? ¡Ni hablar! ¡No puedo! ¡Arderá y consumirá mi cuerpo!
— Actúa de acuerdo con tu edad, Snarbi, de acuerdo con tu edad física, sino con tu edad mental. Este montón de trastos fue hecho por los hombres, y arreglado y mejorado por mí… no tiene nada que ver con los demonios. Quema aceite para dar calor y éste produce vapor, que va por este tubo, y de aquí hacia este eje y se ponen en funcionamiento las ruedas para que nos podamos trasladar y mover. Quizá puedas comprender esto mejor: yo, solo yo, te puedo sacar en libertad de aquí. Por lo tanto te quedarás y harás lo que yo diga, o de lo contrario te chafaré la cabeza, ¿está claro?
Snarbi asintió en silencio.
— De acuerdo. Así me gusta. Todo lo que tienes que hacer es sentarte aquí y mirar este disco verde, ¿lo ves? Si ves que pasa de este punto antes de que haya vuelto, accionas esta palanca en esta dirección. ¿Está claro? De esta forma, la válvula de seguridad no se pondrá en funcionamiento despertando con ello a toda la ciudad, al mismo tiempo que ello nos permitirá seguir adelante.
Jason salió. Pasó por delante del silencioso centinela y se encaminó hacia otra estación de refinería. En lugar de una maza o una daga, iba armado con una especie de estilete bien templado que él mismo se las había arreglado para fabricar delante de las narices de los centinelas. Examinaban constantemente todos sus trabajos y todo cuanto hacía, tanto en su puesto habitual de trabajo como en los pequeños arreglos, composturas e incluso herramientas, que fabricaba en su propia habitación, pero como ellos desconocían la mayor parte de las cosas que Jason hacía, todos sus trabajos iban más allá de la comprensión de aquellas gentes. Llevaba pequeños recipientes que había llenado de las fracciones más combustibles de la refinería, y después las había cubierto con paños empapados del mismo líquido. Aquel olor tan fuerte casi le producía vértigo, pero confiaba en que al menos se vería recompensando de sus esfuerzos en el momento oportuno. Lo único que podía hacer era confiar, ya que no había realizado ningún experimento completo. En caso de tener que hacer uso de aquello, nada más tenía que encender la cubierta exterior y arrojar el recipiente contra ellos. El recipiente estallaría, produciendo un impacto considerable, al mismo tiempo que ponía en ignición el contenido. Teóricamente, al menos, debería ser así.
Estaba seguro de que su subconsciente no tenía un gran interés en salvar a la muchacha esclava, y menos todavía en arriesgar la piel por ella. Pero había llegado al edificio donde estaba su habitación y trataba de averiguar, asomando por una esquina, si había un guardia a la puerta. Sí que estaba, y parecía que estuviera dormitando, pero algo le sobresaltó y le hizo despertar. No había oído nada, pero olfateó el aire y torció un tanto la nariz; el fuerte olor que desprendía el agua del poder de los molotov de Jason, había llegado hasta él, y divisó a Jason antes de que éste pudiera esconderse.
— ¿Quién hay ahí? — preguntó el guardia avanzando a paso rápido.
No había manera de salir de allí sin ser visto, y como no tenía otra alternativa, dio un salto hacia adelante y se plantó ante el guardia. La hoja que esgrimía fue directamente bajo la protección del guardián — probablemente no había visto una espada nunca con anterioridad —, y la punta le dio de lleno en la garganta. Expiró tras unos cuantos ronquidos de agonía. Con toda rapidez se dispuso a abrir los tornillos y cerraduras que sellaban la puerta. Se oyó un ruido de pasos en la distancia en el mismo momento en que conseguía abrir la puerta, y entró corriendo en la habitación.
— Salid rápido, ¡nos vamos! ¡hay que huir! — les apremió mientras empujaba a la adormilado Ijale hacia la puerta. Sintió un gran placer al tener la ocasión de propinar un tremendo patadón a Mikah, que le levantó literalmente del suelo y le hizo atravesar el quicio de la puerta, donde tropezó con Edipon que acababa de llegar blandiendo una maza. Jason se abrió paso entre las tumultuosas siluetas que se arremolinaban a su alrededor, golpeó a Edipon con la empuñadura de la espada detrás de la oreja y levantó a Mikah del suelo.
— Corred hacia el taller de reparación de motores — ordenó a sus compañeros, que no salían de su estupor ante aquellos hechos inesperados —. Tengo un caroj allí, en el que podemos escapar.
Por fin se pusieron en movimiento a toda velocidad.
Gritos estridentes sonaban tras ellos, y todo un grupo compacto de d’zertanoj armados corría a escasa distancia. Jason se apoderó de una de las lámparas que iluminaban la entrada, cuando llegaron al edificio, quemándose la mano a causa de los bruscos movimientos que hacia con ella, y aplicó la llama a una de las bombas que él mismo había fabricado. Ésta se incendió instantáneamente y Jason la lanzó contra los soldados antes de que las quemaduras de su mano alcanzaran mayor gravedad. El artefacto se estrello contra el muro y se rompió. El líquido inflamable se extendió en todas direcciones, pero la llama no fructificó.
Jason lanzó algunas maldiciones, e inmediatamente cogió otra bomba, pues éstas eran su último recurso, ya que si no cumplían su misión estaba perdido. Los d’zertanoj dudaron un momento antes de atravesar el charco de poder, y en aquel instante lanzó la segunda bomba incendiaria. Ésta estalló al momento, y ante la sorpresa de Jason incendió la primera bomba, con lo cual suelo se convirtió en una cortina de humo. Manteniendo la lámpara en su mano, por si le era necesario lanzar otra bomba, corrió tras los otros compañeros.
Hasta aquel momento la alarma no había cundido de una forma general por todo el edificio. Pero de pronto la confusión se extendió como un reguero de pólvora por todos los rincones. Por la distancia a que se hallaba y a la velocidad que corría, calculó que ya no necesitaría la lámpara, de modo que decidió apagarla. Desde el desierto llegó hasta él, de una forma cada vez más acentuada, un silbido penetrante.
— ¡Ya me la ha jugado! — murmuró para sí —. Ese ruido procede de la válvula de seguridad de la caldera de vapor.
Alcanzó a Ijale y a Mikah, que avanzaban confusos en la oscuridad; le proporcionó un nuevo golpe a Mikah, al mismo tiempo que expresaba su repentino odio por la raza humana, y los condujo hacia el lugar que había sido su centro de trabajo a una velocidad agotadora.
Por fin habían conseguido escapar, al menos de momento, sin daños corporales, gracias a la confusión que se había creado en los primeros momentos. Los d’zertanoj parecían no tener experiencia en los ataques nocturnos, que fue la interpretación que dieron a la huida de aquellos tres seres, y en tales circunstancias organizaron una increíble torre de Babel entre carreras y gritos. El edificio que se quemaba y el cuerpo yaciente de Edipon todavía contribuyeron a aumentar la confusión y el desorden.
Pero con todo ello, y con las prisas, Jason no hacía más que conducir directamente al enemigo hacia el vehículo de vapor, precioso en estos momentos para ellos, pero no tenía otra elección. En cualquier caso el vehículo estaba dando a conocer su presencia con aquellos silbidos ensordecedores, y si no llegaba a tiempo para rectificar en lo posible los errores cometidos por Snarbi estaban atrapados. Nada más llegar fue directamente hacia la máquina. Snarbi estaba escondido detrás de una rueda, pero no era el momento oportuno de prestarle la menor atención. Al mismo tiempo que Jason saltaba sobre la plataforma, la válvula de seguridad enmudeció y a ello siguieron unos segundos llenos de incertidumbre y temor.